El Concilio de Elrond... y un reencuentro.

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Paseaba por los pasillos del palacio de los elfos con un vestido ligero que Arwen me había prestado, cuando me crucé con un hombre, pelirrojo, con barba, que avanzaba presuroso desde la sala de la espada.

-Buenas tardes, caballero.

Se sobresaltó al escuchar mi voz y paró en seco. Sus ojos delataban un ligero miedo.

-Buenas tardes. ¿Vivís aquí?

-Resido por el momento.

-No parecéis una mujer elfa.

-Sin embargo, vos sois un hombre del sur.

-¿Quién sois?

-Una amiga de Gandalf el Gris.

-Entonces nuestro propósito es común.

-¿Venís de la sala de la espada?

-Así es. Quería contemplar la espada que acabó con el mal de Sauron.

-Interesante... -murmuré para mí.

-¿Y vos? ¿A dónde os dirigís?

-A ninguna parte en realidad. Únicamente paseaba.

-¿Habéis sido convocada al concilio?

-Nos veremos allí.

-Eso espero.

Nos separamos y seguimos nuestros caminos.Mis pasos me llevaron al jardín. Me senté en un banco y empecé a cantar una de las canciones de mi madre en élfico.

Mientras cantaba, escuché pasos a mis espaldas. Los reconocí de inmediato. Aunque intentaba ser sigiloso, no se les daba demasiado bien es aquellos terrenos.

-¿Elrond te ha convocado al concilio? -pregunté cuando el portador de los pasos se sentó a mi lado.

-¿A ti también? -inquirió sorprendido.

-No has contestado a mi pregunta -me giré a verlo. Hacía mucho tiempo que no contemplaba ese rostro. Un elfo, pelo liso y rubio hasta los hombros, ojos azules y rostro casi siempre serio. Pocas veces sonreía. Y algunas de esas pocas veces eran conmigo.

-Nos veremos allí -fue su respuesta a mi curiosidad. Sabía de sobra que odiaba que contestara así a mis preguntas.

Miré al frente y contemplé el cielo oscuro. Aún se distinguía algún pequeño rayo del sol que había terminado de ocultarse hacía unos instantes. No había luna. Solo las estrellas iluminaban el cielo, ayudadas de unas velas que los elfos de Rivendell habían colocado en el jardín.

Noté una mano en mi mentón que lo cogía con delicadeza y me obligaba a mirar al elfo. Nuestras miradas se unieron. Como tantas veces había sucedido antes de mi marcha. Cuánto había extrañado esos ojos azul profundo... y perderme en esa mirada, preocupada y delicada a la vez.

-Te he echado de menos -las palabras salieron de su boca como si llevaran mucho tiempo esperando a salir.

-Y yo a ti, Legolas -lo había extrañado tanto. Desde que me fui con mi hermano, no lo había visto ni una sola vez. Extrañaba su mirada, sus palabras, sus advertencias... Pero había algo que extrañaba mucho más.

Como si me hubiera leído el pensamiento, su mirada se dirigió a mis labios y, lentamente, fue acortando la distancia que había entre ambos. Cerré los ojos cuando empecé a sentir su respiración sobre la mía. Nuestros labios se unieron en un beso. No fue apasionado; sino dulce y deseado. Ambos nos habíamos echado mucho de menos... y aquel beso lo demostraba.

(...)

-Forasteros de tierras lejanas. Amigos de siempre. Habéis sido convocados para atajar la amenaza de Mordor. La Tierra Media se encentra al borde de la destrucción. Nadie puede escapar de ella. Debéis uniros... o pereceréis. Toda raza se enfrenta a este destino, a esta maldición. Muéstranos el anillo, Frodo.

Cierto "Orejas Picudas"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora