Capítulo Cuarenta y Cuatro - Mal humor.

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El viernes diez de Enero por la mañana, Gastón se despertó y no encontró fuerzas de ningún lado para enfrentar el día de trabajo que se le venía encima. Valeria prácticamente lo acosaba y él ya no sabía cómo esquivarla. 
Ese viernes, con un humor no muy bueno esa mañana, llegó a la oficina y ni siquiera saludó a Pablo al entrar. Éste lo miró extrañado pero no se atrevió a preguntar la causa de semejante humor, porque en realidad, ya tenía clara cuál era.
Valeria sonrió maliciosamente al verlo entrar, y dejó su asiento incluso antes de que Gastón llegara a sentarse en el de él. Le mostró una de sus sonrisas conquistadoras, esas que había utilizado durante años, pero que jamás le habían dado resultado. Bueno... sí le habían dado resultado, pero no el que ella quería exactamente.
Gastón la miraba de reojo y la repulsión que le inundaba el estómago se hacía cada vez más grande: odiaba cómo se vestía, odiaba lo chillona que era su voz, odiaba el perfume que llegaba a sentir incluso antes de entrar a la oficina. Odiaba su presencia y todo lo que eso significaba. Y no se sentía mal por odiarla de esa manera.
Valeria se le acercó por quinta vez esa semana, arrastrando su silla giratoria con ella hasta que estuvo al lado de la de Gastón.
- ¿Cómo estuviste, Gasti? - Preguntó apoyando una de sus manos en el respaldo de la silla de él. - Parecés cansado.
Ni siquiera la miró, y siguió concentrado en ordenar los papeles que había en su mesa y empezar a completar los formularios. Lo único bueno de esa semana, pensó, era que había hecho su trabajo al pie de la letra, e incluso había adelantado algunas cosas que si no estuviera Valeria las hubiera dejado para después. Pensó en la idea de que todo sea una estrategia de su padre para hacerlo tener un mejor rendimiento, pero la descartó al instante: él no sabía quién era Valeria en la vida -pasada- de Gastón.
- Sí, estoy cansado.
- ¿Querés que te haga un té, o algo para que te relajes? - Preguntó fingiendo estar preocupada. - ¿Unos masajes?
- Me encantaría que hagas tu trabajo sin molestarme, ¿sabés? - Le dijo sin preámbulos, mirándola con fastidio.
- Ay, Gastón, ya hice mi trabajo. - Le contestó como si no pudiera ver su expresión. - Si querés te ayudo con el tuyo, ya que estás tan cansado...
- Basta. No quiero que me ayudes.
- Encima de mal humor... - Con una sonrisa maliciosa, siguió hablando. - ¿No andan bien las cosas con tu novia para que estés con ese humor?
Gastón giró su silla de repente, con un movimiento brusco, para quedar frente a ella. Se acercó, con la mirada cargada de odio, y le dijo en un susurro que expresaba más que mil gritos:
- Volvés a nombrarla y te juro que hago que te saquen de acá ahora.
- ¿Ah, sí? - Le dijo, ignorando la amenaza. - ¿Podés hacer eso?
- Sí. - Se dio vuelta para volver a enfocarse en los formularios.
- Mirá vos.
Pablo, desde un costado, estaba haciéndole gestos a Valeria para que deje de insistir, pero ella parecía no darse cuenta de que él seguía ahí. Maldijo para sus adentros y cuando estaba a punto de acercarse, escuchó la voz de Valeria volver a hacerse presente en la habitación:
- ¿Y Lourdes sabe que vos te ponés de este humor a veces?
Gastón no pudo controlar sus movimientos. Se paró con fuerza y le dedicó una mirada cargada de odio.
- Ya. - Musitó. - Me cansaste.
Miró de reojo a Pablo antes de salir de la oficina y golpear la puerta detrás de él. Tomó el ascensor que estaba más cerca y apretó el botón que lo llevaría al octavo piso. Pocas veces se hacía presente en la oficina de su padre, pero cuando lo hacía, solía ser importante.
Seguramente su padre no lo tomaría como algo importante. Pero para él lo era, y mucho. Se preguntó como sabía el nombre de Lourdes, y maldijo a Pablo para sus adentros. Su amigo no tendría que haber abierto la boca. 
Las secretarias lo recibieron con sonrisas y le dijeron que toque la puerta antes de entrar al despacho del "señor Cortéz".
- ¿Sí? - Se escuchó la voz de Carlos desde el otro lado de la gran puerta que había golpeado suavemente tres veces.
- Papá, soy yo.
- Pasá, Gastón.
Entró y se acomodó en una de las sillas que lo esperaban delante del escritorio. 
- ¿Qué pasa? - Inquirió el padre sin mirar al hijo, firmando repetidas veces en varios papeles que tenía repartidos delante de él. 
- Valeria Tacero, eso pasa. - Dijo, aun enojado. 
- Ah, la nueva... ¿qué pasa con ella? Hace un trabajo excelente. 
- Bueno, no. - Cuidó sus palabras, eligiéndolas minuciosamente. - En realidad no hace nada. Lo digo porque la veo. Se la pasa hablándole a Pablo, y molestándome a mí. Me gustaría que la cambies de oficina.
- Si te molesta tanto, ¿cómo hiciste todo lo que hiciste esta semana? - Le preguntó, mirándolo por primera vez. - Nunca habías hecho tan bien tu trabajo.
- Pero es una molestia que esté ahí. - Insistió. - No puedo concentrarme si se la pasa hablando.
- Mirá, Gastón, siempre aprecio todas tus críticas constructivas en cuanto al trabajo pero esta me parece algo muy parecido a un capricho.
Gastón sabía que su papá tenía razón. Pero no podía ir y decirle "Papá, no quiero que se me acerque porque me va a perseguir como me persiguió todos estos años."  Tenía que ser algo más importante. 
- ¿Podés, aunque sea, tratar de ubicarla en otra oficina? - Le preguntó, un poco avergonzado. - Como un favor. 
- Vamos a ver. ¿Necesitás algo más?
- No. - Dijo, un poco enojado. - Acordate de eso, por favor. 
- Sí, Gastón. 
- Gracias. 
Y así, salió del despacho de su padre, con una falsa esperanza de que sus mañanas volverían a ser como lo habían sido siempre. 

Uno en un millón. (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora