VIII

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Alia

Siempre aprecié las noches y los días eran algo maravilloso que no quería perder cuando era pequeña y ahora de adulta, no estaba dispuesta a dejar ir tan fácil. Lo supe en el momento en que desde que hablé con Alessandro volví a subir a la habitación y me quedé sentada en la cama observando por la ventana como el cielo se aclaraba y la luna se ocultaba con sus estrellas.

Nunca en mi vida había soñado tanto, pero en aquel momento en que sentía a Silas durmiendo pasivamente junto a mí y como se iba a acercar el amanecer, deseé poder verlo frente al mar.

Sin embargo, a pesar de todo estaba muy feliz y mucho mas por el chico que estaba detrás mío durmiendo y en el momento en que empezó a volver a ser consciente, buscó aun con los ojos cerrados a tientas en la cama mi cuerpo, pero no lo encontró y cuando abrió los ojos me giré a verlo mientras el sol se alzaba y tuvo que entrecerrar un poco los ojos sonriéndome.

- Buenos días – murmuré

Me tomó de la cintura e hizo que me cayera encima de él y me dio un casto beso en los labios que me dejo más que sorprendida.

- ¿Y eso porque fue? – sonreí apartando el cabello de mi cara ubicándolo detrás de mi oreja.

Ladeó la cabeza – porque aún no eran buenos, hasta que hice eso.

- ¿O sea que, si no te beso, no son buenos días? – pregunté entre rizas.

Negó – Jamás, mientras tu estés conmigo nunca será un mal día... - tomé una bocanada de aire y acarició mi mejilla con delicadeza – solo que ahora son muy buenos días... Aún no amanece – se fijó viendo que había descorrido las cortinas.

Asentí en el momento en que se levantó dirigiéndose al closet. Sacó dos abrigos y me colocó uno y después un gorro. Me quedé viéndole mientras me apuntaba el abrigo y sonreí cuando terminó y me atrajo a él para depositar un suave beso en la nariz.

- Vamos – extendió su mano entrelazando nuestros dedos sacándome de la habitación.

Sonriente, le seguí en todo el trayecto fuera de la pequeña cabaña de madera. Alessandro nos había traído a una cabaña en medio de la nada rodeada por imponentes árboles, que hacían que me sintiera en un bosque mágico. Y aún tomada de la mano de Silas, me guío por todo el pequeño bosque hasta que empecé a escuchar un sonido de fondo que reconocí de inmediato.

Era el mar. No sabia como era posible o donde nos encontrábamos, pero estábamos cerca del mar.

Finalmente pasamos una pequeña cerca de madera a medio caer y vislumbramos el mar mientras el cielo se iba aclarando poco a poco. Caminamos adentrándonos hasta quedar frente al mar y no podía quitar la sonrisa de mi rostro.

Era la primera vez que lo veía, algo tan hermoso, tan imponente y magnifico estaba frente a mis ojos de la forma mas inocente y perfecta. Siempre soñé con verlo pero mientras el sol iba ascendiendo y Silas me abrazó por la espalda, me sentí aun mas agradecida por la vida. Me sentía agradecida por poder ver tan hermoso espectáculo junto a la persona que amo.

Mientras el sol se iba levantando, el mar comenzó a brillar como si fuera un diamante y las olas suaves se acercaban cada vez más a nosotros. Una suave brisa apartó mi cabello del rostro y Silas aprovechó para darme un beso en la mejilla apretando el agarre que rodeaba mi cintura.

- Es simplemente perfecto – murmuré mientras caían una pequeñas lágrimas de felicidad. Era muy bello ver el amanecer, ver como el cielo se decoraba con una sinfonía de tonalidades cálidas y frías que parecían una pintura que quería tener en mi habitación. Quería recordar este instante para toda la eternidad

Mírame - #2 - Trilogía SentidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora