17. Capuchino gris.

99 24 24
                                    

[...]

Camina rumbo al hotel sin un plan fijo, ¿qué decir?, ¿qué hacer?, ¿cómo iba a decirle que quería intentarlo sin sonar egoísta?

No se podía.

Haga lo que haga iba a quedar como un egoísta, porque lo era.

Aceptaría todo, si Colín no aceptaba, si lo corría de su casa, si lo echaba incluso del país. Lo aceptaría todo, pero si llegase a aceptarlo de nuevo, sería inmensamente feliz. Más de lo que pudiera admitir en voz alta.

Llega al hotel, pero no sabe cómo llegar hasta su habitación. De hecho, está seguro de que no lo dejarán entrar, después de todo es un hotel privado de lujo.

Se esconde en la parte trasera, en donde normalmente están los botes de basura.

—Mario, ¿estás seguro?

—No, ni un poco. —confiesa. —, pero siento que, si no lo digo ahora, no poder hacerlo nunca, ¿sabes?

La pequeña kwami asiente y le transforma. Es ahora Lordbug el que con ayuda de su yo-yo sube hasta el balcón.

Hasta el lugar en el que todo había iniciado.

Se destransforma y se queda afuera un momento, pensando en su discurso.

—Colín, ¿estás bien mi amor?

Mario queda congelado ante la voz femenina.

—Lo estoy, no tienes por qué preocuparte...

—Mírate bebé, ¿te sientes mal?, ¿hace cuánto que no comes?

—Lo hice hace poco...

—¿Crees que no me doy cuenta de que todo esto se trata de un omega?

—Madre, no es eso...

—Tu habitación esta impregnada, Colín. Toda tu ropa y tú incluso.

—No significa nada.

—Es tu alma gemela, ¿no es así?

Mario decide esconderse un poco más, para evitar ser descubierto, incluso a cubierto su boca con ambas manos.

—Mamá, no hablemos de esto, ¿sí?

— ¿Por qué no?, ¿qué ocurre?, tu solo esperas que me quede quieta mientras te veo morir, ¿es eso?

El azabache siente un dolor profundo en el corazón al escucharla.

—Nadie va a morir, por favor no exageres. —pide. —Sólo estoy cansado.

—¿Rechazaste a tu omega? — la alcaldesa insiste. —¿No quieres estar con ese omega?

—No... —responde después de unos momentos. —No quiero.

Mario siente que una lágrima cae por su mejilla, siente unas ganas horribles de llorar, pero se obliga a morderse los labios para evitar hacerlo.

— ¿Por qué no?, ¿es muy malo?

—No...—suelta con un tono de tristeza. —Yo lo soy.

Hay un silencio muy marcado, solo se escuchan los pasos de los tacones de la mujer. Mario supone que se ha acercado a él aún más.

—Yo soy el malo, madre. Le hice la vida imposible... todo el tiempo. —explica. —No es justificación para lo que hice, pero lo odiaba bastante, mucho; como no imaginas. Él siempre tuvo todo lo que yo siempre quise; amigos, carisma, talento... amor...— dice, su voz tiembla un poco. —Lo envidié toda mi vida. Me perecía injusto, ¿por qué él tenía todo lo que yo nunca tuve ni tendré?, ¿por qué él no se esforzaba para caerle bien a los demás?, yo me esforcé muchísimo, me olvidé a veces incluso de quién era yo para tener un poco de aquello que él tenía en exceso.

Mario recuerda entonces todas esas veces en las que Colín llegó al salón de clases con postres de marca cuando eran pequeños, todos los discursos que había dado diciendo que eran de alta calidad y que ellos en su mortal vida tendrían el lujo de comer y que, si lo querían, él podía dárselos. Todos siempre creyeron que solo se trataba de un niño rico que presumía ante todos, él incluso lo pensaba hasta hace poco. Y ahora solo se daba cuenta de que, en realidad, era un niño que quería compartir lo que tenía para tener amigos pero que no sabía como expresarse correctamente.

