Jueves, 27 de mayo

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—Las vacaciones empiezan el 7 de junio. Ya lo confirmó la directora. —dijo la profesora de inglés, Laura, con un suspiro de alivio.

—Al fin libre de nosotros, dice. —comentó Adrián, quien se sentaba a mi lado.

—Y nosotros libres de ella. —rodé los ojos. Lo único bueno que tenía esa maestra, era su ausencia los martes. Por lo demás, la aborrecía. —¿Qué harás en el verano? —inquirí con un bostezo, cambiando de tema.

Bufó.

—Quizá revolverme la cabeza pensando en cómo va a ser la universidad. —dijo, y de nuevo, una jaqueca me invadió al escuchar ‹‹universidad›› por millonésima vez. —¿Tú?

Me encogí de hombros. No tenía ni la más remota idea de qué es lo que haría con mi vida después del 7 de junio. Por eso me asustaba esa fecha. Era la fecha de caducidad de mi seguridad escolar.

Eso me llevaba a pensar. ¿Qué haría realmente en el verano? ¿Cómo pasaría mis tardes lluviosas? Ni siquiera podría obtener la compañía de Sabrina, porque, entre sus bochornosas charlas, había llegado a escuchar que se iría del país, a estudiar en quien sabe cuál universidad estadounidense.

De pronto, lo supe. Pelear con mis padres. Eso es lo que probablemente me espera en el verano. Escuchar el ‹‹malagradecido›› una y otra vez. Oír en su habitación comentar que soy un ‹‹desobligado››, un ‹‹bueno para nada››. Cada vez me convenzo más de que lo soy.

Si tuviera que presentarme ante alguien como los adjetivos que me definen, mi introducción sería algo así:

‹‹Hola, soy Malagradecido Desobligado Bueno para Nada. Me molesta que me llamen Malagradecido, así que les pido que con toda su amabilidad me llamen Desobligado. ¿Bueno para Nada? Ah, es solo mi apellido. ››

La salida de la escuela comienza con el timbre a las dos de la tarde. Me crucé con Sabrina. Vaya Dios a saber si fue un encuentro accidental o planificado. Esquivó mi mirada. No soporté no ser el centro de su atención, y justo cuando estaba por cruzar la calle, la alcancé y le tomé la mano, exactamente como a ella le gustaba.

Miró mi mano entrelazada con la suya, y de inmediato, dio una sacudida que hizo que mi hombro se entumeciera, soltándose.

—Basta, Oliver. —dijo, antes de alejarse.

Indignado, miré su pelo largo y liso alejarse.

¿Acaso soy el único que juega con el otro?

¿Acaso soy el único malagradecido?

¿O es que acaso, he perdido a la única persona que me soportaba?

‹‹No la necesito. ›› me dije a mí mismo.

Pero en la tarde, me toqué pensando en ella. 

Junio |EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora