Capítulo 4

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Con un bello vestido color negro con encajes rojos que la hacían marcar su figura junto con un velo del mismo tono que tapaba su cara dejando al descubierto solo sus labios rosados, Serena se mostró en la fiesta de la ciudad, en donde todas las jóvenes casamenteras junto con sus familias se presentaron, por supuesto, también se encontraban ahi los hombres jóvenes de la alta sociedad.

Serena recorrió todo el salón en busca de sus familiares mientras daba pequeños saludos a los presentes que no se imaginaban lo que ocurriría más tarde.

Una vez que los localizó, se acercó a sus padres, cuando de pronto escuchó un grito de su madre, quien siempre tenía la misma reacción al verla "disfrazada", según ella, de esa manera.

Con pisadas duras que parecían un martillo golpeando un clavo, caminó hacia ellos, saludó a cada uno de sus parientes haciendo caso omiso a cada adjetivo que su madre hacia sobre el vestido que llevaba.

–No conseguirás marido si sigues con esa aparienciail— habló su madre riendo un poco.

Serena sólo giró su cabeza mientras su madre seguía con sus comentarios.

—No te puedes quedar sola Serena— al escuchar estas palabras de su progenitora Serena estaba dispuesta a responderle, pero sabía muy bien que le llevaría la contraria y se dejaría convencer de que ella tenía que estar con alguien por obligación. Para la madre de Serena era indignante que una mujer estuviera sola y con la ausencia de un marido. Aunque eso era mal visto en la sociedad, en realidad no le importaba mucho ya que su principal coraje e interés era que sus hijas no estuvieran casadas antes que la hija de su eterna rival Setsuna.

Setsuna era una mujer que tenía oídos y ojos por todas partes, conocía los secretos hasta de las piedras, era la madre de una muchacha joven que estaba en busca de marido y que tenía la costumbre de tener un abanico siempre para darse aire en todo momento, incluso en los días de lluvia.

Ikuko paró bruscamente la pequeña charla que sostenía con su hija para fijarse en aquella mujer, en su eterna rival.

—¿Querida qué haces aquí?— habló tiernamente Ikuko —Pensé que tu enfermedad no te permitiría asistir a la reunión.

—Por favor, no soy una vieja que necesita de sales aromáticas para sentirme bien— respondió Setsuna con una sonrisa que surcaba sus labios dando a entender la indirecta que le enviaba a Ikuko.

Los ojos de Setsuna se posaron en Serena y no dudo en hacer comentarios burlones acerca de ella, le gustaba tanto molestarla que hasta creía que era su pasatiempo favorito.

Ambas señoras fueron muy amigas de pequeñas, pero comenzaron a ser rivales cuando Setsuna dió a luz a su hija Michiru unos cuantos meses después del nacimiento de Serena.

Hasta hace dos años Ikuko había logrado casar a todas sus hijas pero luego ocurrió el infortunio de los maridos de Serena y Setsuna siempre se lo sacaba en cara, lo que provocaba la furia de la señora Tsukino, pero guardando la postura de dama de la alta sociedad, Ikuko le respondía con comentarios hacia su hija que aún no encontraba un hombre que se interesara en ella.

Ambas juntas eran muy peligrosas.

—Tengo entendido que tu hija, Serena, aun no se casa— bombardeó Setsuna.

—Igual que la tuya, querida— respondió Ikuko contrarrestando el comentario de su rival.

—De hecho la mía está hablando ahora mismo con un pretendiente— respondió Setsuna señalando el lugar donde Michiru y un hombre y ven y apuesto hablaban.

Ikuko hiba a replicar pero su hija ya no estaba a su lado perdiéndose de su vista igual que toda su familia.

—Vamos querida tomémonos unas copas y recordemos viejos momentos de nuestra juventud— ofreció Setsuna.

—Tú serás la vieja yo aun estoy en la flor de mi juventud…— la rivalidad entre estas mujeres ocasionaba comentarios ofensivos pero discretos entre ellas.

Cuando Serena vió llegar a la mujer que era la rival de su madre, ella salió corriendo a la primera oportunidad que tuvo, odiaba estar entre ellas y escuchar cómo se enviaban veneno escondido en oraciones y creyéndose las mejores amigas del mundo. Aunque no le desagradaba la presencia de ninguna de las dos, era preferible no meterse cuando estaban en medio de una acalorada conversación por que muchas veces ella era el tema principal de todo.

Una vez que se escapó de ambas mujeres se presentó otra dificultad, su hermana Mina. Conocía la mirada de esta así que una vez más salió huyendo, no encontró ningún otro lugar para esconderse mas que tras pequeña palmera, si no fuera por el incomodo corsé que le apretaba hasta sacarle el aire de sus pulmones estaría bien en ese lugar, aunque por supuesto estaría mucho mejor en su casita frente a la chimenea tomándose un té o bañándose en el río. Aunque su madre le decía que eso era indecoroso para una señorita de su estatus ella igual se bañaba ahí porque le gustaba y no lo cambiaría por nada.

Serena se abrazó las piernas y esperó a que su hermana se aburriera de buscarla, bien escondida detrás de la planta. Siguiendo con la mirada a Mina no se percató de que un hombre estaba tras ella dispuesto a asustarla.

—¿Por qué te escondes?

Serena se sobresaltó y casi vota el macetero de un empujón, por suerte el hombre alcanzó a sujetarla al vuelo.

—¿Acaso usted no sabe que es de mala educación asustar a una persona?— dijo Serena un poco molesta.

El hombre que tenia arrodillado frente ella se parecía en rasgos físicos a su pequeño amigo pero lo que más le gustó fueron aquellos ojos negros tan profundos con un toque de misterio oculto entre ellos.

—¿Se esconde de algo? ¿Quizá de su familia?— cuestionó el desconocido.

Esa pregunta le recordó que su hermana estaba muy cerca y quizás la escucho así que, olvidándose por un momento del joven, verificó que Mina estuviera muy lejos; suspirando con alivio se dió la vuelta en tan ajustado espacio donde seguía el apuesto muchacho esperando la respuesta de la dama, la cual nunca llegó

—¿Quieres bailar conmigo?— el enigmático pelinegro le ofreció su mano.

Serena levantó una de sus tan perfectas cejas y tampoco respondió. En un principio, pensó que el hombre también buscaba un lugar en donde ocultarse pero descartó esa idea de inmediato ya que él la había visto esconderse y seguramente lo único que quería era asegurarse de que se encontrara bien.

—¡Darien!— chilló un niño que apareció de entre las hojas y abrió los ojos a más no poder para encontrarse con ambas personas —¿Lady Serena? ¡Que gusto verla!

Serena miró al pequeño y luego a Darien. De principio pensó que tenían un lazo sanguíneo en común pero se sorprendió más al escuchar que eran hermanos. Sin esperar otra pregunta la mujer invitó al pequeño a bailar, no era que ella fuera una bailarina ni mucho menos, sólo quería alejarse de ese hombre que estando cerca la ponía nerviosa.

El niño miraba el suelo para no pisarle los pies mientras seguía el ritmo de la canción, las personas que estaban más cerca veían el espectáculo con gracia, ternura o vergüenza ajena, pero a ninguno de los dos les pareció importarle tal hecho. La joven soltó una pregunta que tomó por sorpresa al niño:

—¿Qué planeas Helios? ¿Por qué estabas detrás de los arbustos?

La viuda negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora