❈ | Capítulo 3: El Trasgo | ❈

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Despierto de un sobresalto cuando una mano me detiene acompañada por agitados tañidos

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Despierto de un sobresalto cuando una mano me detiene acompañada por agitados tañidos.

La negrura de la capucha en el colchón capta mi atención en medio de todo el extravío emocional y evoca la tertulia de la noche anterior. Me incorporo con pesadez y abulia, soltando un bostezo que otro a su paso, y con el corazón acelerado. Jalo el vestido que llevo puesto con agrura y luego estrujo mis ojos sospechando que he de haberme dormido mientras lloraba porque los párpados me pesan y alivian el ardor en ellos al cerrarlos; aunque no recuerdo mucho del viaje de regreso. Arrastro mis cabellos hacia atrás, como si retrotrajera la obnubilación que me arropó durante las primeras luces junto al brillo punitivo del pantano confinado en los irises de la Guardiana.

Think Lebrancel no tuvo piedad ni con su propia vida. Pertenecer a la legión tuvo su apogeo glorioso cuando la élite aún existía y el anuncio de aquel heraldo demostró cuán urgida se encuentra la división de la milicia en recuperar a los legionarios que perdieron tras la muerte de Lilith Tizel.

Analizo la situación con mayor claridad ahora y despacho mi rencor para obtener pensamientos sin prejuicios, para entender a la Guardiana por mi cuenta. Think Lebrancel demostró disposición a la muerte para conseguir que me una a la legión, y sé que no soy capaz de cargar con semejante peso; mi corazón no podría soportarlo, sin importar su estrujado trato hacia mí. Debe ser cierto, entonces, que el Consejo todavía insiste en acecharme y que estaría toda una vida huyendo si no beso la espada.

El pueblo escondido de Astar esparció rumores sobre mi muerte ya que nadie daba con mi existencia. El trento que atrajo a tantas hadas hace dos años es demasiado temible en el peligroso Bosque Sin Nombre como para que algún valiente se atreva siquiera a cruzar su frontera, y Think Lebrancel asiste a sus deberes sin ninguna sombra, además del siervo. Sin embargo, el Consejo no tardará en dar con mi paradero. Apuesto que la bruja del sótano del Ministerio será la primera en colaborar, y ninguna otra doncella posee tantas cicatrices en el cuerpo ni se cubre cada céntimo de piel.

La mesita adyacente a la cama es pillada por mi visión periférica y su simpleza me hace recordar la tierra blanca de aquella pesadilla. Abro el cajón de mala gana para asegurarme que esa maldita daga sigue allí, pero no permito que la luz del día reluzca en las sangrientas piedras rojas. El brillo de su filo perdura incluso en la oscuridad del fondo del cajón y me hipnotiza hasta caer de nuevo entre los tristes árboles desnudos del sueño, en como la porté con tanta naturalidad y sin el miedo que me provoca el solo pensar en ella.

La aldaba de la puerta repica contra la madera y me aparta de la empuñadura tras guardar el cajón en su sitio. No es hasta que me incorporo para rastrear los tañidos que noto el abundante resplandor en el dormitorio.

Aparto las cortinas transparentes de la única ventana en la alcoba y empujo los postigos hacia el exterior, separándolos del alféizar. La templada brisa no demora en golpear mi rostro con sutileza. De cara a la calle que delimita el bosque, la humedad se adhiere con pegajosidad a la dermis, pero es placentera la prematura calidez veraniega.

Cánticos de InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora