Lourdes, después de unas cuantas semanas de compartir tiempo con Gastón, fue descubriendo una parte de sí misma que ninguna otra compañía le había permitido explorar.
Se dio cuenta de que era siempre ella la que ganaba en las guerras de cosquillas, se dio cuenta de que con un simple beso en la frente podía acelerarse su corazón, se dio cuenta de que le encantaba hacer pequeños regalos para conseguir sonrisas, y se dio cuenta de que podría pasar horas jugando con el pelo de Gastón. Se dio cuenta de que las mariposas en la panza eran reales.
Y Gastón, por su parte, también descubrió ciertas cosas. Se descubrió a sí mismo tratando como una princesa a la chica que tenía a su lado, descubrió cuánto amaba los masajes en los hombros, cuánto le gustaban los parques por la noche y cuánto podían hacerlo reír unas cuantos gestos graciosos que Lourdes hacía cuando él no estaba del mejor humor. Se descubrió a sí mismo riendo a carcajadas con una mujer que le provocaba los sentimientos más extraños que había sentido.
Pero lo que más les impactó a los dos fue la manera en la que se necesitaban el uno al otro para que su día estuviera completo. Se veían cada día si podían. Y si no era así se llamaban y pasaban hablando. El simple sonido de sus voces los hacía querer cruzar la ciudad entera solo para verse de nuevo, les daba vitalidad, fuerzas, energías que nunca nada antes les había dado. Les daba a ambos ganas de seguir adelante, de sobrellevar un camino que tenga como única meta el estar juntos.
Y a medida que pasaba el tiempo, se vieron el uno en el otro, reflejados en lo que eran y complementarios en lo que querían ser. Todas las cosas que a uno le faltaba, el otro lo ayudaba a conseguirlas. Se sentían refugiados, protegidos. Lourdes admiraba la fortaleza que podía guardar un alma dentro de ese cuerpo que tanto la encandilaba, y Gastón quedaba encantado con las formas sensatas de proceder que Lourdes tenía en su manera de enfrentarse al mundo. Se sentían completamente, el uno para el otro, como si fueran la pieza del rompecabezas que estaban buscando. Como si fueran el yin y el yan.
Fue así como después de casi un mes y medio desde que se conocieron, Gastón tuvo el valor de contarle a sus padres lo que pasaba con Lourdes.
- Es tu decisión que ellos sepan. - Dijo ella un atardecer, mientras estaban sentados sobre el césped de uno de los parques que estaba cerca de su casa. - No creo que se opongan ni nada parecido.
- No, no es que se van a oponer... - Le contó mientras acariciaba con el pulgar el dorso de su mano. - Es que... no sé si me van a creer...
- ¿Por qué no te creerían?
- Por la misma razón que piensan lo que piensan ahora. - Dijo entre suspiros. - Y presentártelos ahora no me parece una buena idea... no quiero que reaccionen mal si vos estás ahí.
- ¿Y qué pasa si no les gusta la idea de que seamos... - Se interrumpió un momento. - de que estemos juntos?
- No pasa nada. - Le dijo sin dudar. - Nada me haría alejarme de vos, ¿sabés eso?
Lourdes asintió con la cabeza.
- A mí tampoco. - Le confió. - No podría si lo intentara.
- Yo tampoco.
Gastón acercó sus labios a los de ella, y depositó un beso sobre sus labios. Ella lo besó nuevamente, por más tiempo, y volvieron a la realidad cuando no pudieron aguantar sus sonrisas.
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Uno en un millón. (PAUSADA)
Teen Fiction¿Será verdad que hay una persona destinada a estar conmigo? ¿Será todo un simple cuento el que mi alma haya pertenecido desde su inicio a otra persona y, que al encontrarla, se sienta completa? ¿Cómo es eso acaso posible? ¿Cómo es que todo eso, en u...