Capítulo Treinta y Cinco - Detalles.

78 3 0
                                    

El miércoles primero de Enero de 1992, Lourdes se despertó en los brazos de Gastón con un sentimiento de paz y armonía dentro de ella que no había experimentado en muchísimos años. Lo miró de reojo, y solo pudo alcanzar a ver su pelo negro alborotado que yacía detrás de ella sobre la misma almohada en la que descansaba su cabeza. 
Se dio vuelta para mirarlo mejor y se dio cuenta de que pocas veces habían compartido tanto tiempo juntos, tan cerca uno del otro. Él seguía dormido, lo que a ella le facilitó mirarlo sin ninguna clase de pudor ni vergüenza, él dormía a su lado para que ella lo mirase. 
"Es tan hermoso" pensó para sus adentros, al igual que el primer día que lo vió. Su piel blanca, casi translúcida, no presentaba ninguna evidencia de haber estado al Sol, incluso aunque eso hubiera pasado casi todos los días, cuando él la visitaba por la tarde. Sus hombros desnudos estaban levemente levantados, por la manera en que estaba acostado, y presentaban lunares y pequeñas cicatrices que Lourdes pudo ver por primera vez. Sus pestañas espesas, negras como su cabello e igual de pobladas que sus cejas, eran la perfecta terminación para esos ojos cerrados que envolvían al azul más profundo y brillante que Lourdes había alguna vez visto. Los pómulos resaltaban levemente, y el indicio del crecimiento de su barba se comenzaba a divisar cerca de la mandíbula, lo que le hizo desear que no se afeitara por varios días. Lourdes acarició levemente la línea de su mandíbula con la punta de los dedos, que delineaba el rostro de Gastón de manera clara y evidente. Siguió su camino con los dedos hasta sus labios, que formaban una perfecta O por la manera en que el rostro le descansaba contra la almohada. Ella seguía mirándolo con detenimiento, analizando cada detalle de su rostro, hasta que él despertó como consecuencia de sus caricias. 
- Buenos días... - Susurró Lourdes terminando con el silencio que reinaba en la habitación. 
A Gastón le costó unos cuantos segundos asimilar lo que su alrededor le mostraba. Muy cerca de él, Lourdes lo saludaba con los ojos entrecerrados y los labios curvados en una sonrisa amplia. Así fue como una ola de recuerdos del día y la noche anterior se presentaron violentamente en su cabeza.
- Buen día, hermosa. - Le dijo él antes de entrecharla entre sus brazos mientras se seguía despertando. - ¿Qué hora es?
- No tengo idea. - Le contestó Lourdes entre risas.
Pasaron un rato juntos en la cama. Lourdes se dejó envolver por los brazos de Gastón, que sonreía como no había sonreído otras veces, y la miraba de una manera tan genuina que ella tenía que concentrarse para seguir el hilo de la conversación. 
- Me encanta tu voz de recién despierto. - Le confesó en un arranque de sinceridad. 
Él rió y la apreto más fuerte contra su pecho. 
- Jamás pensé que eso te podría llegar a gustar. 
Cuando por fin decidieron levantarse, el reloj marcaba exactamente el mediodía. A pesar de la hora, desayunaron las galletitas que había hecho Gastón la noche anterior, y lentamente, cada uno se preparaba por dentro para volver a la rutina. Lourdes llamó a su casa para avisar que todo estaba bien y que en un rato volvería con ellos. 
Gastón la acompañó a su casa y se despidió en la puerta con un beso casi interminable y la promesa de verla o llamarla tan pronto como pudiera. Esa tarde, como ya había arreglado con ella, ambos verían a sus respectivos amigos, lo que para Lourdes era un gran problema desde lo ocurrido la noche anterior en la plaza. 
- Contame cómo te fue con eso después, ¿sí? - Dijo Gastón antes de darle el último beso del día. 
- Sí, tranquilo. - Le contestó ella con una sonrisa y después de un beso lo vio marcharse por el mismo camino por el que habían llegado. Antes de que se alejara lo suficiente como para no escucharla, gritó: - ¡Gastón, esperá!
Se acercó a él con un paso rápido y ubicó sus labios cerca de su oído. 
- Gracias por todo. - Le dijo en tono confidencial y depositó un suave beso sobre su mejilla. - Te quiero mucho. 
Después de un "Yo te quiero mucho más" y un fuerte abrazo, Lourdes retrocedió sobre sus pasos y entro a su casa con el mejor humor que había experimentado en mucho tiempo. 
- ¡Ya llegué!
- ¡Estoy por acá! - Gritó su mamá desde la cocina. 
Silvia, desde donde estaba, se apresuró a guardar los papeles que estaba leyendo en la mesa antes de que su hija llegara a verlos, y preguntara qué eran. Junto con su marido, querían esperar un tiempo antes de que ella se enterase.
Lourdes se acercó a su mamá, que la besó en la frente y le preguntó cómo le había ido, conciente de con quién había pasado la noche su hija. 
- Muy bien. - Le dijo ella con una sonrisa radiante. - Más que bien. 
- No quiero saber detalles. 
- ¡Mamá! - Exclamó Lourdes riendo. - No pasó nada... 
Silvia asintió con la cabeza y soltó un suspiro de alivio: le costaba aceptar que hija ya era toda una mujer. 
- ¿Les dijiste a Paula y a Ana que vengan a almorzar? - Le preguntó, cambiando drásticamente de tema. - Estoy preparando tus preferidos...
- ¿Canelones? - Preguntó Lourdes entusiasmada, a lo que Silvia asintió con la cabeza. - Todavía no les dije. Ahora llamo a Paula, y Ana... Ana me dijo que no podía. 
- Está bien. 
- Mamá... ¿te pasa algo?
Silvia se movió de donde estaba para que su hija no pudiera ver su expresión. 
- No, Lulita. Dale, andá a llamar a Paula que se hace tarde. 

Uno en un millón. (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora