CAPÍTULO 22

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La noche transcurrió tan lenta y dolorosamente como se esperó Lucia en cuanto se quedó en silencio, en cuanto le pidió a Sofía descansar y no seguir escuchando sus perpetuos lamentos.

Sería una completa mentira afirmar que logró descansar en la noche; le fue incapaz, no pudo siquiera cerrar sus ojos por más de un minuto, de hacerlo, solo llegaban a su mente los miles de recuerdos reconfortantes que disfrutó a su lado, todo mientras observa en caricias la pulsera que la acompañó durante tantos años.

Parecía ridículo para alguien de su edad pensarlo, pero, desde el momento en que supo de la muerte de Lia, y sacó el preciado objeto de la hermosa caja en la que la resguardaba, sentía la calidez que tanto extrañaba, quería convencerse que no se había alejado nunca de su lado, que su presencia estaba allí junto a ella.

Otra de las actividades dolosas realizadas en esa complicada noche, fue... Escuchar todos los audios que Lia en algún punto de su vida, llegó a enviarle, su voz sabía le refrescaba el corazón con todo el dolor que tanto sentía.

Por un instante, en medio de la organización del indudable viaje que realizaría, reconsideró hablar no solo con su jefe directo, sino también con el mismísimo Garza, de cierta forma sentía que era lo correcto, aún más teniendo en cuanta la repentina decisión que escogería.

Por más que caminó una y otra vez durante el perímetro de su cuarto, no conseguía estar por completo tranquila, y por más que le prometió a su tan preciada amiga que descansaría, supo que no lo haría y de cierta manera Sofía también era consciente de ello, por lo que simplemente, continuó con la petición de los vuelos y demás.

Antes de iniciar con todo, fue hacía una farmacia que estuviera las veinticuatro horas a disposición, cerró muy bien para que no hubiera contratiempos, y en cuanto entró... Le pidió a la encargada de turno, un tinte tan negro como el ébano.

—¿Le parece bien este? — preguntó amablemente la mujer —sí, la verdad solo necesito uno que sirva y que no demore demasiado — no mentía con ello, de verdad no le importaba, solo tomaba una via para ayudar a que nadie la pudiera reconocer —este es bueno, pero... ¿Está segura?, es que su cabello es muy bonito y echarle negro, eso después es muy difícil de desvanecer.

La mujer la veía como si estuviera a punto de llevar a cabo un crimen en contra de la humanidad, no concibió que ella quisiera hacer eso con ese color en su melena —no importa, no lo volveré a pintar, él solito volverá a su color, así que, sí, deme ese.

—Ok, como usted diga, mire, son veinte mil pesos — Lucia los entregó, subiéndose a su carro tan rápido como se había bajado, y en cuanto estuvo dentro de la casa, realizó los pasos que en la caja le indicaban, viendo hacía el espejo la imagen que no volvería a ver durante mucho tiempo.

Era consciente del gran impacto que causaría entre sus conocidos ese cambio en ella, puesto que, nunca lo había teñido, y en su mente nunca pasó el hacerlo justo con ese tono, pero sabía muy bien que la característica que más recordarían las personas que la llegaron a conocer en Italia, era su rubia cabellera, y no se arriesgaría en ninguno de los caminos.

Al terminar, le pareció totalmente extraño, nunca se había sentido atractiva, pero amaba su cabello, era una de las pocas cosas de ella con las que sentía que era algo... Bella, pero... No fue así con ese tono, y junto a lo débil y susceptible que se encontraba, de nuevo, derramó más lágrimas, detestando hacerlo, como si eso arreglara todo lo complicado en ello.

Empacó lo más importante en una maleta de mano, implementos de aseo listos en un bolso aún más pequeño, ropa interior, pocos atuendos para vestir, ya que no habría variación en lo que debería usar, sus documentos, y, por último, y más importante, su relevante dignidad.

Secretos Desvanecidos Vol. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora