Además de eso, me han quitado la consola, mi teléfono, mi computadora, y cualquier otro distractor que me fuerce a salir de mi realidad.
Quieren que piense en mi futuro, que reflexione sobre mi castigo, eso esperan mis padres. Por rebeldía, o por cualquier otra cosa, hoy no he parado de recordar a Sabrina. Tuve el impulso de buscar mi teléfono en los cajones de mis padres para tratar de buscarla. Mas mi progenitora me descubrió y me sacó, casi a patadas, de su habitación. Ahora, parece, que, gracias a ello, ni con los dieciocho años que me respaldan, me dejarán salir de casa hasta el ocho de junio.
Una lástima, porque de verdad quería ver el atardecer desde el parque. Al no encontrar las llaves (seguramente ellos las escondieron), me tuve que conformar con verlo desde la azotea. No fue raro que lloviera, al fin y al cabo, es verano. Lo memorable fue, más bien, que las gotas dieron un espectáculo de luminiscencia con la luz del sol. Un arcoíris brotó. Hacía mucho que no veía uno, y a pesar de todo lo que está sucediendo, me hizo, por un instante, el hombre más feliz de la tierra.
Después bajé a cenar. Mi padre me riñó por haber tratado de tomar mi teléfono, y luego me dijo que, tenía contemplado dejar que el dispositivo fuera en mi equipaje. Pero dado mi intento de hurto, decidió que lo único que me iba a acompañar, era mi ropa, y mis libros del instituto para estudiar.
—¡Pero por algo ya terminé la preparatoria! ¡Para ya no tener que ver nunca más esos malditos libros!
—¡NO ME INTERESA! —impuso. —¡TE VAS A PONER A HACER COSAS PROVECHOSAS TODOS LOS DÍAS DEL VERANO! ¡A VER SI ASÍ DE VERDAD APRENDES, MOCOSO MALAGRADECIDO!
Y ahí estaba, otra vez esa palabra. Accionó como un freno ante mi testarudez, e hizo que cerrara la boca.
Me fui la recámara, enojado, triste, frustrado, y con ganas de golpear algo. Asesté contra mi cama. Y cuando estuve cansado, simplemente me tumbé en ella, y lloré en silencio, mirando el techo y sus infinitas formas.
Pensé en dormir, pero tenía ganas de escribir esto, de expresar lo que siento. Las lágrimas ya no salen.
Y creo que, ahora sí, ya tengo sueño.
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Junio |EN EDICIÓN
Short StoryOliver no puede decidirse por una carrera universitaria aún. No tiene ni idea de qué es lo que hará con su vida después del verano, después de junio. Hartos de su indecisión, sus padres deciden mandarlo lejos, a la granja de la rezongona tía soltero...