XXVIII

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Alia

Las lágrimas inundan mis mejillas. La soga que mantiene unidas mis manos en la espalda comienza a quemar cuanto más forcejeo y el frio de la madrugada me hace temblar bajo la fina tela que cubre mis brazos.

El vestido que antes era blanco, ahora se encontraba manchado de barro, suciedad y sangre, pero esta no es mía. Sé que no lo es, porque no me veo ensangrentada y aparte de una leve punzada en la cabeza y la mordaza en mi boca seca, me encuentro bien.

Con todas mis fuerzas, trató de levantarme del suelo húmedo y escucho a unos metros una gotera que cae incesante, logrando desesperarme.

Busco controlar las lágrimas y cuando me giro en búsqueda de algo con que soltarme, lo veo tirado en el suelo.

Unos pasos se acercan y me acerco como puedo a su cuerpo inerte.

- Silas – sollocé comenzando a mover las cejas y apretar los parpados despertando – amor, despierta – logré musitar como más me permitió la mordaza mientras se escuchaban unos pasos cada vez más cerca. Fuertes y resonantes sobre los charcos de agua por todo el lugar.

Y finalmente le veo.

Vestido todo de negro, con un arma en su mano viéndome completamente serio. Saca un silenciador del bolsillo de su traje y lo acomoda con una enloquecedora lentitud, deleitándose con mi miedo latente

¿Por qué hacía esto? Él estaba de nuestro lado, había prometido protegerlo.

Tomó del brazo a Silas haciéndolo gritar del dolor, manchándose sus manos de sangre. Estaba herido y la sangre que tenía era de Silas.

Rápidamente me quitó la mordaza y humedecí mis labios.

- ¿Por qué? – logré musitar mientras Silas lo ubicaba a mi lado de rodillas.

Se quedó en silencio parándose frente a nosotros, quitando el seguro de su arma.

- Alessandro... - alcancé a pronunciar en un susurro ronco provocando que disparara a mi lado. A pesar de ser un leve ruido, este atronó en mis oídos mientras veía a Silas caer con un fuerte golpe mientras mis gritos de agonía me asfixiaban el pecho viéndole muerto junto a mí.

Grité con todas mis fuerzas, pero alguien me tomó de los hombros en un abrazo.

Había sido un sueño. Solo había sido un mal sueño, convencía a mi mente con el cuerpo sudoroso percatándome de la persona que me abrazaba tranquilizándome.

Poco a poco, me alejé con lentitud fijándome en la oscuridad que se trataba de Asher.

Tragué saliva fijándome que tenía la garganta seca. Rápidamente me tendió un vaso con agua.

Lo tomé temblorosa – Gracias – murmuré escuchando mi corazón martillear en los oídos.

- ¿Te sientes mejor? – enarcó las cejas preocupado.

Dejé el vaso en la mesilla y lo observé - ¿Por qué estás en mi habitación?

Asher se encogió – Quería hacerte una pregunta, pero me di cuenta que tenías una pesadilla, fui por un vaso de agua y cuando despertaste, recién había llegado.

Me terminé de sentar para estar más cómoda y asentí viéndole fijamente. Con el paso de las semanas, Asher fue cumpliendo su promesa de no tocarme y así mismo, pasábamos mucho tiempo juntos, salidas a cine, comidas, eventos con sus padres y poco a poco, me fui acostumbrando a su cercanía al igual que él a la mía, sin violar ninguna de mis reglas. Y lo agradecía, porque mientras él me respetaba, yo podía ganarme su confianza y cariño de una manera más sana y sincera

Mírame - #2 - Trilogía SentidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora