IX: "Desenlace"

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—¿Entonces era sólo una teoría la que tenían hasta el momento?

—Una muy acertada —comentó el detective consultor y se sentó cómodamente en su respectivo sillón.

—Lo dijo en plural, lo cual aceptas que tuve razón —manifestó Becker a la vez que se quitaba el abrigo y lo colgaba en el perchero.

Examinó sus zapatos y después sus pantalones, notando que aún tenía restos de tierra y había roto la tela que cubría su rodilla.

—¿Estás segura que no quieres que te revise esa mejilla? —preguntó el doctor, así que Sabina alzó la mirada y se acarició el leve corte en su rostro.

—Oh, no, no hace falta. Lo he limpiado y sólo necesito cubrirla. Al menos valió la pena ese tacleo para atrapar a Packwood.

—Si, bueno, no me queda claro el cómo lo descubrieron —expresó Watson y observó de reojo a Sherlock, quién ya se encontraba concentrado en sus propios pensamientos—. Sherlock, ¿podrías...?

—Bueno, si no fuera porque también encontré las coordenadas, seguramente Holmes llegaría a ese lugar y entonces salvaríamos a esa muchacha.

—Pero no tenías presente el hecho de que sospechaba en Packwood desde nuestra visita a su departamento —comentó y Watson y Becker incrustaron sus mirada encima del rizado.

—¿Y por qué no dijiste nada?

—Porque necesitaba algo más que...

—¿Una corazonada? —preguntó la única mujer presente.

—Palabras que puedan complementar las pruebas de lo que tenía acumulado hasta ese momento —expresó y entonces Sabina negó con una media sonrisa en los labios—. ¿Cuál era tu pregunta, John?

—¿Cómo lograron, los dos... —recalcó viéndolos de soslayo a Sabina y Sherlock— resolver este caso?

El rizado juntó sus manos, colocando con cuidado los dedos entre sí y observando debidamente al hombre canoso que descansaba en el sillón enfrente suyo. Pero no hacía nada, sino que sólo guardaba silencio y se mantenía inmóvil.

—Becker, ¿podrías comenzar primero?

Sabina, de inmediato, se quedó totalmente sorprendida, notando que elevó los ojos hasta donde ella estaba y mirándola con una intensa mirada azulada. No sabía cómo reaccionar, pero como pudo se recobró y entonces aclaró su garganta.

—Debo, yo... —señaló su mejilla y entonces John giró para observarla.

Apenas lo hizo, supo de golpe que estaba nerviosa, puesto que ese tono en la voz de la mujer no era algo común que tiñera esta. Por lo tanto, ladeó la cabeza y ajustó sus ojos en el rostro de Sabina.

—¿Estás bien, Sabina?

—Sólo necesita desinfectar la zona, podemos esperar —comentó el detective consultor y entonces Becker le dio la razón—. Está bien, puedes ir, Becker.

Y lo volvió a decir. Lo había dicho bien, completamente correcto con todas las letras en su extensión del apellido. No obstante, no se quedó mucho tiempo y en esa ocasión sólo se giró sobre sus talones y se dirigió hasta el cuarto de baño. Cerró la puerta detrás suyo y entonces se recargó en la puerta, intentando recobrar el aliento para luego ver de reojo el espejo del lavamanos y se encontró con el corte que adornaba la parte superior de su pómulo.

Se rozó el área con los dedos y simplemente se quiso concentrar en ello, pero se veía incluso atónita al sólo haber escuchado al mismísimo Sherlock Holmes decir su apellido de manera correcta. ¡Y dos veces!

𝐒𝐢𝐧 𝐑𝐮𝐦𝐛𝐨 𝐲 𝐀 𝐂𝐢𝐞𝐠𝐚𝐬 [𝐒𝐡𝐞𝐫𝐥𝐨𝐜𝐤 𝐇𝐨𝐥𝐦𝐞𝐬]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora