Capítulo 3

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De regreso en su casa, Serena dió un sorbo a su té, lo dejó a un costado de su escritorio y siguió revisando los muchos papeles que se encontraban sobre él.

—No sé por qué sigo revisando esto— Serena los tomó y los tiró llena de fastidio, y la mayoría cayeron al suelo —Sólo son de personas hipócritas que están detrás de mi fortuna— Suspiró pesadamente —No los soporto ni me soportan, no veo por qué me invitan a esas estúpidas fiestas.

—Señorita, cálmese le puede hacer mal— expresó con preocupación su sirvienta quien se encontraba limpiando el estudio.

—¡Bah! No soy una vieja de cien años para que le haga mal enojarme con ellos. Además se me ocurre una idea bastante interesante para que dejen de molestarme de una vez por todas.

Serena sonrió malvadamente pues su mente acababa de idear un astuto plan para que aquellas personas de gran posición social la dejaran tranquila de una vez por todas, y lo haría en la fiesta más importante de su ciudad. Daría mucho que hablar y jamás seria invitada a otro de esos eventos, aunque el único problema eran sus padres que de seguro asistirían y le intentarían conseguir otro marido, pero ese era otro tema y no le dio mucha importancia, total ya perdonarían su acción con un presente.

Lamentablemente su familia también entraba en esa categoría de gente interesada en las cosas materiales, sobre todo su hermana Mina.

La única que se salvaba era Lita la hermana mayor de las tres, era una chica bastante sencilla, estaba casada con un doctor.

Mina, la hermana menor, era una mujer que disfrutaba de llevar las cuentas claras y sabia lo que quería, el dinero era su vicio, y muchas veces en sus viajes de placer, habia llegado a estafar limpiamente a uno que otro hombre.

Su madre, Ikuko, era una mujer de avanzada en edad que poseía un carácter sumiso y alegre, muy pocas veces se le veía enojada. Lo único que le molestaba era que sus hijas no estuvieran casadas, y aunque no le interesaba mucho el dinero siempre disfrutaba de recibir regalos de costos muy altos.

Su padre el conde Kenji, muy distinguido, era un hombre con un carácter alegre que daría todo por sus hijas, estricto en que ellas nunca dieran de qué hablar, pero muy manipulable por su esposa.

—Señorita, creo que esta carta no debería de tirarla a la basura— comentó la sirvienta quien era una gran amiga y confidente de la dueña de la casa

—Déjamela ahí. La leeré luego, quizás sólo sea mi padre pidiéndome comportarme o quizás de mi hermana Mina pidiéndome que le preste alguna casa del extranjero— dijo Serena masajeandose la sien, pues le daba una jaqueca insoportable al saber de alguna fiesta.

—Necesito que le digas a Andrew que me prepare un caballo, saldré a despejar mi mente. Iré a cambiarme de ropa— Serena estaba por salir del estudio cuando le dijo algo muy amable a su sirvienta —Otra cosa, no me digas señorita, odio que me digan así, además has trabajado para mi tanto tiempo que ya somos casi hermanas sólo dime Serena— infló sus mejillas y se fue, dejando a su amable mucama Luna con unas sonrisa en el rostro.

La verdad era que tan sólo desde hace dos años Luna trabajaba para la chica de ojos azules, pero aún así, la conocía perfectamente.

Serena era una chiquilla, muy inquieta y orgullosa, que odiaba a las personas que veían sólo el estatus de social y el nivel económico de los demás y no las cualidades de estos y que las trataban mal, como hacían muchas personas a sus sirvientes.

Ella era una persona a la que no le importaba mucho el dinero, sólo tener la felicidad de tener gente a su lado, por eso los trabajadores de la casa la querían mucho ya que su forma de comportarse era como de una niña pequeña y daba aquella sensación de querer cuidarla. Todos se cuidaban entre ellos eran una verdadera familia, sin discriminación alguna.

Cuando Serena tomó su caballo salió a galopar cerca de un río. Se le hizo costumbre hacer aquella actividad luego de tener algún problema, era un método para liberarse de las tensiones. Cosas tan sencillas como la briza del viento golpeando su cara, oír los pájaros revolotear por todas partes, escuchar al agua correr y chocar en las rocas era algo que realmente la relajaba.

Durante su recorrido, algo llamó su atención de pronto, vió a un niño arrodillado en la orilla del río intentando atrapar una rana que se estiraba un poco más para alcanzarla, ya la tenía sólo faltaba unos cuantos centímetros y la capturaría.

—¿Qué haces?— el chiquillo casi se cae del susto pero Serena alcanzó a sostenerlo antes de que tocara el agua.

—Señorita ¿acaso usted no sabe qué es de mala educación asustar a una persona?— la mujer se sorprendió por la forma de hablar de él, levantó al chico y lo dejó en el suelo.

—¡Valla! parece que no me recuerdas— expresó Serena con una pequeña sonrisa.

—¡Oh! Discúlpeme, no sabía que era usted ¿Recibió mi carta?

—¡Así que era tuya!— habló la joven recordando la carta de la que le habló su sirvienta —No la pude leer, es sólo que recibí malas noticias y pensé que podían ser peores.

—¿No vió quién era el remitente?— el pequeño preguntó girando un poco los ojos en señal de sarcasmo.

—No sé me ocurrió— serena expresó avergonzada.

—Para su edad es muy torpe— atinó a decir el niño.

—Eso me ofendió, más respeto con tus mayores— serena infló las mejillas, se cruzó de brazos y se giró sobre sus tobillos dándole la espalda al pequeño —En fin ¿quieres ir a cabalgar conmigo?

Al niño le corrió una gota de sudor por la sien de la vergüenza, aunque observaba sorprendido cómo ella podía cambiar tan fácilmente del enojo a la alegría.

Helios aceptó gustoso la propuesta de la joven. Serena desamarró tomó su caballo y se subió a este, le tendió la mano al niño, el pequeño la recibió y de un salto se subió al animal.

Cuando el pequeño estuvo de regreso entró a su casa y pudo oír a sus padres discutir por causa de su hermano mayor. La plática era sobre que tenía que casarse pronto con una señorita de alto estatus. Helios se sentó al lado de la puerta del cuarto de estar, sabía perfectamente que los tres miembros de la familia se habían encerrado en esa habitación, estaba aburrido de escuchar siempre lo mismo, se sentía apartado, siempre lo dejaban de lado.

Tanto su madre como su padre como nunca le preguntaban nada sobre él, podía estar desaparecido por varias horas y cuando llegaba no les interesaba donde estaba, siempre era su hermano el único que importaba, aunque lo quería, muchas veces lo llegaba a odiar de sobre manera por eso.

Para su corta edad poseía una gran inteligencia lo que era una gran cualidad pero se transformaba en una desgracia ya que se pasaba hablando de sus experimentos, situacion que hacía correr a todos los niños de su edad, por lo que no tenía amigos hasta que conoció a la señorita Serena. Helios recordaba perfectamente cuando sus padres hablaban sobre Serena de una forma nada sutil, diciendo que mataba a todo hombre con el que se casaba y que por eso siempre guardaba luto, lo que hizo que empezaran a apodarla como la araña, también escuchó que ella era muy reservada y que tenía una fortuna deseada por muchos.

Lo cierto es a qué todos se equivocaban, en el fondo Serena y Helios eran tan iguales, ambos  necesitaban cariño verdadero, compañía sincera y bastante comprensión.

La viuda negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora