Capítulo 2

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Serena continuó su camino hasta topar con la puerta del salón principal de su casa.

Al ingresar pudo notar que estaban reunidos sus dos padres y sus hermanas, cada uno en un sillón individual. Tan solo de ver sus caras podía imaginar lo que se avecinaba.

—Conocerás a tu esposo mañana— diría su padre.

—¡En hora buena hija mía!— comentaría su madre.

Mientras que su hermana mayor intentaría hacer un chiste para calmar el ambiente tenso que se producía en esos momentos.

Efectivamente, tal como lo imaginó, su padre comenzó con una seria reprimenda —Serena, tienes veinticinco años y todavía no puedes conseguir un matrimonio estable. ¿Qué va a decir la gente? los chismes van a comenzar a correr y el apellido de nuestra familia se verá perjudicado ¿Acaso no te importa nuestro prestigio?— habló Kenji, el padre de Serena, mientras esta se acercaba a la ventana para ver el hermoso paisaje que ofrecía la mañana.

—Tu madre me ha dicho que las niñas como tú están deseosas de casarse, pero contigo todo es diferente— continuó el patriarca de la familia Tsukino.

—Padre, discúlpame, sabes que me he casado muchas veces como para decir que necesito otro marido. Lo que diga la gente se que te importa mucho, pero… ¿no te importa más la felicidad de tu hija?— contestó Serena con una mirada que amenazaba con derramar algunas lágrimas —espero que me entiendas. Para mi no es nada agradable que mis maridos mueran y que pase un mes y tenga que casarme de nuevo— dijo Serena caminando hacia la puerta y tomó la perilla para disponerse a salir, pero antes dejó un último decreto —Me volveré a casar cuando me enamore, aunque lo veo imposible. Además el dinero no me falta porque tengo la fortuna suficiente que me dejaron mis difuntos maridos así que podré sobrevivir mientras llegue el hombre indicado— expresó Serena con firmeza y salió dando un fuerte azotón a la puerta y caminó nuevamente por el largo pasillo hacia llegar a la puerta principal de la casa hasta que sus piernas no aguantaron más su peso y cayó al suelo lentamente haciendo que por fin sus lágrimas brotaran. La dureza que había formado en su corazón con las muertes de sus cónyuges se había terminado con la conversación con su familia.

Después de algunos minutos, Serena se limpio las lágrimas, se levantó y camino como toda una Tsukino lo haría, siempre digna. Cerró la puerta, pasó por el largo jardín que poseía la familia y llegó a la calle donde varios carruajes pasaban haciendo un gran estruendo por los golpes de las patas de los caballos contra el piso cosa que le producía un gran dolor de cabeza. Intento ignorar aquel bullicio y siguió su camino hacia la calle.

A lo lejos, se acercaba un pequeño niño que corría a toda velocidad por las calles. Llevaba los ojos cerrados y cada vez que golpeaba a alguien pedía una leve disculpa y seguía corriendo. Una vez mas el chico chocó y luego, sintió que unos brazos lo rodeaban deteniendo su estrepitoso andar.

—¡Oh! Querido ten más cuidado cuando vayas corriendo por las calles, te podría atropellar un carruaje— Serena le sonrió de una manera cariñosa. Siempre había deseado tener hijos pero con la maldición que tenía le era imposible.

Le acaricio la cabeza al pequeño con un poco de ternura y este sonrío de manera divertida, le faltaban algunos dientes al niño, lo que hizo que ella lo mirara de una manera aún más tierna.

—¿Usted es la viuda negra verdad?— expresó el pequeño con esa inocencia que caracteriza a los seres humanos de esa edad. Serena por su parte, lo miró sorprendida ante el apodo con el que ya todos la habían etiquetado
—Es que usted es igual a la araña— agregó el pequeño niño.

—¿Porqué dices eso? ¿Acaso soy tan fea o peluda?— Serena cuestionó con su rostro lleno de diversión.

—Al contrario lady, usted es muy bella, pero es igual que aquella araña que se come a sus maridos luego de aparearse— Serena guardó silencio por unos segundos pues se sorprendió de cómo ese pequeño de no más de siete años había hecho una comparación un tanto rara, aunque siendo sinceros, le había agradado ese apodo y se lo tomó con humor.

—Tú eres pequeño pero inteligente, dime ¿quiénes son tus padres?— tenía una cierta curiosidad por saber quiénes habían engendrado a tal persona que a su corta edad podía asimilar cosas de adultos. Tenía fascinación por el chico, pero este no respondió. Serena se preocupó un poco imaginando que su nula respuesta se debía quizás a algún pleito con su madre o padre, o a que tal vez hubiera escapado de su hogar—Te llevaré a casa. Sólo dime en donde vives.

—No se preocupe, estaré…— sin dejarlo concluir su hablar, Serena lo interrumpió de manera abrupta.

—¡No, no!— Grito horrorizada —No puedo dejar que a un pequeño tan inteligente como tú le pase algo en el camino— le golpeó la nariz con el dedo haciendo que el pequeño lograra sacar una risa.

—Está bien mi lady, mi nombre es Helios— dijo el pequeño ofreciéndole su brazo como todo un caballero, pero ella era más alta —Disculpe, aun soy pequeño— respondió el pequeño niño al ver la diferencia de estaturas.

—Algún día crecerás y podrás ofrecerme tu brazo, por el momento dame tu mano— respondió Serena con una sonrisa.

Ambos se fueron tomados de la mano de una manera tan inocente que podría pensarse que eran una familia. Ella reía con las ocurrencias o anécdotas del pequeño y se impresionaba por las investigaciones que afirmaba hacía en el establo de su casa. Él era todo un genio.

—¡Mi hermano me está buscando!— el pequeño apuntó con su deo índice hacia un caballero alto que se encontraba de espaldas volteando hacia todos lados intentando visualizar al pequeño.

—Entonces, Helios, te dejaré aquí. Recuerda, si te portas bien y haces todas tus investigaciones podrás venir cuando quieras a mi casa. Serás mi invitado de honor— el chico no se dejó esperar y la abrazó en señal de agradecimiento y amistad.

—¡Eres mi primera amiga!— Serena se sintió tan feliz al escuchar al pequeño decir eso —Tú también puedes venir a mi casa a ver cómo van mis investigaciones— expresó el tierno niño.

—Lo hare con gusto, amigo. Bueno es mejor que te vayas tu hermano te busca y parece desesperado de no encontrarte— finalizó ella antes de ver partir a tan singular criatura.

El chico se fue corriendo a los brazos de su hermano y le contó las cosas que había hecho y hablado con la lady, pero cuando quiso mostrársela, ella ya no estaba.

Era rápida para irse.

La viuda negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora