Capítulo Nueve - Nuestra charla de todos los lunes.

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El lunes trece de Noviembre a las ocho y media de la mañana, Gastón Cortéz se despertó con el sonido de cuatro golpes contra la puerta de su habitación. 
- ¡Gastón! ¡No vayas a llegar tarde a la empresa! - Le gritó su mamá desde el otro lado de la puerta. 
Se tapó con la sábanas tratando de ignorar el hecho de que tenía que dejar su cama en menos de medio minuto. 
Tres cuartos de hora después, habiéndose preparado para salir, camino cinco cuadras hasta llegar a la avenida principal de su barrio, donde se encontraba un edificio de ocho pisos, llenos de oficinas con trabajadores pertenecientes a la empresa de la que su papá era dueño. Él trabajaba como administrativo, cumpliendo tareas menores para que sus padres le den algo de dinero como para salir los fines de semana. Lo que más detestaba de la empresa no era su trabajo, ni la gente que lo rodeaba, ni el hecho de que era la única forma de llegar aunque sea unos centímetros más cerca al inexistente corazón de su padre... lo que más detestaba era que sea una empresa de visitadores médicos, porque los visitadores médicos, como ejemplares consumidores de sus productos, no podían fumar. 
En sus más largas jornadas de trabajo, que eran de seis horas, se escapaba algún que otro rato a poner un cigarrillo entre sus labios... pero se sentía tan acorralado como un pájaro en un cajón. 
Ese lunes llegó puntual a su puesto, se sentó en su silla giratoria y le dio el golpe en el hombro, que significaba "hola", a su amigo Pablo. 
- ¿Así que te levantaste una rubia el sábado? - Le dijo tan directamente Pablo cuando lo vio. 
Gastón trató de ocultar una sonrisa y apoyó su espalda contra el asiento. 
- Sí...
- Me contó Dani... ¿Y? - Preguntó inquieto. - ¿Cómo estuvo?
- ¿Cómo estuvo qué?
- Gastón no te hagas... ¿cómo fue?, ¿a dónde fueron?, ¿te salió muy caro?
- No fuimos a ningún lado. 
- ¡¿Lo hiciste ahí atrás del bar?! - Pablo parecía descontrolado, cada vez acercando más su silla a la de su compañero. 
- ¡No hicimos nada! ¡Dios! - Exclamó Gastón, molesto por la vulgaridad de su amigo. 
- No te creo.
- ¡Basta! ¡No hice nada! - Empujó uno de los brazos de la silla de Pablo, haciendo que este saliera disparado hacia un costado. 
- Tranquilizate Gastón... no te estoy diciendo nada raro... esta es nuestra charla de todos los lunes. 
Gastón no podía tranquilizarse. No entendía por qué se había puesto de ese modo, cuando se trataba de algo tan común. Pablo tenía razón, esa era su conversación de todos los lunes. Pero ese lunes era diferente. Ese lunes ella era diferente. 

Uno en un millón. (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora