❈ | Capítulo 9: El Demonio Amatista | ❈

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El centauro que nos da una cálida bienvenida al valle porta unos hermosos cuernos albinos y delgados

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El centauro que nos da una cálida bienvenida al valle porta unos hermosos cuernos albinos y delgados. Tiene un yelmo de hueso, con astas también, el cual protege sus orejas y la parte superior de la cabeza con el esqueleto de alguna criatura marina tallada, o eso parece. Su cabellera es rubia casi blanquecina al igual que el resto de su piel y su mitad de corcel. La grácil escarcela que lleva en su cintura contorna su fornido abdomen y hace juego con las hombreras óseas. Él da un sorbo a su bebida y mueve su primorosa cola con diversión mientras otea a Anyalys y luego sus ojos se posan en mí.

—¿No te concierne? —Katia le provoca tras desenfrenado recibimiento—, vi unas preciosas pieles en el bazar.

El centauro se ríe burlón.

—Ustedes pueden cazar todo lo que les pegue y venga en gana —se mofa. De repente, su mandibula se tensa y su voz cambia a una fría advertencia—...afuera del valle. Aquellos no son bienvenidos aquí. Rompes nuestras reglas, ahí es donde terminas; a la merced de los cazadores y de la gente de tu pueblo —espeta algo resentido. El centauro se termina el trago y tira el cuerno levantando arenilla—. ¿Qué los trae por acá?

—Tengo curiosidad —se distrae Katia echando un vistazo a la villa e ignorando la responsabilidad de traer un tema que en el fondo lastima al hombre por más que quiera disfrazarlo bajo su despreocupada actitud. El valle está repleto de tiendas de campaña hechas de lona. Los demás centauros nos observan expirando la misma confianza y sin temor a la invasión—, todos aquí son...hombres.

—¿Hombres? Sin ofender —apunta a Kistren—, pero los hombres son débiles, fáciles de tentar. Aquí somos machos y hasta animales si gustas. Esas ridiculas tradiciones de la corte dejalas en la entrada —él la corrige con sorna y apunta al tramo entre las montañas. Luego asiente para que la muchacha prosiga e ignore las carcajadas de sus hermanos. Katia lo imita.

—Está bien, machos —la pecosa sacude su mano restándole importancia—. Así que...¿cómo sacian sus necesidades?

—¡Katia! —Kistren le gruñe a la muchacha.

—Solo es una pregunta —defiende ella.

El centauro se carcajea, Anyalys agacha la cabeza avergonzada. El centauro albino mantiene una expresión risueña y una sonrisa de lado, juguetona.

—Eres demasiado curiosa para tu propio bien, ahora, cuidado, no hemos visto damiselas en meses, mucho menos doncellas —dice el mitad corcel en alusión a los cascabeles. Kistren agarra a Katia del brazo con disimulo, mas el centauro se percata de la intención del pelinegro—. ¿No eres tú muy afortunado? Tal vez nos dejes una aquí, no sería molestia tener una Tizel en el valle y...tú, he visto hermosas doncellas aladas, ninguna como tú...con el respeto que se merecen las otras dos damas.

El centauro me guiña un ojo que me toma desprevenida y me ruboriza.

—Vámonos —brama Kistren.

Cánticos de InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora