❈| Capítulo 2: El Solsticio |❈

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La sonrisa se había esfumado de su rostro sin siquiera notarlo

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La sonrisa se había esfumado de su rostro sin siquiera notarlo.

Subsisto en la mudez, en un intento por convencerme que mi audición está mal, mas su semblante se mantiene expectante y sus labios, sellados. Sus gélidos irises verdes me calculan y miden la evolución de la noticia, del nuevo pacto, a mis emociones, a cómo se desarrolla en mí una marejada atónita y a cuánto más me cuesta resollar siendo cada segundo más audible y menos estable. Cada músculo, cada nervio se estremece dentro de mí. Es un frío intrínseco el que me sacude y la Guardiana Lebrancel lo desdeña desde la lejanía que nos distancia.

Think preserva la compostura en contraste conmigo. Trato de imitarle bajo nuestro duelo de miradas. Me esfuerzo por conservar la serenidad con el fardo de conmociones que ella desata a través del defraude que delinea mi visaje.

Esa misma mañana, un heraldo llegó a Astar con el propósito de reclutar aprendices. La reputación de la orden fue barrida de mala gana por los pueblerinos que atestiguaron los detalles de cómo el reino estrellado nos desguarneció tras acabar con la élite. Si bien es cierto que la paz pervive en el hogaño –gracias a la tempestad que arrasó las tierras–, el pleito con los niños de las estrellas nunca fue resuelto, solo pausó en el tiempo al igual que esa estación llamada invierno.

—¿Por qué? —consigo articular.

La Guardiana acaricia el respaldo de su enorme sitial, pareciera como si liberase la tensión del salón y se preparara para sostener aquella conversación conmigo. De hecho, nunca le cuestiono a la mujer que me salvó la vida, sin embargo, es disparatado que, después de arriesgar su posición de Guardián y perjudicar su renombre al sublevarse al decreto de Thyor Agrestahm, desperdicie su esmero con ese acuerdo.

—Ya te dije por qué —reitera—, para mantenerte con vida.

—¿En la legión? —inquiero—. ¿La división militar que responde al llamado de guerra? —Think aguarda. Mi entonación se vuelve aguda, exigente. Es una solución con fallas, pues, ¿qué diferencia hace ungirme en la legión de asesinarme? ¿Qué coherencia defiende protegerme allí?—. Pudo desposarme o convertirme en un clérigo ninfano...

—¿Desposarte? —interrumpe, virulente e incrédula—. ¿Con un hada? ¿Un hada ordinario?

—Uno pudiente —sugiero, barajando mis posibilidades iniciales. Cualquier propuesta aislada de la legión me es atractiva. No planifiqué mi destino luego de la ceremonia de la mayoría de estación y sé que abasteceré la autarquía retirada por completo de la Guardiana, mas, si le angustia mi supervivencia venidera, quiero expresarle la ventana de coyunturas que estoy dispuesta a aceptar.

—No, querubín —recula determinada—. Un matrimonio no puede salvarte —su seguridad y firmeza desbarata mis esperanzas—. El Consejo le ofrecerá safines a tu consorte, bastantes, y se cerciorará de encontrarle una nueva mujer y reparar su reputación, preparará la ceremonia matrimonial incluso; así son los hombres, y ninguno de ellos es digno de ti. En cuanto a los ninfanos —Think Lebrancel exhala y sonríe con amargura— esos malditos hipócritas... —ella deja escapar una risa mordaz—, te tacharán de hereje y te venderán al Consejo, si no acaban contigo primero por justicia divina de su dios. En cambio en la legión, solo la Rosa concede la muerte. Nadie puede quebrar el juramento, el Consejo no posee ese privilegio.

Cánticos de InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora