22. Empezar mi vida sin ti.

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[...]

— ¡Mario! —escucha a la señora Bourgeois llamarle.

— ¿Sí?

—Dijimos que estarías aquí por la tarde... mm se cruza de brazos, en pose de mamá regañando.

— ¡Y ya lo son!, después de las doce del mediodía ya son tardes.

MmMario, son las doce con cinco minutos.

—¿Ve?, hasta me tardé.

Ella ríe.

— ¿Cómo te la pasaste en tu fin de semana?

—Horrible. —responde sincero. —No vuelva a confabular con mis padres para sacarme de aquí, por favor.

—No lo haremos.

— ¿Ya no harán equipo?

—Oh, no, me refiero a que no te haremos caso.

—Ya vi de donde sacó esa actitud Colín...—dice entregándole una caja de macarons que había horneado para ella.

—Uy, me encantan los postres que haces.

— ¿En serio?, me alegra saberlo.

La mujer saca una nota de la bolsa, tiene un koala dibujado.

— ¿Qué es esto? — le pregunta.

—Lo siento, empecé a hacerlo con Colín y se me quedó como costumbre...

— ¿Dibujos?

—No son los mejores, pero...

—¡Entonces...! — le interrumpe, mientras busca en su bolso algo. Saca su cartera y de ella dos papelitos. — ¿Estos los hiciste tu?

Mario siente su corazón agitarse.

— ¿De dónde los consiguió?

—Estaban en la billetera de Colín. — dice. — Las vi cuando recogí sus cosas y me parecieron lindas, ¿son tuyas?

—Son de él, yo se las di junto a unos postres.

—¿Los que me contaste que te devolvió molesto?

—Si, esos...

Mario le había contado todo lo ocurrido entre los dos, omitiendo una que otra cosa, por supuesto. Ella había reído y sufrido su... ¿relación?, ¿intento de amistad?, ¿romance fallido?, no sabe cómo nombrarlo.

Tanto tiempo aquí dentro juntos, Mario y la señora alcaldesa eran casi mejores amigos.

Claro que Adrianne y Samuel iban de visita, algunas veces pasaban días enteros al lado de Colín, pero para ser sinceros; ellos dos en especial se la vivían ahí.

También había hablado mucho con Samuel, se disculpó incontables veces por todos los problemas que había ocasionado y Samuel había dicho que incluso podrían tratar de ser amigos.

—Al parecer mi hijo no es más que un niño todavía.

—Es un idiota. — dice.

—¡Mira quién lo dice, señor inteligencia! —el azabache suelta una carcajada.

La primera en mucho tiempo.

—Por cierto, mis padres me pidieron que le dijera que estaba invitada a cenar...

—¿Irás a cenar tú también?

—No, ellos me especificaron que solo usted podía ir.

— ¿Eh? — ella parece confundida.

Pêche  [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora