10. La amenaza de un alfa.

168 34 24
                                    

[...]

Han pasado unos cuantos minutos desde que Mario salió de su habitación. Se encuentra perdido, no sabe a que sentimiento obedecer. Si a su gratitud ante la atinada reacción de Mario, a la molestia que le genera que nada haya sucedido como quería o la profunda tristeza que su lobo insiste en provocarle en el fondo de su pecho.

Él, Colín Bourgeois, no quería sucumbirse ante nadie. Y mucho menos quería hacerlo ante el azabache.

Tenía cosas más importantes en las que pensar; decidir si tirar todas las cosas de Lordbug que tiene en su colección o no, por ejemplo.

¿No era ridículo?, descubría que su peor enemigo era el héroe que más admiraba en la vida y a penas estaba cayendo en cuenta de eso, ni siquiera le dió importancia, lo único que le preocupó al notarlo, en cambio, había sido en todas esas ocasiones en que estuvo en peligro; en todos esos akumas que él mismo había provocado y que de haber sabido, habría prevenido con tal de que Lordbug no tuviera problemas con ellos.

¿Cuántas veces Mario llegó a clase cansado y lleno de ojeras por haber estado luchando contra monstruos peligrosos?, ¿cuántas muchas otras se burló de los moretones y golpes que tenía por qué pensó que se los había hecho debido a su estupidez y torpeza?

Mario tenía razón, se odiaban. Lo hacían desde pequeños, esos estúpidos deseos no eran suyos.

Sus lobos, el destino e incluso la luna estaban delirando si creían que solo porque sí iban a cambiar. Las personas no dejan de odiarse de un día a otro, ¿qué era?, ¿una estúpida novela romántica sin sentido?

Colín odiaba el romance, solo por si lo habían olvidado. Odiaba al amor más que nadie, le creía insignificante por no decir que inexistente.

Así que si, Colín lo había decidido. Odia a Mario, tanto como Mario debe odiarlo a él.

Que su lobo quiera protegerlo, cuidarlo, mimarlo y decirle a cada segundo lo bonito que son sus ojos, lo suave y tierna que se ve su sonrisa, lo embriagador que es el sonido de su risa, el cómo encuentra tierno sus deslices torpes, que olvide las cosas y se rasque la cabeza confundido, que siempre haga dulces de más para compartir, que ayude a todo aquel que lo necesita, que sea tan dulce con las palabras, que sea tan malo mintiendo, que su voz se vuelva chillona al entrar en pánico, que mueva sus manos desesperadas cuando inventa excusas, que sea tan malditamente bueno en los videojuegos; porque él en lo personal es pésimo, que su sentido de la moda sea bueno, sus diseños grandiosos y que posea un talento casi natural para la confección, que...

... ¿de qué diablos estaba hablando al inicio?, ha perdido el hilo de la idea y no sabe por qué.

Oh...

Cierto, lo odia.

Colín no ha notado todos esos detalles, ha sido su lobo, claramente. Por consecuente, Colín piensa que su lobo es estúpido.

El sonido de su puerta lo devuelve a la realidad.

Se levanta apresurado, casi tropezando, para ir a abrir.

¿Era Mario?, ¿habrá olvidado algo?, ¿regreso a él para...

—Oh, Adrianne...—dice al abrir. — ¿Qué ocurre?

—¿Podemos hablar?

—Eso estamos haciendo.

—Me refiero a...—parece nerviosa.

—Lo sé, estoy bromeando. — intenta sonreírle. — Entra. — se hace a un lado.

La chica obedece con cautela, toma asiento en el sofá. No ha dejado de jugar con sus manos y Colín entiende a la perfección ese gesto.

Pêche  [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora