°¿Será que...?°

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Luego de ese no tan pequeño “accidente” y de consentir al Beta, pasaron todo el día normal, hasta que llegaron sus padres. Por supuesto no les dijeron sobre lo sucedido temprano pero obviamente se dieron cuenta de las marcas en el cuello del Omega.

Steve y Sarah no sabían cómo controlar a su padre, estaba como loco y quería matar a los hijos del señor Stark.

Unos minutos más tarde se pudo calmar gracias al tranquilizante aroma de su mujer, Steve le explicó con mucha vergüenza que él así lo quiso, que los hombres no tenían la culpa. Joseph quería llorar, su cachorro no tan cachorro ahora era todo un Omega.

Steve beso las mejillas de su padre, le mostró una sonrisa cálida, una de esas que eran confortables. María y Howard se mordián los labios tratando de no estallar en carcajadas. Los que no estaban tan felices eran los hermanos que en su rostro tenían dibujado el pánico y el terror puro.

—Estoy tan feliz, ahora eres todo un Stark—María no cabía de la emoción, otro integrante de su casta en la familia.

—Bienvenido oficialmente a nuestra familia yerno—Steven asintió apenado hacia Howard.

—¡Yo quiero organizar la boda!—grito Sarah alegre.

—Mamá todavía es muy pronto...—rió el rubio por lo apresurada que podía llegar a ser su madre.

—¡Si, habrá boda!—secundó María uniéndose al grito de su amiga y consuegra.

—Mamá...

—No le digan nada hijos, ya saben cómo es.



3 Semanas después

Los castaños y el rubio habían notado un comportamiento extraño en su pareja, su olor ahora pasaba por ligeros cambios que no pudieron ignorar. Pensaron que se trataba de una posible infidelidad, pero descartaron esa idea de inmediato con un golpe mental bien merecido, su Steve no era así, además, a través del vínculo podrían saberlo fácilmente. Su aroma era más dulzón, fresco y atrayente, era y no era el mismo. No sabían cómo explicarlo con exactitud.

Otro dato era que comía más de lo usual.

—¡Quiero más!—demandó alegre.

—Pero joven Rogers... este sería el tercero, me temo que eso no es bueno.

—Jarv—hizo un adorable puchero y sus ojos se cristalizaron.—Quiero más.

—Pero joven...

—Tengo hambre y no... no me quieres alimentar—sorbió por la nariz y sollozo bajito, para él eso fue una traición y un puñal hundiéndose en su corazón. Los cuatro lo vieron preocupados.

—Muy bien, pero este será el último—decidió conceder la petición.

El aroma a tristeza se disipó tan veloz como apareció, cambiándolo por uno de alegría.

—Jarv, eres el mejor—mostró todos sus dientes en una sonrisa y limpio su nariz con la manga del suéter. Siempre podría confiar en el hombre para complacerlo.

Si eso también, estaba más sensible y sufría drásticos cambios de humor. Se ponía sus ropas, bueno las de Greg ya qué eran las más grandes, las de los otros dos se las robaba y las olía toda la noche. Con alguna de ellas hizo un fuerte de almohadas y ropa en la cama, prenda que viera prenda que iba al fuerte estratégicamente ordenado.

Una vez tuvo un ataque de furia ya que Arno entro al nido de ropa y lo desordenó, sus feromonas olían a pura cólera y lo saco a chanclasos de la habitación. Sin duda era curioso y ellos no entendían el porqué de todo esto, no tenían basto conocimiento de Omegas malhumorados.

𝓣𝓻𝓮𝓼 𝓐𝓵𝓯𝓪𝓼 𝔂 𝓾𝓷 𝓞𝓶𝓮𝓰𝓪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora