2. Dulce intenso.

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[...]

Lordbug regresaba a casa tranquilamente después de su pequeño patrullaje con Chat Noir, aunque haya sido más bien una conversación casual como la de cada noche. Para ser sinceros, ni siquiera sabía por qué seguían patrullando las calles, hacía meses que Papillon había desaparecido.

Sin akumas, solo delitos menores, pero tenían un acuerdo con la policía parisina de no meterse mucho en esos asuntos. Si, eran héroes, pero debían respetar la autoridad, supuestamente.

Mejor para ellos, pensaban. Ahora tenían más tiempo para su vida privada. Chat incluso había encontrado a su omega destinado.

Disfrutaba del frío viento que chocaba en su rostro al pasar de tejado en tejado y de la cálida sensación que se instaló en su pecho le calentó por un segundo.

Tal vez eso debió advertirle.

Pronto esa calidez empezó a quemar, su respiración se volvió pesada y sintió su visión borrarse. Se detuvo de golpe en el techo de algún edificio para tratar de calmarse, pues su respiración se convirtió en jadeos.

Dio unos pasos tambaleantes para tratar de ir a casa.

Maldición, que pésimo momento para que le llegara el celo. No eran días, se estaba adelantando, ¿era porque había acudido al círculo hace unos días?, pero nunca ningunas feromonas de alfa le habían provocado nada, descartaba totalmente esa razón, pero ¿qué ocurría entonces?

Había tomado sus medicamentos solo por si acaso, así que los síntomas no eran tan malditamente insoportables.

Cayó sin cuidado en el balcón cuando trató de tomar su yo-yo.

El ruido despertó al dueño del lugar, y Colín no era precisamente de los que tenían un despertar bueno. Lo primero que pensó el rubio fue que el causante de semejante alboroto era un nuevo akuma después de tanto. Se levantó de la cama molesto y a paso firme se dirigió al balcón dispuesto a gritar y maldecir amablemente al culpable.

Abrió la puerta corrediza de cristal bruscamente, siendo golpeado por un fuerte y dulce olor a durazno.

Sintió nauseas por lo repentino y brusco que era el aroma,  sus piernas flaquean por un momento y retrocede unos pasos. Cubre su nariz y boca, puede escuchar los latidos de su corazón retumbar en sus oídos.

Feromonas de omega, era la primera vez que unas le hacían reaccionar así.

Ve justo frente a él al causante de su creciente locura en el suelo; respirando muy pesado, con el rostro sonrojado y los ojos nublados de deseo.

Nunca, ni en sus más locos sueños, imaginó ver a Lordbug así.

El contacto visual fue inevitable y pudo jurar que el escalofrío lo habían sentido ambos.

El héroe se levantó y como pudo se acercó al rubio, tropezando casi al llegar. Colín lo logró sostener, pero se arrepintió al instante. Sintió una corriente recorrerle por completo, los brazos del héroe tomándolo con fuerza para no caer parecían arder.

Lordbug se aferró a sus brazos y Colín sin pensarlo se aferró a su cintura.

Que parecía hecha a la medida de sus manos.

Lordbug se apegaba a su cuerpo, inspirando sin vergüenza el olor amentado del mayor. ¿Desde cuándo las feromonas de los alfas olían así de bien?, el azabache parecía encantado con la cercanía que mantenía en esos momentos. El aliento caliente que chocaba en su cuello lo hacía estremecer, y eso no hacía más que enojarlo.

Colín estaba tan confundido y molesto, no lograba reaccionar a lo que ocurriría. Su cerebro le gritaba que alejara al héroe, que estaba loco por interrumpir en su balcón de esa manera y en ese estado, ¡para empezar, él odiaba los aromas dulces!, ¿por qué no podía alejarse de lo embriagante que era el durazno que invadía su ser?

No podía evitar el olerlo de vuelta, él no se mostraba tan desesperado o necesitado como Lordbug, pero si era deseoso.

Odiaba no poder controlar sus manos, que no dejaban de juguetear en la cintura ajena, odiaba que Lordbug lo estuviera tomando del cabello de esa manera, odiaba lo borrosa que estaba su visión porque no podía ver con claridad la suplicante cara que el otro debía tener en este momento.

Colín aprovechó un jadeo ajeno para poder esconder su nariz en el cuello del héroe.

Tan dulce, tan hipnótico, tan apetecible... tan suyo.

No se resistió a besar lento y con cuidado; cerca de la clavícula, en su oído y por debajo de este.

Sintió un cosquilleo en su boca, un ligero dolor. Quiso entonces morderlo hasta que el azabache pidiera por piedad.

En cambio, por suerte de ambos, logró empujarlo hacia su habitación, dejándolo encerrado dentro.

Se dejó caer al piso, mientras trataba de calmar su respiración. Agitado, confundido y sobre todo excitado de una manera inhumana.

Mordió su antebrazo, sintiendo al instante sus afilados colmillos encajándose en su propia piel. El dolor pareció regresarlo un poco a la realidad.

Nunca le había pasado eso, ni algo igual. Las feromonas de los omegas nunca tenían efecto en él.

Se sentía tan avergonzado, un lobo puro como el suyo sumido a la merced de un desconocido. ¡Su lobo suplicaba por volver a tener al omega entre sus brazos!, deseaba inhalar de nuevo su dulce aroma, embriagarse en él y dormir en su pecho cual cachorro.

—¿Qué mierda está pasando? —se regaña ante sus pensamientos.

Ve la marca sangrante en su brazo y piensa en lo problemático que hubiera sido si no se hubiera controlado.

¿En serio pensó en morder al héroe?, ¿qué pensaba?, ¿desde cuándo su lobo tenía comportamientos tan neandertales?

Ambos siempre estuvieron de acuerdo en que ese tipo de cosas eran tontas, ¿por qué ahora rasgaba en su pecho pidiéndole que abriera la puerta?

Empezaba a sentirse ansioso, sentía sus manos temblar. Abrazó sus piernas buscando hacerse pequeño y calmarse.

Entonces lo huele.

No son las feromonas que salían de la habitación o las que estaban en su ropa. Eran distintas. Provenían de él.

Dioses...

¿Lordbug lo había impregnado?

¿Cómo carajo iba a explicar que un omega olor a durazno lo había marcado?, ¡maldita sea!, ¿por qué siquiera un omega se había atrevido a hacer semejante cosa?, ¿por qué él había permitido que pasara?

—Voy a matarte. —amenaza.

Aunque no sabe si lo dice al chico en su habitación o al lobo blanco que aullaba dentro de él.

Se sigue abrazando, frustrado.

Y aunque odia admitirlo.

Las feromonas en él lo tranquilizan hasta que le hacen dormir.

Colín esa noche, pese a estar al aire libre con el frío viento en el balcón, duerme como hacía mucho no podía.

Profundo y sereno.

[...]

Pêche  [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora