Capítulo 1

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Cada vez que Serena visitaba la ciudad, tan pronto como ponía el primer pie en ella, se convertía en el centro de atención de todo aquel que notaba su presencia. En cuanto las personas a su alrededor la observaban, comenzaban los murmullos acerca de su vida como si en verdad supieran todo acerca de ella, aunque la realidad era que no sabían nada, todo se basaba en chismes, suposiciones y comentarios. En fin ¿qué podía hacer? Nada, solo intentar guardar compostura e ignorarlos. Si bien era cierto que la situación le causaba un poco de incomodidad, la experiencia la había enseñado a disimularla muy bien. Serena dirigía su mirada hacia todos esos pares de ojos que se posaban en ella para captar hasta un mínimo detalle, sonreía hipócritamente y pasaba de largo, eso sí, con un caminar bastante altivo, regio y con un enorme orgullo de sí misma. 

Desde pequeña, Serena fue educada con cierta rigidez, preparada para acatar cada protocolo social al pie de la letra. Debía mantener siempre una postura correcta, nunca debía iniciar una conversación o hablar a menos que se le solicitara; como toda una dama de sociedad, siempre tenía que portar esos horribles, pesados y ajustados vestidos que tanto odiaba, pero sobretodo, debía ser educada, refinada, y no dar de qué hablar. ¡Claro! Como si la gente no hubiera estado vigilando cada paso que ella daba, todo para desatar una ola de comentarios ridículos y cargados de malicia. 

Si bien era cierto que sus padres le habían impuesto una forma de ser y de actuar, en el fondo ella era como una yegua salvaje. Le encantaba disfrutar del aire fresco mientras chocaba con su níveo rostro, amaba ser libre, disfrutaba correr y le apasionaba nadar. Siempre quiso tener la vida de una chica normal y haber podido reír sin parar, expresar su opinión abiertamente, hacer algún desastre en público, aparecer por las calles despeinada y desaliñada, pero dado su estatus social, nada de eso le era posible. 

Para su buena fortuna, su casa se encontraba en medio del campo, bastante alejada de todo el bullicio citadino, por lo que en ella podía hacer lo que le viniera en gana sin la más mínima preocupación de que alguien la observara y corriera a divulgar su mal comportamiento. A decir verdad, esta propiedad era más que una casa, representaba el único lugar donde podía ser ella misma, y quizá, el único sitio en el que se sentía feliz y libre. 

La mayoría de las personas que la conocían, afirmaban que tenía una suerte extraordinaria. Para cualquier jovencita el ser la hija de un conde habría sido maravilloso, pero para Serena, era como un calvario y hasta cierto punto, una maldición. Cuánto deseaba haber nacido en cualquier otra familia. Más que una vida cómoda y lujosa, su existencia fue un sin fin de reglas sociales qué seguir y apariencias qué guardar.

Su casa era bastante enorme, aunque la manera en que la obtuvo fue quizá un poco trágica; la había heredado de su primer esposo. Aquél hombre con el que inició su maldición tenía cabellos castaños y ojos del mismo color, aunque sus facciones eran un poco gruesas. No era un hombre malo pero tenía un carácter un poco duro y firme. Cuando terminó la celebración de su matrimonio, como toda una pareja de recién casados buscaron independencia e intimidad, así que fueron a vivir ahí en compañía de algunos sirvientes, pero justo en su primera noche juntos, la noche de bodas, él murió de una manera bastante extraña. Cuando por fin Serena sintió que estaba lista para entregarse en cuerpo y alma al amor de su ahora esposo, salió del baño dispuesta a todo, pero cuando se acercó al cuerpo del hombre con el que apenas hace unas horas había contraído nupcias, notó que este no respiraba. De manera sorpresiva e imprevista, su primer esposo había perdido la vida. 

Después de enviudar y guardar el luto debido, Serena se encontraba un poco renuente a casarse con cualquier otro hombre, pero tras la presión de sus padres, terminó aceptando un matrimonio que, de nueva cuenta, ellos mismos habían arreglado y comenzó una lucha interna entre hacer lo que deseaba o lo que se le ordenaba. Por un lado, estaba su pensamiento, que le decía que aún no era el momento de celebrar una nueva boda; por otro lado, su padre, quien no se daría por vencido, y terminó por convencerla. 

La viuda negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora