La universidad. Una etapa única e inolvidable de nuestras vidas que parece que no va a llegar nunca y de un día para otro estás haciendo las maletas para un traslado hacia otra ciudad.
Y, sí, allí estaba yo.
La verdad es que nunca antes me había parado a pensar en lo duro que sería tener que dejar un hogar. Tener que despedirte de tu familia, amigos, tu perro... o de incluso de la vecina chismosa de al lado.
Todos esos recuerdos que nos atormentan en cada una de las paredes de nuestra casa recordándonos que ya no somos unos niños, y que algunas cosas han cambiado o cambiarán.
O quizás hay cosas que siguen siendo igual que el primer día.
- ¡Kylie cuántas veces te he dicho que te levantes ya de la cama! - me grita mi madre desde el pasillo mientras la escucho ir de un lado para el otro por toda la casa.
Finalmente, decido hacer caso a mi madre y me levanto.
A medida que voy caminando hacia la cocina voy recordando todas y cada una de las anécdotas que he pasado por cada rincón de la casa.
Como por ejemplo, cuando mi abuela Amelia solía decirme que yo era su nieta favorita en aquel sillón negro del salón mientras boceteaba alguna caricatura en su cuaderno. Siempre dibujaba cualquier cosa que se le pasara por la cabeza y yo la solía mirarla con curiosidad o como si estuviera loca.
Supongo que de ahí salió mi pasión por la pintura.
Desde que mi abuela me tendió por primera vez uno de esos lápices de carboncillo, no pude parar. Era como una necesidad que se volvió, repentinamente, en mi estilo de vida.
Cada uno de los colores, sus tonalidades, las emociones y los sentimientos mezclados todo junto en un lienzo en blanco consiguiendo así poder desahogarte de todas tus preocupaciones. Como si por un momento olvidaras lo que es estar en el mundo real.
- ¿Ya ha llegado Rachel? - pregunta mi madre desde el pasillo sacándome de mis pensamientos mientras me termino el desayuno.
Rachel es mi mejor amiga desde que tengo memoria. Creo que nunca en mi vida he tenido a alguien tan leal y capaz de estar siempre que la he necesitado, aparte de mi familia claro está. Ella va a estudiar diseño de moda en la misma universidad que yo, así que para mí es un alivio estar juntas en esta nueva etapa.
Mi madre siempre se ha llevado fenomenal con Rachel (incluso creo que a veces la prefiere a ella antes que a mí), ya que hace muchos años atrás su familia se mudó al lado de nuestra casa. Por ello, desde que éramos pequeñas solíamos ir de aquí para allá como dos chicles pegados.
- Todavía no, pero estará al llegar - le contesto levantándome de la silla después de desayunar.
Mi madre asiente y se va hacia mi cuarto para revisar mi maleta por tercera vez para asegurarse de que no me dejo nada.
Cuando ya estoy lista no paro de pensar en las cosas que voy a vivir y en cómo mi vida va a cambiar en cuestión de horas. La verdad no podía estar más emocionada. Poder cumplir mi sueño de ser artista oficialmente hace que a mi estómago le entren mariposas. Solo espero que antes de que nos vayamos me pueda despedir de mi abuela y mi hermano, que me dijeron que irían al aeropuerto en cuanto pudieran.
El timbre suena haciéndome despertar de la nube de mi cabeza y me dirijo rápidamente hacia la puerta de la entrada. Está claro que es Rachel.
Nada más abrir la puerta me la encuentro con una radiante sonrisa de emoción. Lleva su pelo castaño oscuro recogido en una coleta alta y sus ojos verdes llevan su característico brillo natural que siempre adquiere cuando sonríe. Lleva la falda vaquera que le regalé por su cumpleaños y una camiseta blanca sencilla.
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Solo aquellas noches (Bilogía)
JugendliteraturKylie era alegría, desprendía luz con solo una mirada y te hacía querer ver el lado bueno de las cosas cuando parecían estar perdidas. Ella era como un lienzo blanco dispuesto a ser pintado por todos los colores que disponía el mundo. Ella era colo...