❈ | Capítulo 6: El Misterio de la Muralla | ❈

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Bajo los primeros rayos de sol, la elfa exiliada derrama su sangre en la tierra del Bosque Sin Nombre

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Bajo los primeros rayos de sol, la elfa exiliada derrama su sangre en la tierra del Bosque Sin Nombre.

En el nombre de un bosque sin nombre, en las tierras de Astar del reino feérico prometo: no dañaré a quien mi sangre intercambie, a quien su sangre reciba. Sean testigos los seres del Bosque Sin Nombre de este voto alto y claro por si hago mal de mis palabras. Que la tierra consuma mi alma si piso este suelo y los árboles expriman mi cuerpo eternamente. Prometo negar misericordia ninfana. Gritaré si alguna vez le fallo a las hijas de la Madre. Sufriré los castigos de una promesa banal. Enjuágame con deshonra y despójame de tu santo reino.

Ella estruja la arcilla del bosque entre sus palmas mientras pronuncia en el nombre de la Madre, Gaia. La tierra cae de sus manos de manera finita y ella acaricia el terreno de la estrada en su íntimo ritual con el bosque. Luego abre sus ojos, se incorpora y me tiende la cuchilla con la que rasgó la piel de su palma momentos previos a su modesta ceremonia.

—A tu cuerpo no marcará si es lo que te angustia —afirma tras un rato de silencio.

Presiento como su paciencia se agota siendo la segunda vez que no me estrecho hacia ella. La elfa, al ver que no me convencería con una simple negociación a cambio de mi llave, acudió a un rito para valer sus bienhechoras intenciones. Escucho el suelo temblar y el roce de las hojas pese a que ni la superficie debajo de mí se mueve ni el viento sopla. Tajo mi mano izquierda con lentitud, poco convencida, recelosa, pero no queriendo hacer esperar más a la Madre. Bien puedo negarme, mas llegar hasta este límite es un acto desesperante, y si tampoco rechazaré su oferta alto y claro para que los testigos del bosque me oigan...

Ciño su mano sucia.

Un brillo de alivio cruza los ojos de la elfa y ella se esmera por sostener la compostura. Siento las pizcas de tierra alimentarse de mi sangre, entra en mi sistema. Las venas de mi brazo se tornan de un esmeralda brillante y el fulgor viaja hacia el cuerpo del ahora revelado y supuesto trasgo. Allí se forjan y se funden los remanentes del pacto, en el pecho de la desconocida como la luz de una luciérnaga, y la brisa derrumba el exceso de tierra en nuestras manos.

Ella rompe nuestro estrechamiento primero.

—El pacto ha sido sellado —dispensa ante la brusquedad de su tacto y agacha la cabeza entre vergüenza y altivez—. Las ninfas sean gracia, no puedo creer que mi primera promesa haya sido con un hada —murmura de mala gana. Ella espía mi expresión de reojo, después me pide la cuchilla con otro ademán torpe.

Acerco el arma hacia mí.

—Me quedo con esto —sentencio.

A la elfa se le dificulta coincidir y entregar la cuchilla, pero su aptitud acucia sobre cualquier mañosería que amenace a su nuevo arrendador.

Su aura, intencionalmente cautelosa, no apacigua mi desconfianza. La chica, quien se introduce como Vleem, ronda mis recodos con una disposición que escaseó durante nuestro primer enfrentamiento, tan resignada que resulta repulsiva. Incluso me sigue al pozo del bosque con el pretexto de familiarizase con él, como si no lo hubiera hecho todas las veces que jugó con mi llave; mas me abstengo de dirigirle la palabra y en el aire se extravían sus comentarios.

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