Cigarro.

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-...y por eso es importante mantener a raya a todos nuestros policías.

Concluía su discurso uno de los altos cargos del CNI: Michelle Evans.

-¿Alguna duda?
-No- respondió Volkov.
-Sí, ¿alguien tiene fuego?- preguntó ahora Conway.
-¿Qué te tengo dicho con fumar?- inquirió ahora ella.
-Me la suda, tú también fumas. ¿Tienes o no?
-No.

El pelinegro dejó escapar un suspiro pesado.

-¿Has terminado ya?
-Ahora le toca exponer sus puntos a Viktor.
-Los cojones.
-Te jodes y te esperas, Jack.

Volvió a suspirar y se echó hacia atrás en la silla.

-Adelante, Viktor.
-De acuerdo... sobre el punto de los policías, difiero en una cosa...

Jack puso en blanco los ojos y desconectó de la conversación. No le importaba en lo más mínimo; él era Jack Conway, hará lo que él quiera.

——

Una hora después...

-Ya eres libre, Jack. Busca el fuego.

El nombrado gruñó.

-Gracias.

Y tal cómo dijo eso, salió disparado hacia la calle, en busca de su coche, sin recordar que Gustabo estaba allí, esperándole.

-¡Conway!

Gritó, cuando vio que se metía en el coche; se miraron.

-Ah, Gustabín... ¿todavía sigues aquí?- dijo, acercándose hacia donde estaba su alumno.
-Me dijo que íbamos a comer con Horacio y luego íbamos a unas prácticas de tiro. ¿Ya se ha olvidado? Uy, la edad...

Dijo, divertido. El mayor gruñó levemente y se fijó en el cigarro que Gustabo sujetaba en la mano.

-¿Tienes fuego?
-¿Eso va con segundas? Porque si es así, sí- rió levemente al ver el sonrojo de su jefe.
-Capullo- el menor rió más fuerte.
-Sí, sí tengo. Acérquese.

Se sentaron en el poyete de un muro cercano y se acercaron un poco más, sujetaron sus cigarros con los labios, Gustabo encendió el mechero y encendió ambos cigarros al mismo tiempo.

Se miraron a los ojos, sin decir palabra. El rubor en las mejillas de Gustabo subía poco a poco y el corazón de Jack latía más deprisa. Dejaron escapar el humo de sus labios interrumpiendo por unos segundo su visión, hasta que se volvieron a ver y el rubio sonrió.

-Pensaba que a usted no le gustaban las distancias cortas.

Dijo, nervioso, pero su superior no contestó. Seguía mirándole en silencio, ni enfadado ni molesto, solo le miraba.

Entonces, y sin esperarlo, el mayor se acercó aún más a él poniendo una mano en su mejilla y dejando un beso en sus labios durante unos segundos.

-Cállate.
-10-4.

El mayor sonrió y se separó.

-Vamos, supernena. Tengo hambre.

No lo pretendía pero provocó un sonrojo en su subordinado, que le hizo reír.

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