Capítulo Veintiocho - Casa.

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Lourdes escuchó cada palabra, por accidente por supuesto, esperando que Gastón se acercara a ella después de saludar a unos amigos. Lo vio alejarse unos minutos antes de escuchar a Ana hablando de ella. Lo observó mientras caminaba, mirando detenidamente el suave movimiento de los músculos de su espalda y sus brazos y se vio envuelta por una sensación de protección que nunca había experimentado, pero las palabras de quien creía su amiga la atacaron por la espalda, casi literalmente, porque Ana hablaba de ella sin saber que la tenía detrás. Mientras la escuchaba, Lourdes sabía que jamás tendría que haber confiado en ella, y sabía también que ella misma había generado todos esos pensamientos en su amiga. Tal vez el hecho de convertirse por Gastón en una persona casi totalmente dedicada a él y a pensar en él la alejaba de ella, pero se repitió una y otra vez que si fuera verdaderamente su amiga se mostraría contenta por ella y jamás, jamás la atacaría por detrás. 
Cuando Gastón apareció a su lado, la encontró perdida en sus propios pensamientos, con los ojos llenos de lágrimas de impotencia. 
- ¡Lourdes! - La nombró preocupado, tratando de obtener su atención. - ¿Qué pasó, estás bien? ¿Alguien te hizo algo?
- ¿Nos podemos ir? - Preguntó con un hilo de voz.
Gastón se dio cuenta de que lo que le estaba pasando a su novia no era tristeza, ni preocupación... era enojo. Enojo e ira con unos retazos de decepción y frustración. Vio sus ojos brillar detrás de las lágrimas y sus labios formar una fina línea y supo que tenía que sacarla de ahí.Tomó su mano y se dirigió al primer lugar que se le ocurrió: su casa. 
Caminaron en silencio las cuadras que había hasta su destino, y cuando llegaron a la puerta, Gastón la invitó a pasar. 
- ¿Estás seguro? 
- Sí, no va a haber problema. Mis papás están durmiendo seguramente. 
- ¿Y si no?
- Y si no, van a saludarte y va a estar todo bien, ¿sí?, no te preocupes. 
Lourdes asintió con la cabeza mientras Gastón la guiaba dentro de su hogar. No era una casa enorme, pero ella se sintió envuelta en una armonía que la inundaba de detalles pequeños de Gastón que clamaba por conocer. Las fotos, los aromas, el paquete de cigarrillos que tanto detestaba, pero que era parte de él tanto como lo eran sus golosinas preferidas, que estaban sobre la heladera. De repente todos sus sentimientos que momentos atrás la atravesaban por dentro se tranquilizaron unos instantes, dejando que ese lugar tan personal para él la llenara también a ella. 
- Parece que mis papás no están en casa. - Dijo Gastón desde la cocina, devolviéndola a la realidad. 
- ¿Ya sabías que no iban a estar?
- No, no, me dejaron una nota. - Dijo tomando el papel entre sus manos, leyendo lo que decía. - "Gasti, los Romero nos invitaron a quedarnos el feriado en su quinta de San Pedro. Perdón que no pudimos avisarte antes de irnos, surgió todo de la nada. Volvemos mañana a la noche, hay comida en la heladera. Cuidate, mamá."
Lourdes asintió con la cabeza.
- ¿Querés algo de tomar? - Le preguntó él, acercándose a ella. 
- No, gracias. 
- ¿Me querés contar qué pasó? 
- Sí...
Se sentaron en el sillón que había en el living, y Lourdes le contó todo. Cada palabra, cada expresión, cada sentimiento dentro de ella. Todo el enojo que le había provocado, lo traicionada que se sentía, lo inesperado que había sido escucharla. Gastón tomaba su mano, acariciaba su rostro, la miraba a los ojos. 
- ¡No puedo creer cómo dijo todo eso! - Decía ella, frustrada. - Es mi amiga, o era... o... no sé. Pero no pensé que hablaría así de mí, ¡o de vos!
- No hablo mal de mí....
Por primera vez desde que llegaron, Lourdes mostró una sonrisa. 
- ¿Cómo va a hablar mal de vos si sos un "dios del Olimpo"? - Dijo burlándose de la manera en que Ana lo había dicho. - Pero dijo que solo estoy con vos por... por eso y no es así, ¡Dios!, no es así. 
- Pero yo sí sé, ¿por qué importa lo que diga ella?
- Porque supuestamente somos amigas... 
- Ojalá fuera diferente. Y pueda entender como es esto, entre nosotros. 
- No quiero hablarle más. - Confesó finalmente. - Hasta quería verla, de verdad quería, porque la extrañaba. Y ahora ya está, se arruinó todo. 
- Hacé lo que te haga sentir bien. Quiero que estés bien. - Dijo él acariciándo sus mejillas. - Es lo único que quiero. 
Gastón y Lourdes siguieron hablando sentados en el sillón, acomodados para seguir en un contacto permanente con sus brazos, o sus manos y mirarse a los ojos al hablar al mismo tiempo, hasta que él preguntó lo que estuvo pensando desde que llegaron. 
- Lourdes... - Inquirió en un susurro. - ¿Te gustaría quedarte, esta noche? 
- Me encantaría. - Respondió sin dudar. 

Uno en un millón. (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora