1: Unificación

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Trataba de concentrarme una y otra vez a lo que mis apuntes decían, pero mi mente estaba en otro lado. Pensaba en ¿por qué demonios accedí a las peticiones de mi madre y terminé siendo tutora de un grupo de niños de secundaria?

No me malinterpreten, me gusta mucho enseñar, se me da muy bien, pero nunca lo vi como algo de lo que podía sacar dinero — no a mi edad — y ahora debía tragarme mis palabras, necesitaba dinero y recurrí a dar tutorías en algunas asignaturas como mi única fuente de ingresos por el momento. El problema era que debía hacerlo con los chicos de mi vecindario, ellos... no son la personificación de "chicos buenos" o mucho menos "chicos malos". Son una pandilla de preadolescentes con el ego muy arriba de su pequeña estatura y pésimas calificaciones.

Mi primera tutoría era hoy a las 4:15 pm, y lo único que quería hacer era enterrar mi cabeza en algún hoyo subterráneo. No obstante, ese no era mi principal problema en estos momentos, lo era el jodido examen de inglés que tenía a primera hora.

Estudiar no era un problema para mi, era algo un poco más serio. Mis inseguridades me llevaban a hacer tareas como una loca desquiciada, mi ansiedad trataba de matarla jugando algún deporte y caí en esos dos grandes vicios: hacer tareas y practicar deportes. Todo inició un día de aburrimiento, no estaba haciendo algo productivo, tenía alrededor de once años y una pregunta llegó a mi mente de la nada:

«¿Qué pasaría sino lograra aprobar séptimo grado?»

Mi cerebro comenzó a maquinar creando un montón de escenarios trágicos, desde los más estúpidos hasta los más dramáticos. Fui presa del pánico y me dediqué a estudiar como si la vida se me fuera en ello, no lo hacía por "amor a estudiar"; lo hacía por "miedo a fracasar".  Desde ese momento las inseguridades se volvieron mis fieles acompañantes y la ansiedad se convirtió en mi mejor amiga.

Ante mi enfermiza obsesión con los estudios, mis padres tomaron la decisión de ponerme en clases de béisbol para así poder ayudarme. No mentiré, al principio lo odiaba, e incluso llegué a obstinarme en que no debía fracasar, pero luego empecé a amarlo e inconscientemente probaba deportes distintos en cada verano. Suena bien ¿cierto? sin embargo, a pesar que pude relajar mi mente, hubo otra contraparte que nació con este hobbie: mi sentido de la competitividad.

— ¿Es que la terapia no te ha enseñado nada? — escuché una voz conocida, alcé la mirada encontrándome a Shoko con una ceja levantada y los brazos en jarra sobre sus caderas — ¡Deja de estudiar! Hoy no necesitas hacerlo — me reprendió mientras me arrebataba la libreta.

La miré con una mezcla de ofensa y culpabilidad ya que a mi mejor amiga no le gustaba que quemara mis neuronas con más estudio. De hecho, el padre de Shoko fue mi psicólogo y entrenador de algunos deportes.

— Lo siento — me disculpé guardando la libreta en mi mochila y me levanté, estar sentada en las gradas del patio era una tortura para mi pobre trasero — Pero, no quiero que el inglés me viole. No soy muy buena en el y prefiero prevenir — expliqué al mismo tiempo que comenzábamos a caminar hacia los salones, Shoko rodó los ojos y enganchó su brazo al mío llevándome en dirección contraria al salón del clases.

Estaba a punto de protestar sin embargo, mi castaña amiga fue más rápida — Utahime ¿no me digas que lo olvidaste? — reprochó y mi desconcierto solo afirmó su acusación, ella suspiró y me tomó de los hombros zarandeándome — ¡Hoy es la unificación con esa preparatoria de niños ricos!

Quise darme una cachetada mental por ser tan descuidada, en serio había olvidado por completo la unificación. Para entrar en contexto, la preparatoria en la que estudio es pública y el año pasado nos dijeron que posiblemente podríamos unificarnos con una preparatoria privada. Nunca pensamos que fuese a ser real, pero al inicio de clases (hace un mes aproximadamente) nos confirmaron que los niños ricos vendrían a estudiar con nosotros en unas semanas.

𝙀𝙣𝙩𝙧𝙚 𝙧𝙤𝙢𝙖𝙣𝙘𝙚𝙨 𝙮 𝙢𝙖𝙡𝙙𝙞𝙘𝙞𝙤𝙣𝙚𝙨  (PAUSADA) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora