3: Segundo encuentro

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Utahime

«Verlo haciendo cualquier cosa siempre sería mi actividad favorita, incluso ahora, viéndolo organizar libros, era como ver a un ángel. Al percatarse de mi mirada puesta sobre él, se giró y me sonrió.

— Buenos días, llorona»

— Si piensas mucho te saldrá humo del cerebro — me dijo Shoko mientras me tendía una lata de refresco, la miré con el ceño fruncido y ella se limitó a encogerse de hombros — No me pidas que haga magia con cinco dólares, las latas de cerveza son más costosas.

Bufé y abrí la lata, debía reconocer que estaba mal tomar alcohol siendo menor de edad pero, no había problema si ningún adulto se enteraba ¿verdad?

— Deberías cuidar tu hígado, me preocupo por ti — acotó Shoko, fruncí mis labios y la miré con incredulidad.

— Me lo dice la que está fumándose su segundo cigarrillo — ironicé mientras le daba un sorbo a mi refresco, mi mejor amiga rió soltando el humo de su boca y pasó su brazo por los hombros acercándome a a ella — La primera de nosotras que tenga complicaciones de salud por los vicios, tendrá que pagar el funeral de la otra — declaré y ella sonrió asintiendo con la cabeza.

Estábamos en la azotea del edificio menos transitado del instituto, faltaban al menos quince minutos antes de la primera clase del lunes. La unificación y ese "incidente" habían ocurrido el viernes de la semana pasada, aún no podía contarle a Shoko sobre el chico de cabello blanco; cuando ni siquiera yo podía entender lo que había pasado.

Cuando lo vi, mi mente me proyectó un escenario imaginario que parecía real en todo sentido. Era como un recuerdo, algo que estaba segura de haber vivido; sin embargo no le encontraba lógica. Yo no conocía a ese chico promiscuo de ninguna parte, si lo conociera al menos sería capaz de reconocerlo ¿no? Revolví mi cabello y aplasté la lata vacía.

— Creo que necesito terapia — confesé recargándome en el barandal de la azotea. Quizá estaba alucinando a causa de mi ansiedad alarmista y debía visitar al padre de Shoko otra vez.

— Sabes que puedes ir a casa cuando quieras, papá extraña que te quedes a cenar y critiques su pésima forma de cocinar — reí y tomamos nuestras cosas para ir al salón de clases. Nos bañamos en perfume — literalmente hablando — para ocultar el olor a nicotina y tabaco de nuestro uniforme y bajamos de la azotea.

¿Era muy irresponsable querer una cerveza antes de iniciar clases? En mi defensa, tener un pequeño grado de alcohol en mi torrente sanguíneo lograba relajarme un poco para no llevar mi estudio a límites inhumanos. Era como restringirme ligeramente, y quitaba un poco el peso de mi hombros.

Sin duda Shoko y yo no éramos la personificación de las adolescentes modelo.

Cuando llegamos al salón, quise huir. Ayer no pude presentarme a clase porque tuve que suplir a la capitana del equipo de volleyball en un partido, así que no estuve al tanto de que habían nuevos estudiantes. O sea, lo sabía, pero no esperaba tener al chico promiscuo en las mismas cuatro paredes en las que yo solía estudiar. Quise calmarme mentalmente, no debía entrar en pánico por algo tan trivial ¿o si?

Como si todas mis plegarias fuesen ignoradas por Dios, él volteó a verme cuando ingresé al salón. Nuestros ojos hicieron contacto visual otra vez, pero en esta ocasión había algo de dureza en su expresión. Ya no estaba la expresión tierna del chico de ojos azules y mejillas sonrojadas que vi el viernes en el pasillo; era como si fuese un muchacho lleno de frialdad.

Me sentí tan intimidada, como si fuese una niña pequeña que se topó con un perro rabioso. El aire empezó a faltarme, me sentía abrumada, la sensación de sofocarme era mayor, apreté la mano de Shoko y ella me arrastró fuera del salón llevándome al patio. Tras algunos minutos de silencio y la que la brisa matutina logre disipar un poco mi pequeño percance, pude girarme hacia mi mejor amiga que me observaba preocupada.

𝙀𝙣𝙩𝙧𝙚 𝙧𝙤𝙢𝙖𝙣𝙘𝙚𝙨 𝙮 𝙢𝙖𝙡𝙙𝙞𝙘𝙞𝙤𝙣𝙚𝙨  (PAUSADA) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora