Sábado, 26 de junio

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Hoy viví, y hoy morí.

Todavía era de madrugada cuando escuché ruidos en el granero, justo como la primera vez que la vi. Con la esperanza de que fuera ella, bajé las escaleras, y salí de la casa.

En efecto, era ella. La vi, me vio.

–Junio... –le dije.

–Oliver. –comentó en un tono cortante. –Buenos días. –se volvió, haciendo que su trenza volara, para después caer en su espalda.

–Junio...

–¿Qué pasa?

–¿Podemos hablar?

Se detuvo de levantar el heno. Se irguió, y dijo:

–No hay nada de qué hablar.

–Junio...

–¡¿Qué?! –preguntó, irritada, con un gruñido, a medida en que se volvía.

–Junio... yo... en serio, lo siento. Debí responderte en ese momento, pero, estaba asustado, porque, tal vez no estamos en la misma sintonía. O eso pensé. Bueno, aún no sé qué pensar, si te soy honesto. –me aproximé a ella, hasta que su pecho quedó a unos centímetros del mío. Me miró a los ojos, y yo le devolví la mirada.– Gustar... no es exactamente la palabra.

–Oh... –se rió, una risa ácida, herida. Su sonrisa, era más bien una mueca.

–Porque la palabra correcta, es enamorado. Junio, tú no solo me gustas. Me ardes. Me revuelves. Todo esto que he sido... lo has revuelto. No paro de pensar en ti, de escribir de ti... –entonces, me besó. Me tomó del cuello, y me jaló hacia ella. Me dio vergüenza pensar que podría tener un aliento matutino que resultase desagradable.

En cuanto se separó de mí, intenté no respirar. Volvió a besarme, esta vez, abrazándome. Entonces la abracé también, y agradecí a mis padres el haberme mandado hacia acá.

Nos separamos al escuchar un ruido similar a una cubeta de pronto.

–¿Será Rosa? –pregunté, asustado.

–Rosa se fue al pueblo.

–¿Y si volvió?

Ambos nos asomamos por fuera del granero, y descubrimos que era un simple conejillo de campo hurgando entre las cubetas. Nos reímos, y yo la volví a besar fugazmente.

–¿No hace mucho frío aquí afuera? –pregunté.

–Sí, pero... trabajo es trabajo.

Chasqueé la lengua.

–Una vez no va a pasar nada. Además, no está Rosa. Entremos.

Se encogió de hombros. Cerré la puerta del granero, y abrió la puerta de la casa. La cerré tras mi espalda. Nos miramos el uno al otro con la luz de la luna, entre la oscuridad de la cocina. Incliné un poco la cabeza hasta juntar nuestros labios en un hondo y húmedo beso.

El beso fue volviéndose cada vez más apasionado, al punto en que jadeó.

–Mierda. –se separó, y se fue hasta el otro lado de la cocina, recargándose en una pared, mientras se cubría los ojos con una mano. –Lo siento, soy una zorra.

Sus palabras me congelaron.

–¿Qué?

–Lo siento, yo... no debería estar sintiendo esto por ti.

–¿Sentir qué? ¿Excitación? Junio, es normal, yo también lo siento.

–Pero está mal. –se quitó la mano de la frente, y miró hacia arriba, llorando.

–Junio...

–¡No, no quiero ser como mi madre! ¡No quiero crear una tormenta! –resbaló la espalda en la pared hasta que quedó en el piso. Yo fui hacia ella, y la abracé, la abracé muy fuerte, a pesar de no saber qué era lo que estaba sucediendo o de qué hablaba.

–Tranquila.

–No... –dijo, lloriqueando. –Nada está bien. Mi papá no sabe nada de esto.

–¿Saber qué?

–Que no soy su hija. Soy una maldita bastarda, Oliver. ¿Entiendes? Soy Junio, la inesperada, Junio, la tormenta, Junio el tormento de todos.

Sus palabras me tomaron desprevenido.

–¿Cómo? ¿A qué te refieres?

Se sorbió la nariz. Con la voz entrecortada, me pidió que no le preguntara más acerca de eso. Pero, en cuanto la noté más tranquila, se lo cuestioné de nuevo. Necesitaba saber, necesitaba entender.

–Los bastardos somos odiados, no merecemos amor. Mi padre fue a los Estados Unidos a trabajar desde octubre hasta diciembre, y mi madre, Medi, se embarazó de mí en un septiembre. No se dio cuenta hasta meses después, pero, al relacionar las fechas, recordó que había estado con Augusto, el comandante del pueblo. Mi tía se enteró de todo esto, y la población de Monteverde a la que ella le dijo, dejó de mirarla igual.

》Sin embargo, nadie tuvo el valor de decirle a su esposo la verdad. Él, Julio, me ha acogido como su hija, sin saber, que en realidad, soy hija de Augusto, aunque, siempre ha sospechado que hay algo mal conmigo, pues no tenemos parecido físico. Yo nací en junio, el primero de junio, en una tarde de tormentas, dice mi madre. Un día, cuando tenía catorce años, me lo dijo todo tras una de las muchas peleas que hemos tenido desde que existo. Que yo era Junio, porque arruiné su vida, porque era una tormenta para todos, y sobretodo, para ella. Y que ella, mi hermana, era Abril, porque era una bendición para todos, un afán de nueva vida, de nuevos comienzos.

》He de añadir, Oliver, que no es la única que me odia. La familia que sabe, se susurra en cuanto me ven con sus ojos de látigos. Piensan que no los escucho, pero sé lo que dicen. La gente del pueblo, excepto algunos nuevos, me miran como si fuera una catástrofe, el producto de un febril infierno. El único que sabía, y aún así me amó, fue mi abuelo materno. Al menos, tengo la certeza de que una vez, alguien me amó. Me amó con todo. Con mis tormentas y todo. Pero, él murió hace un año, y ahora, no me queda razón para quedarme en este horrible lugar.

》Y yo... no quiero involucrarme sexualmente con nadie. Así jamás tendré probabilidades de tener un hijo. No quiero también traerlo a una tormenta, a un huracán, a un Junio. No me importa si existen los jodidos condones, yo no me fío. No quiero. ¡No quiero, no quiero, no quiero, y mil veces no quiero! Y sentir esto por ti... Me hace sentir como ella, como mi madre, como una impura.

–Junio...

–Déjame, ¿sí? Hagamos como que esto nunca pasó.

Se levantó, y salió por la puerta, azotandola al irse. La seguí, y entonces le dije:

–Junio, no vamos a hacer nada que tú no quieras. Yo no te voy a obligar, ni a presionar. Tú tienes tu historia, y la respeto.

Pero, aún así, se fue.

Todo el día hubo tormentas.

Junio |EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora