°Aspen, Colorado°

489 71 13
                                    

Llegaron al aeropuerto donde estaba Happy Hogan, quien los llevaría en el Jet privado de la familia. Arno cargo al rubio llevándolo hasta el avión, lo depósito en el cómodo asiento con sumo cuidado y le abrochó el cinturón de seguridad.

—Happy que gusto verte de nuevo—estrecharon sus manos con la del rechoncho pelinegro.

—Lo mismo digo señores cuánto tiempo, díganme. ¿Donde será el mes especial?

—Nunca lo decidimos en si, estábamos indecisos, pero hace unos días no sé... pensé en Colorado.

—Colorado... siempre he amado sus preciosos lagos... no suena nada mal Tony, y Steve no ha estado ahí, tu qué opinas Greg.

—Me parece bien, iremos hacia Aspen Colorado Happy.

—Allá vamos entonces.

El hombre se encamino hasta la cabina preparándose para abandonar Nueva York y la pista de aterrizaje. El Stark del medio se ofreció para ser copiloto y hacerle compañía al señor.

Cuatro largas horas de viaje transcurrieron y Steve no despertó hasta que sintió el brusco movimiento al aterrizar. Abrió los ojos lentamente acostumbrándose al entorno, así descubrió que su esposo estaba viéndole con una sonrisa.

—Buenas noches dulzura.

—... Arno cariño.

—¿Durmieron bien?

—Sip, fue reparador ¿Verdad cielito?—acarició su vientre que apenas se estaba asomando, el castaño hizo lo mismo y beso al rubio.

—Quiero que se parezca a ti—comentó distraídamente.

—Y yo quiero que se parezca a ti.

—Creo que no coincidimos señor Steven de Stark.

—¿Usted cree eso señor Arno de Rogers?—se sonrieron una vez más dándose otro beso para luego ser cargado como princesa.—Sabes que tengo piernas ¿Verdad?

—Si.

Así bajaron del Jet yendo hacia el auto. Anthony y Gregory acomodaban el equipaje con ayuda de Hogan.

—Eso es todo señores.

—Muchas gracias por todo Happy.

—Siempre estoy para servir—asintió dedicándoles una sincera sonrisa.

—Adiós Happy, oh por supuesto ¡Steve! Él es Happy Hogan.

—Ay que pena, mucho gusto, ¿Podrías bajarme? Por favor—sonrió sonrojado, rogándole al castaño que lo bajase.

—El gusto es mío, que la pasen bien y si necesitan algo llámenme, me retiro—despidiéndose se marchó.

—Stevie, ¿Cómo dormiste?

—Muy bien amor, ¡Arno suéltame!—protesto incómodo aún en los brazos del Alfa.

—Creo que es lo mejor para mí y mis brazos, pesas—dejo al Omega en el piso pero, sin previo aviso recibió una bofetada que resonó seguramente, en todo el condado.

—Nunca, ¿Me oíste? ¡Nunca en tu vida! Me digas que estoy gordo, cabrón—frunció el ceño y mostró sus dientes amenazante. Eso fue una gran ofensa.

—Pe–Pero amor, ¡Yo no dije eso!—acarició su mejilla lastimada con un puchero. ¡Él nunca dijo que estuviera gordo!, solo que pesaba y ya.

—¡Pero fue lo que diste a entender! Yo no estoy gordo, es TU hijo creciendo en mi, idiota—indignado se dio la media vuelta y entro en el coche.

𝓣𝓻𝓮𝓼 𝓐𝓵𝓯𝓪𝓼 𝔂 𝓾𝓷 𝓞𝓶𝓮𝓰𝓪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora