XIV: "Composición"

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Tres de mayo de 2014.

—Buenos días —saludó Sabina, sonriendo y entrando con esa contagiosa energía de alegría que tenía.

—Buenos días —balbució Sherlock, concentrado en un experimento que tenía sobre la mesa.

—¿Y ahora qué tienes en mente? —preguntó Becker, observando de reojo que el detective traía las gafas de protección y en la mano una especie de artefacto para lanzar llamas.

—Una teoría —fue lo que respondió.

—Bien. ¿Desayuno?

—Café, dos de azúcar, por favor.

—Te haré algo mejor para que comas también un poco —avisó Sabina, así que ni siquiera esperó a que Sherlock alegara, puesto que sólo se alejó y se concentró en encender el sartén.

Por otro lado, Sherlock siguió con lo suyo, al tiempo en que se escuchó a la señora Hudson reír en el piso de abajo, causando confusión en la morocha. John llegó al apartamento, avisando su entrada y saludando a Sabina y al rizado.

—¿Qué era ese ruido allá abajo? —preguntó abruptamente el rizado.

—Era la señora Hudson, riendo. Hola, Sabina.

—Hola, John, ¿cómo...? —de repente se quedó totalmente aturdida al girar y encontrar a su compañero de apartamento con un lanzallamas pequeño en la mano y en el otro unas pinzas donde sostenía un ojo humano—. No diré nada.

—Parecía que torturaba a un búho —expresó Holmes sin dejar de realizar su acción.

—Si, pero era su risa —bromeó Watson.

—Quizá ambas —manifestó el detective consultor.

—¿Tocino? —preguntó Becker.

—Poco —respondió Holmes, aunque por un momento pensó en el por qué había respondido si ni siquiera quería desayunar. Sabina, por otra parte, se mofó de la situación y colocó el tocino sobre el sartén, viendo de reojo a los hombres.

—¿Has desayunado, John? 

—Si, muchas gracias, Sabina —contestó el doctor, luego miró a su mejor amigo y lo señaló—. ¿Ocupado?

Sherlock soltó un suspiro y movió sus hombros.

—Sólo me entretenía, a veces es muy... —tiró el cuello hacia atrás y luego volvió— difícil no fumar.

—Aquí está tu café, está caliente —le avisó Sabina, colocándolo en la mesa frente al rizado y echándole una mirada de advertencia—. Ah, y es mejor no fumar, lo sabes.

—Mira quién me lo dice —curveó la ceja, observándola de un modo juzgador y Becker se encogió de hombros, volviendo con el desayuno.

—¿Te interrumpo? —preguntó Watson al detective.

—No, por favor —lo invitó su mejor amigo a sentarse, al tiempo en que el canoso obedecía y lo hacía.

—¿Té? —le ofreció Holmes.

—Café —le corrigió Sabina.

—Ah, si, café, es verdad —expuso en bajo Sherlock, viendo por el rabillo del ojo a su compañera de apartamento.

John se negó, riendo un momento y después riendo en bajo, al tiempo en que se sentaba y afirmaba.

—¿Los dejo solos? —preguntó Sabina, ya que observó la forma tan firme y casi seria que tomó de golpe el rostro de Watson.

𝐒𝐢𝐧 𝐑𝐮𝐦𝐛𝐨 𝐲 𝐀 𝐂𝐢𝐞𝐠𝐚𝐬 [𝐒𝐡𝐞𝐫𝐥𝐨𝐜𝐤 𝐇𝐨𝐥𝐦𝐞𝐬]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora