11. Mi manada.

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[...]

Es temprano en la mañana, se ha despertado a tiempo sólo porque no ha dormido, en realidad. Se da una larga ducha, limpia cada parte de su ser con cuidado, pero con insistencia. Lucha consigo mismo porque sabe que tiene que deshacerse del aroma, pero no quiere perderlo.

¿Por qué era tan difícil?, ¿por qué tuvo que ser Colín pese a todo?, ¿había hecho algo malo en su última vida?, no comprendía porque su destinado no podía ser alguien que lo quisiera sinceramente.

Todas las palabras que Colín había dicho cuándo aún no sabía que Mario era quien las escuchaba, todo eso de ensueño que le dedicó a Lordbug, ¿podía creer en ellas?, ¿podía pensar, aunque sea sólo un segundo, en que sus cálidos brazos y caricias eran sinceras?

No sabía cuánto le duraría la fuerza de voluntad, pero no creía que fuera por mucho más.

Era tonto, se conocía. Sabía que si alguna vez Colín llegara y pronunciara un 'lo siento por todo', él aceptaría.

Y no era justo.

¿A dónde irían todas esas heridas que el rubio ocasionó?, ¿olvidaría las maldiciones por nuevas palabras de amor?, ¿las lágrimas que él provocó serían sustituidas por besos?, ¿los empujones y amenazas serían entonces dulces promesas?

No, la respuesta era no, porque sabía perfectamente que Colín Bourgeois, para empezar, nunca pedía perdón. Era orgulloso, mandón y arrogante, se estaba comportando tan dulcemente porque todos esos sentimientos nuevos lo abrumaban, porque aún no sabía como controlarlos. Mario lo entendía, por eso no se dejó engañar.

¿Qué sería de él si aceptaba ser su omega y después de unos días, ese cariño que su lobo le fingió desaparece?, ¿qué haría cuándo Colín volviera a ser el desalmado que era?, ¿morir por un lazo roto que la Luna tontamente ató?

Trata de sacar esos pensamientos, ese deseo que todavía siente en el corazón de ir a buscarlo.

Camina a la escuela y lamenta que no sea un recorrido largo.

Nota que ya hay muchos estudiantes pese a ser tan temprano. Recuerda entonces que la semana deportiva ha llegado, ¿cómo pudo olvidar una de sus actividades favoritas?, los juegos, las competencias y esa alegría que tanto disfrutaba con sus amigos estaban aquí de vuelta, y lo había estado ignorando por un chico que lo odiaba.

—Mario, amigo, ¿puedes ayudar con esto por favor? — pide alguien, señalando un montón de cajas en el suelo. Él asiente y las levanta con facilidad, aunque son mas pesadas de lo que parece.

—¿Dónde las pongo?

—En el salón seis, por favor.

De nuevo, asiente con una sonrisa.

Camina con cuidado, pues algunos compañeros pasan a su lado sin fijarse. Gira a la derecha y se prepara para subir las escaleras, sostiene y acomoda las cajas con más fuerza cuando su lobo le advierte de un peligro. Su vista viaja rápido al dueño de la mano que se ha posado en las cajas, sobre las suyas.

—Mario, bonito, ¿te ayudo?

—No me llames así.—responde cortante.

El alfa frente a él disimula su molesta expresión al instante.

Es el chico de ayer.

Arrebata las cajas, principalmente para que no le toque. Siente algo tan desagradable en el pecho, que no cree poder tolerarlo mucho.

—¿Por qué tan arisco, eh?— le sonríe ?¿Tiene algo de malo que quiera ayudarte?, seguro son muy pesadas para alguien como tu.

Varios compañeros se han acercado al ver la escena, pues Mario no es capaz de deshacerse de la mueca asqueada y molesta de su acostumbrado rostro amable. Ni siquiera a su peor enemigo le había dedicado esos ojos, y por eso mismo, todos están confundidos.

Pêche  [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora