«Hereje es el que prende el fuego, no al que queman vivo»
William Shakespeare
—¡LILITH!
El grito se ahogó, se atragantó con su propia sangre, calló para siempre. Espadas que blandían el aire vacío se oían a la distancia, cortando las densas nubes del Bosque Rojo como hombres ciegos con bisbiseos en los oídos. Los caballos relinchaban nerviosos y alzaban sus patas delanteras, podían sentir el peligro e intentaban huir como los legionarios y los aldeanos. La arcilla del continente se esparcía por los aires y los gritos no parecían cesar pronto. Había una batalla, el metal chocaba, las armaduras estaban magulladas y varios cuerpos yacían tendidos en la tierra viscosos de sangre, pelo y arcilla.
Pero allí no habían enemigos.
La mujer que aclamaban no supo qué hacer. Los bélicos que la siguieron tenían un gran sentido de justicia y un enorme deseo para deshacerse de la impotencia que los inundó por largas estaciones. Estaban cansados de abandonar a los feéricos a la merced de un espacio libertino, donde ningún reino gobernaba. Pero, esos mismos guerreros que admiraban a Lilith Tizel estaban muertos, sus miembros regados por ahí y alejados de las otras partes del tronco de su cuerpo. Por un momento la mujer pensó trepar su caballo y salir de aquel lugar, a la protección del linde del reino, mas estaba segura que acabaría igual, por lo que tan rápido como pudo se agazapó y se camufló bajo un montón de cadáveres. Espetó sus dedos en varias heridas de sus camaradas, cabezas atravesadas –con hachas o flechas– y hasta reventadas en algún árbol desde donde algunos sesos colgaban de las astillas; panzas abiertas, brazos mancos y piernas cojas, y se bañó en todas ellas, de pies a cabeza se pintó de sangre hasta que pudo saborear aquella desagradable mezcla. Levantó unas entrañas como si recogiera una soga y se envolvió en tripas. Sin retorcimiento, solo continuó enrojeciendo su piel mientras el silencio parecía asomarse tímido, no queriendo interrumpir la fantasmal y cruenta batalla.—¡Lilitggh!
¡Zas!, se escuchó la tajadura en la garganta. La mayoría de las víctimas tenían esa marca, solo los que pelearon menos fueron torturados instantáneamente; rápido, veloz, como un reptil escurriéndose por el suelo, con la diferencia que el reptil era un filo invisible y el suelo, carne.La mujer apretó los ojos, la hediondez metiéndose por la nariz y el sabor del hierro, en su paladar. Las manos le sostuvieron la barriga, le apretaban y le presionaban. No estaba lastimada.
Podía distinguir cuando la vida abandonaba los cuerpos, el roce de la ropa contra las monturas de los caballos o contra el tallo de los árboles, el indescriptible sonido que hacían cuando tocaban el piso, alguno que otro hueso crujía y los tejidos se comprimían o simplemente las cabezas rodaban. La mujer sintió lástima por los aldeanos, había llegado allí para salvarlos, mas calamidad fue lo que trajo. La situación se salió de control entretanto intentaron identificar al enemigo; primero a los alrededores, después al cielo, pero no había nada allí, solo un montón de ceniza negra y blanca por los aires. Era irónico que se escudara con los cuerpos que quiso salvar, ella, una defensora elitista, la que todo un reino clamaba ser la mejor, la que todo un ejército enemigo le concedía victoria.
Pudieron pasar horas o días, Lilith no lo supo, pero durmió y ayunó, las moscas zumbaron en sus oídos, los gusanos hallaron escondrijo en su emplegostado cabello hasta arrastrarse por su piel, la sangre se secó cual lienzo, los animales le picaron por sobre las telas de su ropa y hasta los cuervos pararon en la montaña de muerte y amenazaron con picotearla. Aún no era seguro salir, mas tenía que hacerlo, debía volver al reino, debía advertirles.
Así fue como de un zarpazo quitó el peso muerto de encima, agarró el primer caballo vivo y ando a correr. El animal se encabritó, pero ella, pese a las condiciones en las que estaba, lo sostuvo y le dio velocidad hasta que pudo montar en él. Su complexión no aguantaba las energías con las que agitaba al caballo, estaba deshidratada, hambrienta, mareada y lo peor de todo, sin magia protectora.
—¡Yah! —aguijó con las riendas.
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Cánticos de Invierno
Fantasi❈|Reino de Hadas|❈ »Tras la muerte del rey más venerado, simpático y codiciado, tanto por mujeres como por hombres, el asesino de herederos o Thyor 'el virgen' Agrestahm, el reino feérico fue maldecido con la debilidad y el miedo. La relación con su...