¿Cuántas veces Colín ofreció traerles a todos algún recuerdo de sus viajes al extranjero pero que nadie nunca tomó en serio?

¿Por qué notaba hasta ahora todo el esfuerzo y dedicación de su alfa?

No... no tenia derecho de llamarle así.

—¿Él te odia? — pregunta la mujer.

— ¿Hay razones para que no lo haga? — responde. Su voz se ha vuelto monótona. —Mamá, no soy una buena persona como crees. No soy el alfa perfecto que tanto te esforzaste en criar.

—Colín...

—Me odia. — interrumpe. —Y está bien, tiene derecho a hacerlo. Lo hice llorar tantas veces, ¿sabías que incluso es probable que su fobia a las arañas sea culpa mía? — le escucha reír sin gracia. —No merezco ser su alfa... no merezco ser alfa de nadie, en realidad.

—No digas eso, mi amor.

—Sé que me ves con ojos de amor porque nací de ti, pero allá afuera no soy nadie. —escucha que suspira. — No importa lo que haga, un lazo del destino no va a reparar todo el daño que nos hemos hecho. —esta vez ríe con gracia genuina. —Porque no creas que él es perfecto, eh. Es el chico más desesperante que puedes llegar a conocer. Es tan bobo y perfeccionista, pero es tan torpe y descuidado, es como... un color gris, ¿sabes?

Mario se asoma un poco para verlo. Lo encuentra sonriendo tan dulce como jamás ha visto.

—Un gris que quiere ser blanco pero que no puede porque es gris. — rie de nuevo. —Como un gris que quiere ser negro, pero... ¡es gris!, él no es nada, pero... lo es todo, ¿entiendes? — lo ve acomodarse en su asiento, sentándose por fin frente a su madre, a quien hasta ahora solo tenía al lado sin verla. — ¡Como un capuchino!

—¿Capuchino? — pregunta la omega, sin poder evitar que una sonrisa se le dibuje al ver a su hijo de esa forma.

— ¡Si!, no es fuerte como americano, ni suave como un latte... es un capuchino.

—No entiendo, creí que ibas a quejarte de él. — le recuerda.

—Oh, cierto. —parece volver a la realidad.

Mario no sabe que hacer o sentir. Siente su corazón lleno de un sentimiento abrumador. ¿Por qué Colin se expresaba así de el?, ¿así se expresan las personas de sus enemigos?

—No pareces odiarlo. —se burla ella.

—Lo hago, creo, me cae mal a veces. Tenemos personalidades muy chocantes, me estresa y aún así...

— ¿Aún así?

—Me gustaría que pudiera elegir a quien amar. No por la Luna, por un lobo o lazo... sino porque él cree que esa persona es la adecuada para él, que escoja a alguien que lo cuide, lo proteja y lo elija por sobre todo.

—¿Y no eres tú ese?

Mario siente sus manos temblar, porque en el fondo él ha preguntado lo mismo.

—No... yo no lo hago... yo sería incapaz de hacer algo así.

Mario huye entonces del balcón. Salta del techo y se transforma en la caída, sintiendo que el aire le golpea con brusquedad en el rostro.

Colín tenía razón en una cosa; las personas deberían ser capaces de elegir a quien amar.

Mario ya lo tenia decidido; lo elegía, sin dudar, lo quería no por la luna o un lazo, lo quería porque había descubierto lo maravilloso que era; lo romántico que se mostraba, lo dedicado que era, lo detallista, lo amable que era a su manera, por todo lo que hacía por los demás sin esperar que lo notaran porque nunca nadie se esforzó por hacerlo.

Él quería hacerlo. Quería seguir notándolo y de ser posible quería que todo mundo lo hiciera.

Por sobre todo, quería que Colín se eligiera a sí mismo.

Que lo escogiera también a él si era posible. 

[...]

Pêche  [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora