XII

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El amanecer se asomaba sobre los grandes ventanales de mi habitación en casa de Silas, seguía respirando, viviendo, amando... disfrutando de todo en la vida, pero, aun así, sentía un vacío que no podía explicar, era la primera vez que me sucedía aquello, ni siquiera sabía que palabras usar para definirlo.

Solo sabía que me quería ir de allí... con todas mis fuerzas

Habían pasado dos días desde que regresé nuevamente después de que fuera raptada por Hassan, desde entonces no quería hablar con nadie, había permanecido todo el tiempo encerrada en mi habitación, pensando sobre mi vida, imaginando que si muriera hoy, no tendría nada que ofrecerle al mundo para que me recuerde, simplemente me recordaría como una chica cobarde e insegura, una chica que se escondía detrás del hombre que amaba esperando siempre ser salvada por él, pero eso era lo que más me entristecía hoy.

Jamás me perdonaría saber el hecho de que me iría de este mundo y este solo me recordara como una chica... que no podía salvarse sola o ayudar a los demás.

Me levanté saliendo de mi habitación y caminé sin rumbo por la mansión descalza, con los primeros rayos del sol calentando mi piel pálida, manteniéndome despierta el frio del suelo de mármol debajo de mis pies, cobijando mi cuerpo simplemente mi camisón de seda que se movía con la suave brisa del pasillo y cuando giré nuevamente, al final del pasillo, visualicé la luz encendida de la biblioteca de Don Ángelo.

Me dirigí allí humedeciéndome los labios, deteniéndome en la puerta con timidez, observando cada detalle de la biblioteca frente a mí, los miles de libros guardados en las repisas, el olor a libro antiguo, polvo y otro aroma, este humano, seguido de humo de tabaco.

Entré sintiendo mis pies el cambio de temperatura, afuera era frio y aquí adentro, se respiraba un ambiente de hogar, pasividad, y calidez humana.

- Alia – murmuraron a unos cuantos metros de mí,

Me giré a ver a Don Ángelo sentado en un sillón de terciopelo rojo con un cigarrillo entre los dedos y un reloj antiguo en la otra mano que descansaba débilmente sobre su pierna derecha.

Forcé una sonrisa – Perdone, no puedo dormir, Don Ángelo

Agaché la cabeza entrelazando los dedos con timidez, su sola presencia lograba intimidarme y más cuando yo me encontraba en pijama y el claramente había pasado la noche de largo porque tenía puesto su traje, solo que un poco más suelto de lo que suele usarlo. Los primeros botones de su camisa de vestir están desabrochados y la corbata yacía sobre el escritorio junto a él donde recargaba la mano que tenía el cigarrillo, su cabello lucia despeinado y unas finas bolsas se comenzaban a formar bajo sus ojos dando un aspecto demacrado.

- Tranquila, querida. Al parecer estamos igual... - inhaló un poco del cigarrillo, botando una bocanada de humo fijando su vista en mi segundos después - ¿llevas toda la noche vagando por la casa así? Te resfriarás – musitó

Negué – acabo de salir de mi habitación, el encierro me tenía agobiada y decidí caminar un poco, me causó curiosidad la luz encendida... - jugueteé con mis dedos – así que vine.

- Eso veo, eres una chica muy curiosa ¿verdad?

Desvié la mirada hacia los libros al fondo de él, asentí tímidamente – Un poco.

Asintió pensativo – Mi hijo me ha hablado demasiadas cosas de ti, tal vez por ello te considera tan valiente.

Levanté la vista perpleja, yo era todo menos valiente. Jamás he considerado la valentía como un atributo de mi personalidad y que alguien me describa de esa forma, no solo crea preguntas en mi mente, reafirma mucho más que Silas en verdad cree más en mi de lo que yo lo hago.

Mírame - #2 - Trilogía SentidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora