Capítulo Treinta y Seis - Lazos.

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Después de el agradable almuerzo de los Vosca junto a Paula, ella y Lourdes se encerraron en la habitación a hablar en tono confidencial de lo ocurrido la noche anterior. Lo ocurrido con Ana, y algunos detalles de lo ocurrido con Gastón. 
Lourdes había decidido guardar el secreto de haberle contado lo que le contó a Gastón. Sería algo propio y exclusivo de ellos dos, un lazo de palabras que los unía y jamás podrían cortar: el lazo de los secretos. Los secretos son como esposas que unen a dos personas en un mismo delito, sea o no algo malo lo que solo ellos dos saben... algunos dicen que los secretos nunca terminan de ser secretos, porque en algún momento de la vida dejan de ser exclusivos de las memorias de dos personas cuando una decide despojarse de él, poniendo más manos dentro de la esposa que le pertenecía. Pero un secreto tan fuerte como el de Lourdes, con un cariño tan fuerte como el de Gastón, impediría que esas esposas los separen o los despojen de ese lazo tan íntimo. Lourdes decidió que esa esposa los uniría solo a ellos, tal vez de manera eterna. Tal vez porque deseaba que fuera así. 
Paula resultó estar completamente anonadada al enterarse de lo que Ana había dicho de Lourdes, tanto que casi pasó por alto el hecho de que Lourdes pasó la noche con quien ahora era oficialmente su novio. 
- ¿Cómo le da la cara? - Decía, frustrada. - ¡Encima fue a saludarte!, y se fue con ese comentario de creída...
- Ya lo decidí, no voy a hablarle más. - Confesó Lourdes. - Pau, ¿podemos no juntarnos hoy con las demás?
- ¿No querés ir?
- No, la verdad es que no. Quiero una tarde solo de vos y yo. Amigas en serio. 
- Está perfecto, no vayamos. - Le contestó y volvió a hablar de Ana. - ¡Por Dios! No puedo creer como puede ser tan falsa. Y hacérse la amiga cuando habla así...
Lourdes nadaba por su mar de pensamientos mientras escuchaba la voz de Paula quejarse y criticar a Ana. Su mente se había quedado en los brazos de Gastón, en su aroma natural, en sus brazos protectores. En su confidencialidad, en su intimidad, en su confianza. En su seguridad. Quería volver junto a él, recostarse con él toda otra noche entera, pero no dormir ella sino verlo dormir a él y estudiar cada detalle de su rostro nuevamente. Quería abrazarlo con la potencia que el llanto le había quitado, quería rodear sus hombros y que sus brazos no puedan tocarse al hacerlo. Quería fundirse en él. 
- ¿Qué pasó anoche, Lou? - Inquirió Paula cuando reparó en el estado en el que su amiga la escuchaba o trataba de escucharla. - ¿Algo más de lo que me contaste? Estás muy perdida. 
Lourdes nada más le había contado que Gastón la había llevado a su casa, y que habían dormido, y solo dormido, juntos. Pero Paula la conocía demasiado. 
- Es que tengo sueño. 
- ¿No era que habían dormido? -Preguntó pícaramente. 
- Bueno, sí... pero también hablamos un montón. 
- ¿De qué?
Lourdes ahogó una carcajada. 
- ¿Qué te importa? - Le preguntó riéndose. - No hace falta que te cuente todo lo que hablo con mi novio...
Paula agarró una de las almohadas de la cama de Lourdes y la golpeó de lleno en la espalda con ella. 
- Ay, ella... - Dijo burlándose, mientras reía y seguía agitando la almohada a su alrededor. - Ella tiene novio y habla cosas privadas con él... y no le cuenta a su amiga... bla, bla, bla. 
Lourdes tomó un almohadón y se desató una pequeña batalla de almohadas y almohadones en la habitación. Terminaron con las respiraciones agitadas, las risas atragantadas y el aire que tardaba en llegar a sus pulmones. Pasaron la tarde juntas hablando de todo. Del nuevo año, de Gastón, de Paula y su búsqueda interminable del príncipe azul perfecto, de Lourdes y su nuevo yo que aparecía cuando Gastón lo hacía, de Ana y su nuevo rol de enemiga. De todas las cosas nuevas que ese 1992 traía con él. 
Cuando Paula se fue, ya con el Sol escondiéndose entre las casas, Lourdes decidió que su mamá tenía que saber sobre su relación con Gastón, así que la buscó y se sentó frente a ella, con una confianza que estaba segura que no hubiera tenido dos días atrás. Notó una mirada triste en los ojos de su mamá, pero se convenció que la estaba confundiendo con cansancio. 
- Gastón y yo somos novios. - Le confesó, pero decicidió agregar: - oficialmente. 
La repentina alegría de Silvia no la tomó por sorpresa. 
- Me encanta ese chico. - Le dijo con una sonrisa. - Es muy respetuoso. 
- Sí... y es muy bueno. 
Silvia asintió con la cabeza y la rodeó con un brazo. 
- Ya vamos a ver si este es el hombre con el que te vas a casar, como me dijiste cuando lo conociste. 
- Sí... -Dijo Lourdes, perdida en sus pensamientos. - Ya vamos a ver.
- Además, ya que son novios oficialmente... podemos invitarlo a almorzar un domingo. ¿No te parece?
- Sí, me parece. 
- Y para que no se sienta muy presionado... - Propuso Silvia. - podemos aprovechar ese día para invitar también a los Natale. Papá me dijo que quería decirles que vengan porque hace mucho que no nos juntamos. 
- ¿Los Natale? - Preguntó súbitamente Lourdes, poniéndose nerviosa con solo imaginar la situación. - Ay, mami, no sé... preferiría que venga Gastón solo...
- Vos tranquila, Lou. Confiá en lo que te digo, es para que él no se sienta incómodo. 
Lourdes asintió con un nudo de nervios formándose en su estómago y se propuso que convencería a su mamá más tarde. De ninguna manera, pasara lo que pasara, dejaría que Daniel Natale almuerce en la misma mesa que Gastón Cortéz. 

Uno en un millón. (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora