Capítulo 22

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*NARRA ALESSANDRA*

-Todo listo Luciano, procedemos a arrancar-le comunico, por la radio.

-¿Estás lista? Aún puedes quedarte, si así lo deseas-pregunta Ángelo, posando su mano en mi pierna.

-Estoy más que lista, arranca, no me voy a ir a ningún lado.

Él hace una mueca fastidiado, y arranca el coche saliendo del hogar. En casa se quedaban los demás, cuidando de mi pequeña que ya le había bajado la fiebre. Por el camino, yo iba mentalmente repasando el plan. Tommaso Montesco, se encontraba en una casa a las afueras de Italia. Al parecer sus recursos monetarios se estaban agotando, y eso era lo único que podía abarcar. Los pocos hombres que tenía, habían sido sobornados con anterioridad por él mismo. Aunque siendo realistas, en cuanto se dieran cuenta de su falta de dinero, se irían sin tardar ni un segundo.

Nosotros dejamos todos los coches, apartados lo suficientemente lejos para que no escucharan el ruido del motor. Varios guardias se quedarían dentro de los coches, por si había que hacer una salida a toda prisa. Mis armas estaban escondidas en sus bolsillos correspondientes, salvo mi pistola que la llevaba entre mis manos. Todas las armas que poseíamos el día de hoy, llevaban silenciador para hacer el menor ruido posible.

-Avancen-aviso por la radio, mientras nos acercamos a la casa.

Dos guardias se encuentran custodiando la entrada, no tardan mucho en quitarlos de en medio mis hombres. Ángelo avanza delante mía, y Luciano por detrás. Ambos insistieron, para "dejarme más protegida". Los demás guardias, van en busca de alguien que pueda estar aquí aparte de Tommaso. Para nuestra suerte, no hay nadie más, el chico está completamente solo ahora. Subimos las escaleras en silencio, y Ángelo patea su puerta apuntándole enseguida con su arma. Para nuestra sorpresa, no solo esta él, sino su querida hermana Anaï. Ambos están completamente desnudos, compartiendo cama.

-¡¿PERO QUÉ-Tommaso se pone blanco al verle, y aún más, cuando me ve apuntarle con la pistola.

-Sois hermanos, y ¿os acostáis? Cada vez, me dais más asco-hago una mueca de asco, y le hago una seña a mis hombres.-Que empiece la fiesta, ¿están listos? ¿No? Oh, que penita.

Los guardias tiran de las sábanas, obligándoles a vestirse rápidamente. Yo aparto un momento la mirada, no me interesa ver su desnudez. Después bajamos hacia el salón, y los atan a una silla separados. Ambos están temblando, y Anaï ha comenzado a llorar. Una sonrisa se pinta en mi cara, ahora les tengo como yo quería.

-¿Tenéis miedo? Vaya, estáis en la situación, que me queríais poner a mí. Si mal no recuerdo, ustedes querían quedarse con mi bebé y matarme-ambos sueltan gritos, pero al estar amordazados no se les entiende.-¿Y cómo era eso que te dijo, amor?-le pregunto a Ángelo, él me mira confuso.-Ah sí, tú querías hacerme "de todo", hasta que olvidara mi propio nombre-apunto hacia Tommaso, quien me mira claramente con terror en sus ojos.-Adivina, adivina. Ahora seré yo, quien te haga olvidar tu nombre.

-Alessandra, ¿qué te pasa? ¿Estás bien?-susurra Ángelo en mi oído, pasando uno de sus brazos por mi cintura.

-Claro que sí, mi amor. Estoy de maravilla-beso suavemente sus labios, y me vuelvo a girar hacia nuestros rehenes.-Disfruta, cariño.

Ángelo me pasa su pistola, y saca una de sus navajas. Se acerca a Tommaso, comenzando a rajar su ropa al completo. Continúa dando algunos cortes, en sus brazos y piernas. 

-¿Dónde están vuestros padres?-pregunta Ángelo, jugando con la navaja, y quitando sus mordazas.

-N-no lo sabemos...-habla Tommaso, con la respiración agitada, dudando de su respuesta.

Siempre unidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora