|Elian|
Si alguien buscara en mi memoria, vería que mi recuerdo más antiguo es de una aldea, una horrible y sucia aldea. Llegué a ese lugar sin saber quien era mi madre, o mi padre, o mis hermanos. Lo único que sabía era que tenía seis años, mi nombre y que existía la magia, aunque no la veía como la veo ahora. Después de todo, en esa aldea vivían otros como yo, seres sin alguna pizca de magia, seres que veían a la magia como el símbolo del dolor y pesadillas.
Vivía en un orfanato de la aldea Eisihir, con la ingenuidad de que mis padres murieron. No los recordaba, así que no me importaba. Las demás personas, generalmente se comportaban serias o asustadas de algo. No me relacionaba mucho con ellos, pero, al ser nuevo, siempre me advertían que tuviera cuidado por la noche. Tampoco no tuve amigos en ese lugar, aunque no era el único niño ahí. Prácticamente, a los cuidadores no les importaba mucho, y la responsabilidad caía sobre los niños mayores, quienes siempre mantenían una sonrisa forzada. Por unos cuantos días, viví una fantasía de que todo estaba bien; sin embargo, en una de esas noches, me desperté porque escuché un grito.
Al igual que los adultos, los niños mayores siempre nos advertían que no saliéramos de nuestras habitaciones durante la noche, ya que era peligroso; pero, la curiosidad me ganaba. Caminé por los pasillos, lo más sigiloso posible, para que no me castigaran por andar tan tarde por la casa, y me di cuenta de que el grito provenía del sótano, la única habitación prohibida del lugar. A pesar de ello, no estaba cerrada. Abrí la puerta despacio, para ver sigilosamente de quién provenía ese grito. Recuerdo de que el sótano tenía un techo alto, y estaba iluminado con velas en las paredes, así que podía ver claramente lo que pasaba desde ahí.
Al ver lo que pasaba, me di cuenta qué era realmente ese lugar, y el porqué las personas siempre vivían alteradas y sumisas. El grito provenía por parte de uno de esos niños mayores. Estaba amarrado a una silla, y unos adultos de ropas extrañas y elaboradas rondaban por el lugar con bellos palos de madera en la mano. Ellos conversaban tranquilamente como si el grito del chico fuera de lo más normal. No sabía bien de qué conversaban, pero parecía que se estaban cansando de los gritos, ya que uno de ellos sacó un frasco para darle de beber al niño, y dormirlo.
Pensé que lo habían matado, y que no debería estar ahí. Sin embargo, al querer irme, me encontré con otro de ellos, quien sonrió de forma macabra. Aún puedo recordar su sonrisa en mis peores pesadillas, y sus ojos tan brillantes como dos velas ardientes. Me bloqueó el paso con su cuerpo y abrió la puerta por completo de forma abrupta, llamando la atención de los otros y preguntó: "¿Aún no probaron ese hechizo, no?". Ellos sonrieron de igual manera. El tipo agarró el cuello de mi camisa y me arrastró escaleras abajo mientras trataba soltarme. Mis manos temblaban, pataleaba, pero no podía gritar, mi voz no salía. Al poco tiempo, me rendí ante el miedo y acepté mi castigo por ir detrás de ese grito.
Al llegar abajo, dejaron al chico rubio, aún amarrado, a otro lado mientras me dejaban en el centro del lugar. El tipo que me arrastró, sacó un palo de madera similar al de los demás; y al verlo tan de cerca, noté que tenía una gema incrustada en la base del mango. Se puso de cuclillas, poniéndose a mi altura y acerca su palo lentamente. La gema brillaba ligeramente. Con la poca fuerza que tenía, retrocedí, y retrocedí hasta dar con la pared, mientras este se acercaba riendo por cómo me arrastraba para alejarme de él.
—¡Déjenlo! ¡Apenas es un niño! —gritó el chico amarrado.
Sentí un pequeño alivio de que no estaba muerto. Sin embargo, el tipo se levantó y se acercó a él propinándole un golpe en el rostro, haciéndolo caer de lado, y chocar contra el suelo.
—¡No interrumpas! —le gritó.
—Yo... yo... lo reemplazaré —dijo el chico con una voz dolorosa y ronca. —No debería estar aquí.
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Once in the Red Moon
FantasyEn la antigua ciudad de Elstow, Askar, un chico de mucho poder, siempre pensó que la vida era aburrida, llena de expectativas que le era imposible alcanzar. Y al no tener sueños, simplemente vivía bajo la sombra de su hermana. Nunca se le ocurrió qu...