❈| Capítulo 22: Una Promesa a Vestigios Malditos |❈

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Me pregunto si fue este el miedo que inundó a los gigantes cuando el Mar Entrante irrumpió en su territorio. Como una ola colosal incluso más alta que sus tamaños y una sombra estirándose hasta el muro. Quizás aquella vez el día se convirtió en noche en cuestión de segundos.

Cuando el golpe que bajaba desde las montañas nos iba a empujar al río entendí la adoración y el respeto a las magnitudes de la naturaleza. No hizo falta una explicación del porqué de sus creencias. Considerando el tamaño de esa parte de la humanidad solo sus miedos son miedos de verdad; no las amenazas de un enemigo ni leyendas urbanas ni el coraje de un reino, pues solo bastan los poderes de Gaia para barrer esas nimiedades de una vez por todas.

Desconozco el tiempo que pasó desde que cerré los ojos, o la cantidad de tumbos que doy con las piedras, solo sé que si no salgo pronto culmina todo para mí.

La velocidad del agua me arrastra de manera energética y a largas distancias que ningún jinete podría alcanzar. La corriente toma riendas de mi propio cuerpo y a duras penas retengo el aire que atrapé en una bocanada. Mi pecho empieza a apretarse por el acelerado pulso y por la tensión en mis pulmones. Por un breve momento, mis pensamientos quedan atascados en un limbo, incapaces de procesar cualquier dolencia, aferrados a la imagen de aquel chico malherido que arrastré hasta la ribera. Ojalá y sea él quien sobreviva de los dos porque sino, su muerte se convertirá en mi martirio. Pero por el resto del trayecto, solo siento miedo.

Lo más cercano a esta sensación pavorosa fue haber visto al dragón...por el fuego. Porque es una criatura que se baña en llamas candentes y escupe un fuego que se compara con el primer elemento. Y es así porque aunque sea yo aliada del agua como dijo Anyalys, jamás imaginé que me traicionaría. Puede que la próxima ocasión que deba enfrentarme al océano me falten agallas para cruzarlo.

Uno de los tantos impactos me hace sentir liviana y sé que mi cabeza apunta a la misma dirección a la que se dirige la corriente. Es ahí cuando me atrevo a abrir los ojos.

El agua está llena de turbidez y verdosidad. La tierra se hace trizas entre las burbujas y rebasa mi visión en forma de tornados. Intento (no por voluntad propia, sino porque la asfixia me obliga) agarrarme de algún tronco o roca en el camino hacia una desembocadura desconocida, pero la mínima separación de mis labios me hace tragar del agua y toserla inútilmente, facilitando su acceso para ahogarme.

Entro en pánico. Pataleo desesperada para llegar a la superficie e inhalar una mísera pizca de aire. Sin embargo, de pronto, me detengo en las profundidades del lecho mientras el agua sigue corriendo. Algo se aferra a mi pierna y me aleja de la supervivencia.

Por un tris juro que el chico logra salvarse y me encuentra para salir juntos del río, lo cual es imposible porque sus piernas se encontraban en mal estado para recorrer tan larga distancia. Tal vez alguien me vio desde la orilla o simplemente me atasco en los pedruscos. O eso deseo cuando vuelve ese tacto con el cual estoy tan familiarizada a apretarme la piel.

Solamente un fenómeno como este puede hacer parecer que la feroz corriente de un río sea débil.

Frente a mí giran impetuosamente flores desechas, en la forma de sus pétalos que dan vueltas con las burbujas en una danza tornadiza deteniéndome casi con la memoria de un aroma mortífero entre el musgo y las algas.

La aparición de la primavera rememora esas primeras veces que el odio hacia las raíces crecía en mi interior. Cada tanto, Addissa Posheth comentaba que sería una carga para la Guardiana y que por mi culpa se estaba jugando el pellejo. Addissa ni siquiera repugnaba a las raíces en sí, solo fue una excusa para remarcar su disgusto a los postergados, pero el hecho de que las raíces hayan sido la justificación para manipularme para que no me quejara con cada raíz que ella arrancaba fue suficiente para cosecharles rencor. En aquel entonces me importaba mucho cómo el estado de mi aparición afectaba al reino y a su gente, primordialmente porque los efectos caerían en mi madre. Y mientras trato de escapar de este caudal en el río, esas mismas raíces se burlan con descaro en mi cara; saliendo de mis huesos, atravesando las capas de mi piel y enredándose en mi pantorrilla para anclarse en la tierra. Sin que pasen los días, sin que mi corazón se detenga, inundadas con el agua y sin un ápice de Sol...de mi cuerpo brota la primavera que ya se esfumó.

Cánticos de InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora