Adaptarse a la Nueva Vida

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Narrador Omnisciente:

El ruido de los cascos de los caballos resonaba por el campo. Un grupo de jinetes corría a galope tendido por los campos que separaban Minas-Tirith de la frontera con Mordor. Su objetivo: buscar a los orcos que sobrevivieron a la batalla en las Puertas Negras.

A pesar de que, al haber sido derrotado el señor oscuro, Sauron, y que el suelo se abriera en una gran grieta matando cientos de repugnantes orcos, había otros tantos que seguían vivos y coleando.

El grupo de caballeros procedentes de la ciudadela blanca de Gondor, había salido temprano por la mañana. Al alba, todos estaban ya en la entrada con sus respectivos caballos comprobando los últimos arreglos de sus monturas.

Justo cuando el sol asomaba por completo por el horizonte, a pesar de encontrarse todavía a poca altura, un jinete, con la armadura de Gondor, el casco tapando casi todo su rostro, portando un carcaj y un arco a sus espaldas, junto con una espalda a la cintura, apareció bajando las calles para unirse a los demás caballeros. Iba sobre un precioso caballo castaño con las crines negras y calzado (las puntas de las patas, donde comienzan los cascos, de color blanco) hasta las rodillas.

Cuando el jinete llegó a la plaza de entrada, todos los demás montaron por fin sobre sus caballos y, mientras el misterioso jinete se iba acercando a paso ligero hacia la gran puerta que protegía la ciudad, los guardias la abrían. Así comenzaba a trotar, seguido de los demás caballeros, hasta terminar galopando a pocos metros de la ciudadela.

Aquél jinete era quien dirigía el grupo. Tenía experiencia en la montura y las armas, y los demás habían aceptado que fuera él quién los guiara en la "caza del orco".

Estuvieron toda la mañana fuera, matando las primeras criaturas a no mucha distancia de la capital de Gondor, aunque suficiente para que las monturas se perdieran de vista en la lejanía. Desde lo alto de la torre más alta, una mujer de pelo moreno escuchaba los chillidos de los primeros orcos ensartados con dagas y espadas.

-Por favor, ten cuidado... -murmuró para sí misma mirando el horizonte, hacia la dirección por la que habían salido galopando todos los soldados. La preocupación de la señora elfa era notable en su tono de voz...

El líder de los demás caballeros disparó una flecha a la cabeza del último orco con vida de aquél primer grupo. Se encontraba en el suelo, moribundo, gimiendo en busca de un último aliento, y burlándose a carcajada limpia del jinete. Había reconocido su persona por el olor que desprendía, ya que el casco tapaba gran parte de su rostro y hacia falta una gran capacidad visual para reconocer a simple vista, y en medio de la pequeña batalla, a quién pertenecían los ojos que asomaban, y el brillo que desprendían.

Siguieron hasta bien entrada la tarde cazando orcos en las fronteras cercanas. A pesar de no encontrar numerosos grupos de las asquerosas criaturas, se habían cruzado con gran número de agrupaciones. Algunas de ellas fueron emboscadas en pequeños barrancos por los que pasaban los caballos. Otras, sin embargo, saltaban desde detrás de unos arbustos para herir a los jinetes y sus monturas, razón por la cual algunos hombres compartían caballo con otro compañero, ya que su montura se encontraba malherida.

Entrada la tarde, volvieron a Minas-Tirith para volver a la caza en un par de días, mientras los caballos descansaban y algunos soldados recibían ayuda médica.

Mientras los jinetes bajaban de los animales y llevaban sus monturas a los establos, a la vez que algunos otros acompañaban a sus compañeros a recibir vendajes y atención médica, el jinete misterioso que los había guiados durante todo el día subió, aún sobre su caballo, hasta la plaza del árbol blanco. Al llegar ahí, su pariente consanguíneo le estaba esperando.

Cierto "Orejas Picudas"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora