Fiesta.

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-Me parece una pérdida de tiempo ir a esa fiesta.

Dice el pelinegro mientras se ajusta la corbata, en casa de Volkov.

-Me lo pidió Horacio.
-Ya, ya... no puedes decirle que no. Bueno, no sabes.

El ruso ríe y se mira en el espejo.

-¿Voy bien, no?
-Aunque vayas en chándal, le vas a gustar.
-No es por Horacio.
-Sí, vas bien. ¿Yo?
-Solo te veo en traje en los funerales. Así que sí, vas bien.
-¿Voy de funeral?
-¿Y si...?

Se acerca a Conway y le abre dos botones de la camisa. Se miran por el espejo.

-Mejor.
-Vaya imagen, parece que vaya ya con dos copas de más.
-Vas a ser Jack, no el superintendente. Estás fuera de servicio.
-Esa es otra, ¿quién se ha quedado de guardia?
-Brown.
-¿Solo él? ¿El resto está en esa fiesta?
-Se las apañará solo. Además, Gustabo y Horacio odian a Brown. Y viceversa.
-No me lo recuerdes...

El peligris sonríe y se miran de nuevo por el espejo.

-También le vas a gustar.
-¿Eh?- se miran- ¿A quién?
-Vamos... a ese rubio de ojos azules que te vuelve loco.
-Le gusto a todo el mundo.
-Já, buen chiste.

El mayor suspira y se coloca la americana.

-Anda, vamos.

Bajan al garaje, donde Leónidas y Torrente los esperan.

-Vamos, señores. Que a este paso llegamos y ya están todos borrachos- dice Torrente.
-El señor Jack no se decidía.
-Uy, supeh. El señor Jack. Qué 'repipi' ha sonado.
-Porque Volkov es un pijo.
-Tú también, así que cállate.
-Un respeto.
-Hoy no eres mi jefe, así que...
-Punto para el ruso- comenta Torrente.
-Ahora por imbéciles, conduzco yo.
-Tenga cuidado, supeh. Que está recién sacado del taller.
-Uy, sí, Justin. Yo te lo cuido.
-Vete despidiendo de él- susurra su compañero y Volkov ríe.

——

Diez minutos después, llegan a casa de Horacio y Gustabo; tocan el timbre.

-¿Voy bien?- pregunta Horacio.
-Vas guapísimo. Abre la puerta.

El más joven ríe y corre a abrir la puerta.

-Usted también va muy guapo, señor Gustabo.
-Gracias, Moussa. Puedes tutearme, no estamos trabajando.
-Vale.

Se sonríen.

-¡Pero bueno! Menuda facha me gastan los señores.

Grita Greco cuando ve entrar a los últimos invitados.

-Tomad, tomad. Los acabo de hacer, caseros caseros.

Les da una copa de cóctel a cada uno.

-Bonita casa, Horacio- dice Leónidas.
-Gracias, tío. La decoración es mía.
-Y el dinero mío- dice Gustabo.
-Nuestro.

Los demás ríen.

-Es acogedora.
-Gracias, comisario bombón.

Se sonríen tímidamente.

-Por favor, Horacio. Aquí le puedes llamar Víktor, ¿verdad?

Pregunta Conway dándole una palmada en la espalda.

-Y a él le podéis llamar Jack.

Los dos se miran, retándose.

-Eso os pasa por usar solo vuestros apellidos.
-No somos los únicos.
-A mí no me miréis. Me llamáis Torrente porque os sale de los huevos. Yo me llamo José Luis.

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