Preparativos...

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Arwen se encontraba en la cocina de la Torre Blanca de Gondor, mientras Aragorn estaba en la sala del trono y Ayerin en la plaza del árbol blanco con Faramir. Cada uno realizaba su respectiva tarea de los preparativos pendientes para la celebración más esperada por todo Gondor, e incluso por otras muchas regiones: la boda del recientemente coronado rey con la dama de los elfos de Rivendell.

La novia se encontraba eligiendo la comida, su prometido redactaba la lista de invitados -de más de dos metros de largo-, y la hermana del novio organizaba, junto al ex-capitán, una pequeña sorpresa que había preparado para la celebración. Solo su amigo sabía acerca de aquello, que sería su regalo de bodas para la pareja.

Mientras la capitana explicaba al hombre su idea de la sorpresa cuando un guardia de la entrada a la ciudad llegó, haciendo que la mujer detuviera sus comentarios.

-Mi capitana -saludó el soldado haciendo una pequeña reverencia-. El mago blanco desea hablar con vos.

-Puede venir -dijo Ayerin-. Dile que le espero aquí.

El guardia asintió y se despidió para ir junto al mago. Faramir también se despidió de la mujer para que pudiera hablar a solas con el anciano.

La capitana caminó por la plaza del árbol hasta llegar al borde, al pico que se había formado, y que daba una gran vista de las Tierras Oscuras de Mordor... O de lo que fue en su tiempo.

Al contemplar el paisaje, un escalofrío recorrió la espalda de Ayerin, recordándole todo lo malo que se había acumulado en ese lugar hacía un año, recordando las huestes de orcos que habían salido a pelear no mucho tiempo atrás. Para Ayerin, parecía que hubiera sido ayer, cuando estaba dispuesta a entregar su vida por proteger la Tierra Media. Propósito que seguía en su mente...

-Una mañana agradable, ¿no es cierto? -Aquella voz la sacó bruscamente de sus pensamientos. Se dio la vuelta rápidamente, alerta, pero se relajó al ver de quién se trataba.

-Gandalf... -murmuró-. Me has sobresaltado.

-¿No te he asustado? -inquirió divertido acercándose.

-Sabía que estabas en camino -explicó la mujer con una sonrisa en el rostro-. Pero no me esperaba que apareciera tan de repente.

El mago rió mientras se acercaba a la capitana. Ésta volvió a mirar hacia las tierras, todavía bastante tenebrosas, de la región oriental a Gondor. Otro escalofrío recorrió su cuerpo, que se estremeció, mientras Gandalf se acercaba, también, al extremo de la plaza.

Ambos observaron las tierras de Mordor, desiertas tras la batalla de hacía casi un año. Tal vez aún quedara alguien, pero de ser así sabía esconderse, pues no se vislumbraba, ni de día ni de noche, ningún indicio de vida: ni humo de posibles hogueras, ni movimiento en ningún lugar al alcance de la vista...

Aunque no se apreciara casi la diferencia, el cielo sobre aquella región se había despejado lentamente: las nubes se había ido disolviendo, dejando que el sol se filtrara poco a poco en los terrenos que, durante años, habían sido bañados por la amenazante oscuridad, característica de aquel lugar.

-Me he enterado de lo que sucedió durante la fiesta de Samsagaz -comentó Gandalf llamando la atención de la capitana, haciendo que ésta le mirara-. Había oído cosas relativas a Mirthwood, pero esperaba que no fuera cierto. Quizás debería haberte dicho algo sobre eso.

-No te preocupes -habló Ayerin-. No podíamos saber que pasaría aquello -añadió volviendo a mirar el paisaje que tenía delante.

-Aún así me gustaría contarte lo que ha llegado a mí desde el Bosque Negro -justificó el mago blanco.

Cierto "Orejas Picudas"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora