❈ | Capítulo 17: La Arboleda de Gaia | ❈

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Un irritante suspiro se escurre por mi boca

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Un irritante suspiro se escurre por mi boca.

Al cabo de largos intervalos de tiempo nos sacudimos dentro del carruaje junto a dos chicas que, tras su breve introducción, provienen de la región de Orce –el sol se alza hasta posicionarse sobre las calurosas corazas del vehículo, dos barcos de la flota salen hacia el oeste hasta desaparecer en el horizonte y los habitantes reanudan sus vidas cansados de esperar a que la caravana se mueva. Ninguna de las dos muchachas lleva armas consigo y las pillo sorteando miradas a la larga lanza dorada de Katia. Mi amiga sestea durante el viaje, dejándome a solas con las dos desconocidas.

Carente de interés en las legionarias, diviso el camino que recorremos. Delante de nuestro vehículo, la prolongada caravana abre el paso por la cordillera al norte de Zareph; los aciagos caballos tiran de los carros cuesta arriba. Pese a las interminables horas, el sol continúa ardiendo de sobremanera.

Noto que la chica con la que comparto banca está ansiosa por resquebrar el silencio en el interior y entretener a sus oídos con otro ruido que no sea el de las ruedas del carruaje, las ramas partidas o las caídas en algún bache. No le queda de otra que escuchar. Su compañera parece a gusto y es paciente con el mutismo. La moza tampoco alcanza asomarse por la ventanilla, eso significa acortar la distancia conmigo e invadir mi espacio feerical. Me abstengo de responder a sus vislumbres porque no me interesa iniciar una plática con ella, perpetuando mi atención al monótono paisaje verde.

De un instante a otro, las tonalidades de la cordillera aluden a los irises de aquel chico mestizo en el Puerto de Zareph. El panorama se disuelve frente a mis ojos y lo único que permanece es la mirada felina que tenía en el rostro. Todavía se aloja en mi pecho la sorpresa de verlo a mis espaldas, de escucharlo predicar tan inesperado. En aquel momento pensé que era un ninfano aficionado y mal colocado. Pero recordándolo de nuevo...tengo la impresión de que solo se burlaba, sus ojos sonreían en fascinación. ¿Quién es aquel sádico?

—Adoro este lugar.

Katia levanta los párpados al fin, ella ni siquiera le echa un vistazo a la ventana, a la titánica ladera de la elevación que rodeamos.

Pasamos el pequeño bosque de un pueblo norteño de Zareph, oculto entre las montañas y el frío hace presencia indicando nuestro ascenso. El viaje es más tardío por el peso de los vehículos al toparnos con un río y un largo puente de piedra, pero a fin de cuentas cruzamos el puente que nos traslada a un boscaje más denso, olvidándose de las montañas de antes.

—Siento que estoy en mi hábitat. ¿Respiras eso? ¡Cuánta pureza! —continúa ella toda emocionada mientras se asoma a la ventanilla.

—¿Verdá que sí? —comenta la muchacha de bucles cobrizos a mi lado cuyo nombre olvidé. Su tono es amigable y la pecosa le regala una sonrisa condescendiente.

Sin embargo, me encuentro jadeando por la falta de aire.

—¿A cuál división pertenecen? —se intriga Katia al percatarse que están desarmadas.

Cánticos de InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora