Orden para la marcha.

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-¿De verdad quieres venir con nosotros?

-También es mi guerra, Legolas. Tengo que participar. No quiero perderos ni a ti, ni a Aragorn sin que haya podido hacer nada. Tengo que intentarlo.

-Lo entiendo.

Nos despedimos con un dulce beso y fue a por su caballo. Ese caballo blanco tan hermoso como su jinete.

Cuando lo perdí de vista, pasada la puerta de Rivendell, busqué a mi hermano. Se había ido sin decir palabra y no sabía dónde podría estar.

(...)

Me encontraba en mi habitación con una mochila que llenaba con ropa, algo de comida y material de lucha. Llevaba puesta una camiseta y unos pantalones que había cosido yo misma. Había arreglado el viejo vestido sucio que llevaba días atrás para convertirlo en ropa de hombre. Y tampoco me había quedado mal. Había sido complicado... pero el resultado no era desagradable.

Llamaron a la puerta mientras terminaba comprobaba el aspecto de mi espada. Me giré a la entrada y me sorprendí al ver entrar a mí hermano. Me miró de arriba a abajo y no pudo ocultar una sonrisa traviesa.

-¿Y esa ropa? -inquirió.

-Es más cómoda que un vestido -me justifiqué-. No me ha quedado muy bien, lo sé -añadí mirando mi propia ropa-, pero he hecho lo que he podido.

-Ten -dijo mientras se acercaba a mí con algo en las manos. Parecían mantas, pero cuando llegó a mi lado me di cuenta de que eran ropas suyas.

-¿Es tuyo? -me atreví a preguntar.

-Ahora son tuyas. Se me quedaron pequeñas hace unos meses y estaba esperando el momento oportuno para dártelo. Pruébatelas.

Cogí las ropas y, cuando Aragorn salió unos minutos de la habitación, me quité las ropas remendadas que llevaba y me coloqué las que mi hermano me acababa de entregar. Cuando acabé, asomé un poco la cabeza por la puerta del dormitorio y le dije a Aragorn que entrara. Cuando entró de nuevo, se asombró al verme con el mismo atuendo que había llevado él hacía unos pocos meses.

-Pareces una auténtica guerrera -murmuró.

-¿Lo parezco... -inquirí cogiendo disimuladamente mi espada-, o lo soy?

Mientras terminaba la pregunta, le había colocado la espada ante sus narices. Meneó un poco la cabeza y sonrió.

-Corrijo. Lo eres.

Sonreí y guardé la espada en su funda.

-¿Estás lista? -inquirió.

-Casi.

-Salimos mañana -me recordó.

-Estaré preparada. De verdad.

Le sonreí para que se tranquilizara y confiara en mí. Salió de la habitación y, cuando lo vi cerrar la puerta, miré la bolsa que estaba preparando para la marcha. Había borrado la sonrisa de mi rostro en cuanto la puerta de la estancia se cerró tras Aragorn. ¿Estaba lista para lo que me había ofrecido a realizar?

Pensando en eso, mientras el cielo oscurecía y me cambiaba a algo un poco más... apropiado para una mujer, llamaron a la puerta de nuevo. Di el permiso de la entrada y un elfo de pelo castaño asomó la cabeza para informar que la cena estaba a punto de ser servida en el comedor. Le di las gracias y me dispuse a terminar de preparar mi bolsa cuando volvió a hablar.

-¿Querría, mi señora, que la despertara mañana? -preguntó caballeroso pero un poco dubitativo.

-Sí, por favor -admití-. Al alba, con el primer rayo de sol, si es posible.

Asintió con la cabeza mientras hacía una pequeña reverencia. Necesitaba levantarme temprano para poder practicar un poco. Hacía tiempo que no usaba la espada... y el arco.

(...)

El primer rayo de luz de la mañana me dio en la cara. Al alba... Se había cumplido.

Miré alrededor y descubrí a mi hermano junto a la ventana.

-Buenos días -saludó-. Los elfos me dijeron que querías que te despertaran al alba.

-Así es -admití.

-¿Por qué tan pronto? -inquirió.

-Me gustaría practicar un poco.

-Llevamos practicando con la espada desde que llegamos aquí.

-Sí que es cierto que hemos practicado la espada, pero no el arco. Me gustaría recordar cómo se hacía y comprobar si sigo siendo tan hábil como antes.

-Como quieras. Te espero fuera.

Me vestí con las ropas que mi hermano me había entregado el día anterior, me coloqué una daga al cinto y la espada en la funda para ponérmela en la espalda.

Salí al jardín y encontré a mi hermano, junto a una diana casera y observando su espada. Me vio y apuntó con su espada hacia el suelo, a su lado. Me coloqué donde apuntaba la hoja y desenfundé mi espada.

-¿Lista para el que podría ser el último entrenamiento? -preguntó preparado con el arma.

-¿Estás tú listo para lo que te pueda pasar... o tengo que recordarte la última vez que me retaste?

Sonrió y dio la señal para empezar. Al rato de la lucha, escuché pasos a mis espaldas. Se acercaban. Me giré con la espada aún en mis manos y sorprendí al arquero elfo que venía en mi dirección. Ambos sonreímos.

-¿Piensas bajar el arma o tienes en mente cortarme el cuello? -inquirió divertido.

-Creo -respondí acercándome a su rostro aún con la espada en su cuello-, que sería divertido verte suplicando clemencia. Piedad -a cada palabra que decía me acercaba un poco más a su rostro.

Justo cuando estábamos a punto de besarnos, me separé de él con una sonrisa en los labios y bajando la espada de su cuello. Me giré hacia mi hermano guardando la espada de nuevo en su funda. Después de aquello practiqué con el arco bajo la atenta mirada de Legolas y Aragorn. Tras la práctica, propuse un simulacro de batalla: ellos dos contra mí. Sin piedad.

Así lo hicimos. Sin previo aviso, ambos empezaron a atacarme con espada y flechas voladoras. Yo esquivaba las flechas y repelía los ataques de la espada.

(...)

-El portador del anillo se dispone a salir para El Monte del Destino -anunciaba Elrond-. A los que viajáis con él, ni juramento ni atadura obliga a ir más allá de vuestra voluntad. Hasta siempre. Cumplid vuestro propósito. Y que todas las bendiciones de elfos, hombres y pueblos libres, os acompañen.

-La compañía aguarda al portador del anillo -informó Gandalf.

Frodo pasó entre nosotros hasta la puerta y salió el primero, seguido del mago, los hobbits, el enano, Boromir y Legolas. Yo me quedé la última y vi como mi hermano, justo delante de mí, se detenía y mirada a Arwen por última vez antes de la partida. Sabía que la iba a echar de menos. Le coloqué una mano en el hombro, me miró, asentí, miramos los dos a Arwen y seguimos a los demás.

(...)

-Debemos mantener este rumbo al oeste de Las Montañas Nubladas durante 40 días -informó Gandalf-. Con suerte el paso de Rohan aún estará practicable. Allí nuestro camino tornará al este. Hacia Mordor.

(...)

Cierto "Orejas Picudas"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora