CAPÍTULO 27

42 6 0
                                    

En definitiva, su ausencia sería por completo, un secreto, ninguna persona externa a quienes creía en verdad familia, debía enterarse de la vergonzosa situación por la que tuvo que abandonar el interminable trabajo que tenía.

Aquel motivo, no era más que su propio cuidadoso padre, que, como nada novedoso, había causado altercados en un casino en Montecarlo, cosa que provocó su arresto, y al estar tan desorientado por el nivel de alcohol en su sistema, no le quedó de otra a Estaban, que salir de inmediato para socorrerlo, tal como ya desde hace mucho se había acostumbrado.

En cuanto paso la barrera que lo separaba de los momentáneos encarcelados, observó la inmundicia de su padre, rodeado de sustancias perdurables desde el día en que lo habían arrojado al lugar.

Se le permitió entrar hasta lo celda, donde lo ayudaría a levantarse, junto con el tono de su voz, ya desesperado por el largo viaje —Bruno, Bruno, parece, ya nos vamos — lo levantó, viendo como su muy cuidado traje, se ensuciaba por los restos de vomito en los labios de su padre —no lo repetiré, o se levanta, o me largo y no vuelvo para ayudarlo — la reacción del hombre no se hizo esperar, abriendo de inmediato los ojos, para detallarse un momento en el rostro de su "engendro".

—Pensé que no vendrías esta vez... Recuerdo que, en Brasil, juraste una y otra vez que no me socorrerías — por un instante, el hombre de oscuro cabello meditó sus anteriores palabras, deseando haber mantenido su voluntad muy puesta en ella —no me interesa lo que dije en ese momento, ya que ninguno de los dos está cumpliendo — la referencia a esa dura apelación no fue más que la promesa que hizo en ese mismo país mencionado, de no volver ni una vez más a tomar una sola gota de alcohol, y mucho menos, agarrar en sus manos, fichas de juego.

—Ay, mi cachorrito — pronunció siguiendo los pasos de su hijo, mientras, avergonzado por las condiciones que muy probablemente su padre puso durante aquellos tres días que duró en esa celda, se encaminó hacía el auto, donde un chofer los estaba esperando.

Al llegar a él, no lo ingresó hasta no quitar aquel roto y maloliente saco para enrollarlo a su rostro, evitando que, en el camino, les diera alguna sorpresa desagradable.

Ya en su interior, de nuevo se escucharon palabras, era obvio que, al mayor de los Garza, le interesaba romper la tensión que siempre se formaba con su unigénito agrio y molesto —¿cómo van las cosas con la empresa?, ¿hiciste los convenios de los que escuché? — era evidente su deseo por no sentir la presión que la mirada de su hijo provocaba, de la misma forma, que la educación del mismo, por responderle lo primero que de sus labios salieran.

—Es un milagro que se interese por lo que casi deja en la mierda, ¿no, padre? — la defensiva siempre sería opción para charlar con Bruno, jamás la guardia estaría baja con la persona por la que conoció la decepción en su máximo nivel —en la mierda, tanto como la mierda, no. Te recuerdo que lo tenía solucionado, si no hubiera hecho aquel trato, hoy... Simplemente no estaríamos aquí, así que, deja los lloriqueos, niño — enojarse en ese punto, por las descaradas declaraciones de su padre era algo innecesario, al igual que desgastante, por lo que no respondería a las claras insinuaciones de comenzar un pleito verbal entre los dos.

—Si es lo que cree, está bien por mí, solo no quiero seguir que viajando a semejantes distancias a sacar su culo de problemas. Soy yo el hijo, no al contrario, por lo menos, sienta respeto por usted mismo — a pesar de todo, aquellas palabras, le eran dolorosas al par de hombres, sin lugar a dudas, lo quebrado en la relación, les torturaba constantemente.

—No continuaré con esto, despiértame cuando lleguemos al hotel, gracias... — sin más, volteó su cuerpo, acomodando el saco para dormir plácidamente, evadiendo completamente las retahílas que su hijo le pudiera expresar.

Secretos Desvanecidos Vol. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora