Capítulo Diez - Además de rubia.

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Después de un rato de ignorar a Pablo y llenar unos cuantos formularios que debía completar, Gastón volvió a dirigirle la palabra.
- Perdoname Pablín, me puse nervioso. - Dijo un poco avergonzado, mientras Pablo terminaba de hacer una tarea parecida a la de él.
- ¡Al fin, papá! - Contestó sin ningún remordimiento. - ¿No te pregunto más por la rubia, entonces?
- Se llama Lourdes. - Confesó con una sonrisa. 
- ¡Bien! ¿Y?
- Y nada, hablamos. 
- ¿Sólo hablaron?, ¿mucho tiempo?
- Sí, creo que como tres horas. - Dijo Gastón asombrándose a sí mismo. 
- ¡¿Tres horas?! 
- Sí... es interesante... 
-  Mira vos... y... ¿cómo es? Digo, físicamente, además de rubia. 
Gastón se detuvo a mirar en su mente la imagen que había guardado de Lourdes. Cuánto deseaba tenerla cerca, cuánto deseaba llamarla... pero si la llamaba, tal vez ella creía que era molesto, o que estaba desesperado. 
- Bueno, es rubia, tiene el pelo largo... con un poco de ondas en las puntas, como a la altura de la cintura. - Se dejó llevar por su entusiasmo, y siguió describiéndola. - Es petiza, sí, muy petiza, su frente llega nada más que a la mitad de mi pecho... y tiene unos ojos muy, muy hermosos. Es como si fueran del color de... mmm... no sé, algo más clarito que el cielo. Sí, ese color. Y... sus dientes son perfectos, su piel es muy, muy blanca y tiene una cinturita que seguramente me toco los pulgares si la rodeo con las manos. ¡Ah! Las manos... tiene las manos más delicadas que vi en mi vida, con uñas ni muy largas ni muy cortas. Su voz es tan finita que supongo que después de un rato debe parecer irritable, pero a mí no me molestó en absoluto. Y tenía puesto...
- ¡Bueno!, ¡ya entendí! - Dijo Pablo aturdido con el discurso. - Wow, amigo, te pegó fuerte. 
Gastón fue conciente de todo lo que había dicho, y deseó habérselo guardado para sí mismo... sabía que su amigo se burlaría de él. 
- Bueno, y nada, me dio su número, y por ahí hoy a la noche la llamo. 
- ¡Tranquilizate un poco, hermano! - Le advirtió. - La vas a espantar si la llamas ahora... y no creo que con todo lo que dijiste la quieras espantar. 
- No...
- Llamala el miércoles, a la tarde, tipo siete, cuando ya sabés que está en la casa. Y la encontrás seguro, y podés arreglar para ese viernes, o para ese mismo día si estás muy desesperado. 
- Bueno. - Gastón lo escuchaba con mucha atención. - Tenés razón. 
- Ay amigo, amigo... ¿qué te hizo esa rubia?

Uno en un millón. (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora