Capítulo Veintinueve - Dormir.

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Poco antes de que se cumplieran tres minutos de que Lourdes hubiera aceptado la propuesta de Gastón, ambos se hallaban besándose como nunca antes, recostados sobre el sillón. Ella sabía lo que significaba quedarse esa noche en su casa con él, y no estaba en desacuerdo con esa idea, pero algo dentro de ella le decía que había que esperar. No era el hecho de que no estaba segura lo que hacía que quisiera esperar, sino todo lo contrario: estaba tan segura de que lo único que quería era estar junto a él, que temía que la intimidad en ese momento fuera una forma de que se arruine todo. Algo tan especial como lo que tenía con él, necesitaba tiempo. 
Esos pensamientos la inundaban mientras los labios de su novio la buscaban con deseo, y ella se dejaba llevar por el compás de sus labios, acariciando rítmicamente los hombros que la arrinconaban. Poco a poco, esos besos febriles fueron tomando dulzura, delicadeza, y lentitud, cosas que guíaba el mismo Gastón, quien después de un dulce beso final, apartó sus labios de los de Lourdes, y apoyó su frente sobre la de ella. 
- Lourdes... - La llamó con la respiración un poco agitada, con los ojos cerrados. - Necesito decirte algo. 
Ella se sentó de golpe, asustada por el anuncio recién hecho. Su corazón latía fuertemente dentro de su pecho, pero no de la manera rítmica y suave en que lo hacía treinta segundos atrás, sino de manera rápoda y violenta, como golpes secos contra sus costillas. 
- ¿Está todo bien? - Preguntó con la voz teñida por los nervios, evitando el contacto visual con él, haciéndolo conciente de ello.
- Lourdes... mirame. - Inquirió tomando su rostro entre sus manos, y mirándola directamente a los ojos, que ya no podían esquivarlo. - No te preocupes, ¿sí?
- ¿Entonces qué pasa? 
- Pasa que... - Empezó a decir sin mover sus manos del lugar en donde estaban. - Me gustaría que esta noche solo durmieramos juntos. Solo dormir. 
Lourdes lo miró confundida, una parte de ella estaba aliviada por lo que Gastón le decía, mientras que la otra  lo deseaba con locura.  Pero en su interior, sabía que era la mejor decisión. 
- No lo tomes a mal, por favor... - Siguió diciendo él. - Es que, no hay nada que desee más que eso. Hablar con vos, recostados en mi cama, y ver cómo te dormís, con esa carita de ángel que tenés... 
y tenerte conmigo mañana cuando me despierte, y que no haya nada que nos preocupe... 
Ella lo miraba con ternura, lo miraba como siempre lo hacía: deteniéndose en cada detalle de él, cada línea de su rostro, cada tono azulado en sus ojos. 
- Lourdes... - La llamó. - Decime algo, por favor. 
- Yo también quiero eso. - Le dijo, convencida. 
- ¿No estás enojada?
Ella rió y lo besó rápidamente. Después se puso de pie, y se dirigió a la cocina, donde se encontraba el teléfono con el que llamó a sus padres para avisarles que no pasaría la noche en su casa. Cuando terminó de hablar, fue a buscar a Gastón al sillón, pero no lo encontró dónde estaba antes, así que siguió el rastró de la luz cálida que iluminaba el lugar y llegó hasta la puerta de la habitación. Se quedo ahí, apoyada contra el marco. 
- Ahí estás... - Le dijo cuando lo vio, a pesar de que su aspecto le había quitado la respiración. Se había sacado la remera y se encontraba usando únicamente un short deportivo viejo, que debía usar como pijama. Los músculos de su pecho descubierto no la dejaban mirar hacia otro lado
- Acá estoy. - Le dijo antes de lanzarle una pequeña pelota de tela, que ella atrapó para darse cuenta de que era una de sus remeras. 
- ¿Por qué me das esto?
- Porque es tuya ahora. - Le dijo con una sonrisa pícara. - La podés usar para dormir. 

Uno en un millón. (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora