El Bosque Negro

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Cuantos más días pasaban desde la partida de Ayerin, más preocupado se encontraba el rey de Gondor. La vida de su hermana podría estar en peligro en aquellos mismos instantes...

-No te preocupes -habló su futura esposa apareciendo detrás suyo para ponerse a su lado-. Seguro que está bien. Es una mujer fuerte, tanto como tú.

-Sé que puede defenderse ante los orcos -contestó mirando por la ventana-. Pero me preocupan más los peligros que habitan en el bosque. Cuando pregunté a Legolas por ellos no quiso darme detalles acerca de dichas criaturas.

-Tranquilo -volvió a hablar la dama elfa-. Aunque estuviera en apuros, seguro que es capaz de manejar la situación.

El monarca pasó el brazo sobre los hombros de su amada mientras la abrazaba contra su pecho.

-Eso espero -musitó mirando el horizonte.

Se encontraban en una de las torres, mirando desde la ventana en la dirección por la cual se había marchado la ex-capitana hacía varias semanas. Ambos estaban notablemente preocupados por su seguridad, al igual que el capitán Faramir, pero el rey tenía siempre la cabeza en otro sitio: el estado en el que podía encontrarse su hermana.

(...)

Mientras tanto, Ayerin se encontraba frenando su montura: acababa de llegar a las fronteras del Bosque Negro.

Observó detenidamente los árboles, en busca de algún peligro pero, aunque sintió un escalofrío a lo largo de toda su espalda, no encontró nada fuera de lo común en un bosque élfico.

Guió a su caballo por la frontera de los árboles hasta encontrar el camino de baldosas que Gandalf le había descrito. Necesitaba seguir ese sendero si deseaba encontrar el camino hacia el centro del bosque donde, según el mago blanco, se encontraba el castillo del rey Thranduil...

Espoleó al animal para que entrara en el bosque sobre las baldosas en el suelo pero, avanzados solo dos metros, retrocedió asustando, relinchando y resoplando, hasta salir de los árboles. Por más que la amazona insistía al caballo a entrar, éste no obedecía y rehusaba acceder el interior del bosque.

El ver que desde arriba era imposible convencer el caballo, la mujer bajó a tierra, sujetó firmemente las riendas y, mientras acariciaba la cabeza del caballo y le susurraba palabras tranquilizadoras, tiraba ligeramente de la embocadura para introducirse un poco entre los oscuros árboles de los elfos silvanos. Sin embargo, recorrido un metro hacia el interior, el caballo volvió a tirar hacia atrás queriendo escapar de su sombra amenazante. La capitana suspiró intentando calmar al animal, pero éste se encontraba muy intranquilo, por lo que, poco a poco, fueron volviendo al exterior.

Una vez fuera consiguió calmar a su compañero de viaje. Cuando ambos estuvieron más calmados, Ayerin suspiró. Necesitaba ir a caballo si quería llegar lo antes posible al castillo del rey silvano, pero tampoco quería obligar a su fiel compañero a acompañarla a aquel lugar tan aterrador...

Resignada, quitó sus bolsas de la montura y colocó bajo la cincha un papel que había sacado de una de dichas bolsas.

-Lleva este mensaje a Aragorn, por favor... -susurró acariciando el rostro de su compañero. Apretó un poco más la cincha para que el papel no se escapara y, tras dirigir un par de palabras de despedida al animal, le instó a que volviera a Minas-Tirith para, una vez que lo perdió de vista, respirar profundamente y adentrarse en la oscuridad del bosque, siguiendo el sendero.

(...)

Había pasado una semana desde que Ayerin se adentró por fin en los frondosos árboles del bosque silvano. Siempre parecía que era de noche allí dentro, por lo que Ayerin caminaba  todo el tiempo que su cuerpo aguantaba para después dormir. Nunca sabía si era de día o de noche. Solo se guiaba por el camino de baldosas élficas y por el sueño que reclamaba su cuerpo cada cierto tiempo.

Cierto "Orejas Picudas"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora