Capítulo 20

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Emmelie

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Emmelie

Dos años antes

Habían pasado dos semanas desde que usé el bendito código. Y, en efecto, significaba que no había hablado con mi hermano durante dos semanas enteras, ni siquiera me hacía esas bromas horribles tan características en él. Y creo que eso era lo que más me dolía, sentía un vacío sin él en mi día a día.

Además de eso, parecía que toda mi familia estaba de luto. La casa estaba demasiado silenciosa y eso me estaba volviendo loca. Yo era la más silenciosa de la familia, no ellos. Y entendía que quisieran darnos espacio a mi hermano y a mí, pero la pelea era entre él y yo, no con todos los demás.

Y fue aún peor cuando se lo dije a mi hermana y me dio la siguiente respuesta:

—No es lo mismo con Evan tan... decaído. Millie, solo tienes que perdonarlo.

¿Solo perdonarlo y hacer como que nada pasó?

Mi cara seguramente le dijo todo lo que pensaba al respecto.

—¿Qué hizo, Millie? Jamás te había visto tan enfadada con él —dijo con mucha suavidad. Si no me equivocaba era la octava vez que me lo preguntaba y ninguna de esas veces le había respondido.

Negué con la cabeza y salí de mi habitación antes de hacer alguna estupidez. Llorar, por ejemplo.

A medio camino de las escaleras, Izzi me gritó—: No importa lo que pase, sabes que siempre puedes contar conmigo, Millie.

No le respondí. Estaba tan asustada de que me tratara como una loca así como hizo Evan. No, asustada no. Aterrorizada.

Abrí la puerta de entrada y una corriente de aire me dio de lleno en la cara, haciendo que mi garganta ardiera más de lo que ya hacía por contener las lágrimas.

Tras enfocar la vista porque casi todo estaba borroso, vi que frente a mí había un coche plateado que reconocía muy bien. Sin esperar más, corrí hasta allí y me metí dentro.

—Uff, ¿por qué hace tanto calor aquí?

Carlos arqueó una ceja en mi dirección mientras volvía a poner una mano en la palanca y apretaba el acelerador. Apenas tuve tiempo de ponerme el cinturón de seguridad.

—Afuera están haciendo seis grados. ¿Me estás diciendo que no tienes frío? —preguntó con escepticismo y tomó repentinamente una de mis manos—. Vaya, Emmelie. Sí estás helada.

La verdad era que me daba igual el frío, nunca me molestaba a menos que estuviera nevando, porque la nieve era lo mejor del mundo. Y lloviendo porque detestaba la lluvia desde mi última, no muy agradable, experiencia.

Lo que no me daba igual era su mano sobre la mía. Calentita y reconfortante, y me gustaba mucho, sobre todo porque no la había quitado. Me encantaba.

Somos tú y yo | 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora