Capítulo 20

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Todo el hermoso recuerdo de su entrega a Darien fue interrumpido por la melodía nupcial que traía a Serena de vuelta a su realidad. Justo a   a su costado izquierdo se encontraba  su padre, quien le brindaba una hermosa sonrisa llena de orgullo.

Serena esperaba tras la puerta que daba con el altar y al fondo se veía su prometido.

Miedo, nerviosismo, todo se mezclaba en su estomago con ganas de devolver lo poco que había ingerido justo después de levantatse.

Las puertas del recinto se abrieron, y para ella, las notas musicales se volvían pesadas y lúgubres cada vez que se acercaba su destino, a su final, a su matrimonio, a esa unión que sabía que no duraría más de una noche.

Aquel largo pasillo llegó a su fin y su padre la dejó ahí, junto al novio, aunque entre el velo pudo percatarse de la cara de amargura de Seiya. Al parecer él tampoco quería casarse, pero ante la sociedad, él había dado su palabra de hombre, y sería una deshonra si la rompiera.

Se notaba que el joven estaba más que incómodo. Quizá se debía a que tenía miedo de no volver a abrir sus ojos la mañana siguiente, aunque también parecía algo nervioso ¿Acaso Seiya estaba ocultando algo?

Los minutos pasaron y el sacerdote leía los últimos testamentos para hacer la pregunta crucial, la pregunta que uniría a dos vidas totalmente diferentes y sin aparentemente, nada en común.

—Si hay alguien que se oponga a este matrimonio, que hable ahora o calle para siempre— fueron las palabras del sacerdote antes de que algo bastante sorpresivo ocurriera.

—¡Este matrimonio no se puede realizar!— una cansada y agitada mujer entraba corriendo por la puerta de la iglesia gritando —Seiya, te amo, no te cases, no te condenes y tampoco condenes a nuestro amor.

Todos los invitados se giraron hacia la misteriosa mujer que había aparecido para verla tras haberse sorprendido con semejante declaración.

—¡Lo siento Serena! ¡Perdóname!—Seiya miró a Serena pidiéndole una disculpa y al mismo tiempo le pidió su permiso para ir tras la joven misteriosa.

—Anda Seiya, ve con ella. Solo prométeme que serás feliz, te lo mereces, eres un gran hombre— Serena asintió con la cabeza dándole su libertad mientras unas lágrimas comenzaban a escurrir por sus mejillas.

Eso era lo que ella quería, no casarse. Por una parte vió maravillada la escena de ese amor que se unía con un tierno beso en la entrada de la iglesia y luego se marchaban. Eso era algo que ella nunca podría tener, un amor limpio, puro, voluntario y real.
Pero en el fondo también admiraba a Seiya, pues había tenido las suficientes hagallas y el coraje para enfrentar al mundo entero y estar con la mujer que realmente amaba, cosa que para ella y Darién era muy difícil hacer, pues sus familias se guiaban por las habladurías de la gente y las tradiciones de la pequeña localidad.

Las personas presentes en la iglesia, luego de mirar a la feliz pareja de Seiya y su verdadero amor, la observaron a ella, por primera vez esas miradas estaban cargadas de murmuraciones y malas palabras. Lo único que hizo fue caminar de regreso a través del interminable pasillo. Por fortuna, el velo tapaba sus ojos, y las lagrimas que botaba no eran percibidas por nadie.

Las campanadas anunciaban que la boda había terminado y al escucharlas en su casa, Darien se rompía en miles de pedazos, estaba seguro de que ahora sí la había perdido para siempre. Darien aun no podía olvidar aquella noche en que ambos se habían entregado. En este mundo él tenía claro que ya no podía ser feliz, no sin la compañía de esa chica de ojos azules que sin proponérselo le había robado el corazón.

Serena salió de la iglesia, corrió hasta llegar a su casa, su vestido de novia se había destrozado por completo al atravesar apresuradamente el bosque, pero aún el velo tapaba su cara. Con rabia entró a su casa en la que todo estaba decorado para la fiesta y se abrió paso aventando todo lo que estaba en su camino.

Comenzó a sacar los cuadros de sus anteriores esposos, los rompió y los maldijo. Siguió su camino, entró al despachó y se encontró con el cuadro más grande que había en toda la casa, el de su primer esposo, el de ese hombre que había atraído la amargura a su vida y por el que comenzó su maldición. Una vez más, Serena leyó la inscripción en este y rió con tanta rabia mientras seguía llorando.

Tomó unas tijeras y se cortó el vestido para estar más cómoda, se sacó el veló y las tijeras las enterró en el cuadro demostrando un inmenso odio hacia su primer esposo. Lo descolgó de la pared y de una patada le rompió la zona de la cara, maldiciéndole.

—¡Mis heridas siempre seguirán abiertas sino me voy de este lugar!— gritó tan fuerte que sentía que sus cuerdas vocales se desgarraban. Al fin, Serena había comprendido que necesitaba pasar a la siguiente página de su vida, y para eso, debía enfrentar su peor miedo.

Se colocó frente a esa puerta negra ubicada en el segundo piso y la abrió sin temor, tenía que pasar y superar su miedo. Ese olor a putrefacción que siempre percibía no le golpeó como la vez anterior, ahora sin preocuparse y con un solo objetivo buscó por toda la habitación.

La habitación había sido preparada, y la cama estaba tendida a la perfección en espera de la noche de bodas que ya no llegaría. Movió las mantas y no encontró nada raro pero al momento de mover las almohadas salieron desde abajo unos paracitos que estaban bastante gordos, a los que con sus cortas patas les costaba caminar, pero lograron esconderse bajo la cama y todo encajó como un rompecabezas.

Cuando ella se preparaba tanto mental como psicológicamente para estar en su noche de bodas con cualquiera de sus esposos, no era consciente de cuánto tiempo se demoraba dentro del baño y sus maridos se recostaban, entonces los bichos aprovechaban para chuparles la sangre por la nuca.

Al darse cuenta de semejante hallazgo, Serena bajó a la cocina para buscar un cuchillo y abrió una de sus almohadas rellenas de plumas de ganso, donde varios de los mismos bichos pero más pequeños aparecieron e intentaron esconderse.

Ahora entendía todo, sus esposos morían por el desangramiento, por eso no había rastro de muertes. ¿Pero cómo habían llegado ahí esos bichos?

Sin muchas explicaciones desalojó a todas las personas de la casa junto con los animales esperando que se fueran y estuvieran algo apartados para que no la detuvieran. Entró nuevamente a su hogar, fue a los potreros a buscar algo que fuera de rápida combustión y al dar con un envase de gasolina lo comenzó a esparcir por cada rincón.

Cuando pasó por la cocina agarró unos fósforos, y siguió con su labor.

Ya había esparcido el líquido inflamable por todos los rincones de la casa, prendió un palito de madera y lo lanzó a lo que tiempo después sería una gran hoguera.

Ella ya no podía diferenciar si los sonidos que escuchaba. No sabía si era porque en verdad estaba enloqueciendo o por qué en verdad era reales,d pero disfrutaba oír aquellos parásitos retorcerse del dolor al ser consumidos por las llamas.

Lo único que Serena quería ahora era descansar, terminar con esa vida de sufrimiento y dejar todo atrás, y así sería.

La viuda negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora